COMPILADO: 20 escritoras argentinas responden una misma pregunta en este Compilado propuesto y organizado por Rolando Revagliatti.
1: ALEJANDRA M. BOERO SERRA
Definitivamente,
perderme en las tramas literario-filosóficas y poéticas de las sagas vikingas;
en los relatos que llegaron de Oriente a embellecer y hechizar a Occidente; en
las epopeyas sumerias, indias, griegas, amerindias; en las coplas andinas; en
los cuentos folclóricos. Encontrarme en la voz de los juglares que compartían y
enriquecían la memoria de sus pueblos. Y en la poesía y correspondencia amorosa
de todos los tiempos.
Por lo expuesto
anteriormente, elijo, en este momento, a los artistas anónimos, colectivos, a
aquellos que estudiaron y compilaron las historias que todavía continúan
contándome, leyéndome, interrogándome. Si tuviese que escoger a autores en
cuyos personajes femeninos me sentí identificada o me hubiese gustado encarnar,
serían, sin dudas, Marcel Proust y Gustave Flaubert.
2: ALICIA MÁRQUEZ
Quisiera
seguir a un conejo, a una llama, a un canguro, a un carpincho y de repente
caer, caer y seguir cayendo por un profundo pozo y aparecer en un mundo
absolutamente delirante. Igual al que estoy viviendo, pero infinitamente más
creativo y ciertamente menos cruel.
Si hay una
reina que quiere cortarme la cabeza, la soplo, porque es una carta. Como decía
el gato de Cheshire, la imaginación es la única arma en la guerra contra la
realidad.
Y sí.
Siempre me quedé con ganas de que la oruga me convidara con su narguile y
todavía me pregunto quién soy yo. No lo sé. Alguien me dijo que era muy alta y
yo me sentía muy chiquita y no había comido ninguna galleta tentadora.
Tomaría
café, en todo caso, aunque siempre es momento para el té, porque ellos son muy
ingleses.
La morsa está
ahí para que no olvide la avidez, la avaricia y también, ¿por qué no? la
crueldad. Pero es una barbarie de mentira, porque estoy en un cuento, y si
fuera verdad los perdono, porque ellos son animales.
Y entro y
salgo del espejo, que es líquido como a veces algunos de mis pensamientos, como
últimamente muchos de nuestros pensamientos, líquidos, inconsistentes, que van
y vienen en un frenesí como el del Sombrerero Loco, pero no tan loco porque
dice que, en un mundo de locos, ser cuerdo es una locura.
No se oyen
ruidos, nada más que mis pasos eligiendo un camino. Nada más que silencio de
árboles y no sé dónde está el sol porque el bosque es cada vez más espeso.
Quizás
tenga miedo. ¿Pero quién no lo tiene? ¿Habrá que vivir con miedo? ¿Vale la pena?
¿Algún tribunal me juzgará por algo que hice, quizás arranqué un pétalo a una
margarita y ella se quejó amargamente? A lo mejor no hice nada más que mirar
detrás de un cerco perfectamente cuidado por no sé quién y ayudé a un flamenco
a enderezarse.
Dentro del cuento no es demasiado el miedo.
No.
Dentro del
cuento es todo un magnífico interrogante acerca de adónde vamos, si es que
vamos a alguna parte.
O no me
interesa ir a ninguna parte y entonces me siento y lloro, lloro mucho, lloro y
me voy ahogando en mis propias lágrimas, pero por suerte sé nadar. Hay que
llorar, sí, mucho. Y después, en medio del lago recordar palabras difíciles:
dingolondango, rondalla, quisneado, languor, giranta, pulchen. Y mientras las
digo a los gritos, se van secando el lago y mi ropa.
Ahí viene
otra página y tengo que aferrarme al borde para no caerme.
Me
olvidaba. Yo también me llamo Alicia.
3: ALICIA PASTORE
Perderme o encontrarme, dos polos de un
mismo programa. La lógica diría que para encontrarse hay que perderse primero.
Pero creo también que es posible perderse al haberse encontrado en un mundo
infinito de nuevos conocimientos.
Me gustaría perderme en los universos de
la artista japonesa Yayoi Kusama, soltarme, como dejándome caer en su mundo de
percepciones, jugar en ese terreno peligroso en el que ella lo hace -peligroso
para mí, no para ella- y volver, sí, volver a mí, inevitablemente modificada,
claro, pero volver a mí, la que era antes, esa para la que una calabaza no tenía
otra importancia que ser hervida en un caldo.
Sé que sería una experiencia única, pero
también, que lo haría desde muy cerca de la puerta de salida.
Yayoi Kusama, quien padece desde niña de
un Trastorno Obsesivo-Compulsivo, además de alucinaciones visuales y
auditivas, pinta, entre otras cosas, calabazas, y desde su infancia en ellas
encuentra consuelo, sencillez y alegría de vivir. Las calabazas no importaban
nada en mi infancia taciturna y solitaria y mi propósito sería comprender en su
hondura el significado que le encuentra Yayoi, pero regresando sana y salva,
como corresponde a alguien que a gusto o a disgusto, se crió y vive en
Occidente. Soy lo que soy. De este lado del mundo, nos creemos muy normales,
sanos y perfectos, Y ante el distinto, crece el miedo, nos la jugamos, pero
hasta ahí. Creemos que lo que tenemos es tan bueno, que no estamos dispuestos a
arriesgarlo. Si me animara completamente, tal vez me llevaría una sorpresa,
pero eso no sucederá.
Yayoi, internada voluntariamente desde
1977 en un Centro psiquiátrico en Tokio, utiliza puntos y lunares aplicados a
esculturas, pinturas, instalaciones y moda. Es lo que la ayuda a expresar su
visión de infinito, cito "Nuestra Tierra es solo un lunar entre un millón
de estrellas en el cosmos. Los lunares son un camino hacia el
infinito".
Ella es infinita, no tiene miedo, yo ando
reparando en minucias, las diferencias entre Oriente y Occidente.
Su universo es muy otro que el mío.
4: ALICIA SILVA REY
Clinamen. Se elabora, abeja, una miel
depreciada. Se clava el aguijón en la materia finisecular del oído interno. Se
abortan recuerdos. Se los revincula a la vigilia y a los sueños. Transmutante
doble fondo de un objeto revestido de pana azul. Las metáforas extinguen. Tu
oído es conocimiento en la literalidad. El universo tabica los intersticios.
Una alegría seca confluente, embrujada, cubierta de compost rojo.
De haber sido la hermanastra desconocida
de Arlt, querría existir únicamente como la desconocida tía de sus sobrinos
bastardos.
Simultáneamente (en otra escala
temporoespacial) querría haber nacido Lengua de Scherezada. Para denunciar ante
el mundo los subterfugios de un relato finito, a saber, el fraseo nocturno de
Schahriar, el infame. Por eso, lengua feraz, al poner fin a una realidad dada
como infinita por el energúmeno, pateo el tablero de su petitorio corto de
miras, arropado cada noche en la sustancia prodigiosa de mí, Lengua. (Casi
pierdo mi vida en manos de tu delirio de inmortalidad. Ahora, te deporto a tu
andrajo, desnudo, despojado para siempre, para siempre, de las nobles palabras.
Te he vestido con ellas durante mil y una noches. Me llevo tu hombría acotada a
mi lengua. Te he matado.)
Nota:
Remitirse, quien lo desee, a: “La lengua de Scherezada”, Alberto
Forcada, 1999, México, D. F., Consejo Nacional para la Cultura y las Artes
(CONACULTA).
5: ARACELI OTAMENDI (Foto de Oscar Molek)
Si tuviera que elegir universos de
artistas en los que perderme o encontrarme, o donde me incluyeran como
personaje, iría por opciones llenas de fantasía, profundidad y un toque de
extrañeza. Me imagino habitando el mundo de “Barbarella” de Jean-Claude
Forest, siendo un personaje humano, pero con un giro fantástico: quizás una
viajera espacial con la capacidad de soñar mundos enteros, flotando entre
planetas surrealistas con esa mezcla de inocencia y audacia que tiene el cómic.
La bondad del universo, sería un refugio perfecto para explorar sin miedo.
Después, me tienta perderme en un cuento
de Julio Cortázar, como “Casa tomada” o algo más onírico de “Bestiario”.
Sería un personaje que salta entre realidades sin notarlo del todo, atrapado en
un Buenos Aires donde lo cotidiano se quiebra y lo imposible se cuela por las
rendijas. O en un relato de Jorge Luis Borges, tal vez como una figura
secundaria en “El Aleph”, alguien que intuye los infinitos, pero nunca
los comprende del todo, vagando entre tiempos y espejos.
Si vamos a lo desconcertante, un cuento de
Silvina Ocampo sería un sueño: ser un personaje con esa mezcla de ternura y
rareza que ella sabía construir, quizás una niña que ve lo que nadie más ve en
un mundo torcido y poético. Y con Clarice Lispector, me encantaría ser parte de
algo como un cuento de ella, un ser que vive en los bordes de lo real, atrapado
en sensaciones intensas y pensamientos que no terminan de encajar.
También me gustaría estar en una
aguafuerte porteña de Roberto Arlt, podría ser “La mujer que escribe de
noche cerca de la ventana” y que el autor se imaginara lo que estoy
escribiendo mientras camina por la ciudad.
Si voy más atrás en el tiempo, ser un
personaje de Guillermo Enrique Hudson en un cuento, viviendo en el campo,
montando a caballo y durmiendo con el canto de los pájaros.
Y ya que de fantasear se trata, podría ser
un personaje de una leyenda indígena argentina, tal vez anónima, que al correr
peligro se transforma en un árbol florecido y recibe el nombre de algún pájaro.
Tal vez, ser una escritora personaje en
una novela policial de Patricia Highsmith, donde a su vez crea otro personaje
que escribe una novela.
6: CAROLINA DOARTERO
Me encantaría perderme en el universo
pictórico de Remedios Varo.
Descubrir
su obra tuvo en mí resonancias inabarcables. Me acerqué a su imaginario con
todo el cuerpo, con todo el ser.
Su
obra trasciende lo visual, promueve un salto perceptivo. Invita a mirar con “los
ojos de la carne, de la mente y del espíritu” como dice Ken Wilber al
referirse a los tres niveles de percepción y experiencia.
Hay
muchos puntos de contacto entre Remedios Varo y mi búsqueda personal y creativa.
Sus
cuadros tienen textura, espesor, y una narrativa que sólo se capta desde la
intuición. Emanan ritualidad. Una sacralidad prosaica en la que conviven
animales fantásticos, insectos, muebles y objetos animados, con elementos de
captación sutil.
Las
escenas transmiten silencio introspectivo, interiorización.
Transcurren en arquitecturas de líneas románicas y góticas, pero
atemporales.
Las
cúpulas, cavidades y concavidades de estos espacios aparecen una y otra vez en
mi imaginario y poesía.
Me
une a Remedios Varo su entrega al desarrollo de la consciencia a través del
psicoanálisis, los lenguajes simbólicos, la alquimia, la astrologìa, la
metafísica, el hermetismo, la kabbalah y la exploración de lo onírico como
campo de información.
Y
el entramado inseparable entre vida y obra en la que esta última es
manifestación de las diferentes fases del camino de autoconocimiento.
En
los cuadros aparece su rostro en todos los personajes. Rostros blanquecinos,
nacarados, de expresión neutra, sin dramatismo.
Se
la ve transfigurada, andrógina, despojada. Etérea y al mismo tiempo encarnada.
Veo
en su obra la integración de polaridades, luz y oscuridad, vehículo
imprescindible para conectar los diferentes planos de la realidad con la
multidimensión.
Me
maravillan las escenas que van desde lo subterráneo hasta lo astral.
Otro punto de contacto con Varo es la influencia del Bosco en su obra.
Un pintor que me atrae desde mi infancia. Me recuerdo mirando una y otra vez
los detalles de “El jardín de las delicias”.
Otra conexión potente es su acercamiento a la danza como medio de
expansión de la consciencia.
Con
su amiga Leonora Carrington, compartían arte y espiritualidad. Eran seguidoras
del “Cuarto Camino” de Gurdjieff y practicaban las danzas sagradas.
Danzas repetitivas, de alta intensidad que influyeron en coreógrafos como Pina
Bausch y José Limón.
En
sus cuadros, los seres longilíneos con reminiscencias de las figuras humanas
del Greco, me traen ideas coreográficas y de movimiento.
La presencia de pájaros, plumas y el tema
del vuelo es otro tema que se repite en su obra y atraviesa mi danza y mi
poesía.
Por último, los hilos, filamentos y hebras que ligan espacios, seres y cosas es otro
gran punto de encuentro con su obra. En mi poesía, casi una obsesión.
El hilo une lo fragmentado, conecta lo que
parecía separado. Sintetiza un modo
perceptivo, la consciencia de unidad.
“El
manto sin costuras del universo” que menciona Einstein, punto de partida
del misticismo oriental.
Me perdería feliz en la obra de Remedios
Varo, en quietud contemplativa o en movimiento.
Su
universo me resulta familiar.
Me veo en ella:
mujer
pájaro
mujer
árbol
escarabajo
libélula
maga
alquimista
trovadora
tejedora
del manto terrestre
canoa
sirena
Remedios
me re liga
algo en mí recuerda.
7: CATALINA BOCCARDO
La pasión según Clarice
Lispector. Los misterios de Clarice. El clímax. Esa escritura
flotante y a su vez, de profundidades. Sus personajes cotidianos, comunes,
incluidos en sus historias que van tomando otras formas con el correr de la
vida.
Compruebo que estoy escribiendo entre el sueño y la
vigilia. De esta manera una querría ser el personaje y la
escritora sutil. Amorfa. La pescadora de ideas. La emoción con la idea, la idea
con las palabras. La metamorfosis. Esa experimentación de los fantasmas
vigilantes. La penumbra nocturna los cubre. Y vuelve a amanecer.
Tapada como una crisálida, a la espera.
Acostada con los párpados cerrados.
Cuándo duermo y me despierto son las
preguntas admitidas.
Creo levantarme mariposa.
A ella (la escritora) le hubiera gustado
nacer bicho. O quizá, una planta. A
mí me gustaría algo de todo eso. Y, en el caso, no ser devorada pronto.
Desearía vivir mucho. Elegiría un
paquidermo, una tortuga, un cactus. Cientos de años, milenios. Desarrollar esa
pasión. Una pasión por la escritura es larga. Contundente. Arbitrario acto
escritural.
Una de mis fuentes trata del libro con
título marino. Cuando su autora se dejó llevar hasta el final con la forma de
un molusco. Dejó atrás caparazones o exigencias del entorno.
No importó ninguna narrativa.
Sólo ser.
El verbo “ser” no como esencia, ontología.
Ser viviendo y viviendo, viviente y suelto, en páginas de papel. O digitales.
Sin ocluir el libro diurno. Más que un
instante, quiero su fluir; arremeter con esta idea.
Si ella optó por una vida inventada, también este yo que está escribiendo esto.
Circular, sin puntos de referencia, sin equidistancia explicativa. Rizomática
cuestión de quien hace un texto sin ley.
Ella. Una mujer.
Escritura femenina.
Bello no estar atrapada por nadie. Ni
atrapar.
Y quién dice que hay que secuestrar a los
personajes. Hacerles un argumento. Tomarlos en la trama, forzados a accionar.
Identificarlos estatalmente. No, sin jurisdicciones. La autora no va a informar
ninguna de sus atribuciones. Sin potestad alguna. Sin antes dudar. Dudar hasta que acabe el tumulto.
8: GRACIELA CROS
En distintos momentos de la vida, creo, me
habría perdido o encontrado en los universos de diferentes artistas. Rectifico,
error en los tiempos verbales elegidos. Me perdí y me encontré. Y hasta escribí
una novela para dar cuenta de eso. Doy un ejemplo, uno entre muchos. Cuando
escribí esa primera y única novela (hasta ahora) estaba pasando una época de
alta, pasional diría, identificación con Onetti, Idea Vilariño y las
respectivas vidas y obras de los dos. Buceaba frenéticamente en las páginas de
“La vida breve” de Onetti, en toda su obra y su vida, pero particularmente en
esa novela. Hice míos algunos de sus personajes y los puse a vivir un thriller
literario apelando a un juego de simulacros, presentándolos como sus imitadores
o falsos clones puestos a vivir por el mismo Onetti para probar su
verosimilitud y de ese modo pasaron a formar parte de mi historia, de hecho,
allí soy un personaje más al que llaman por su apellido, Cros, sin mencionar
nunca su nombre de pila. En esa ambigüedad está el misterio que me interpela,
la ficción literaria que me subyuga. Aparecen en “Muere más tarde” también el
mismo Juan Carlos Onetti (su réplica) y una misteriosa poeta uruguaya a la que
es fácil reconocer en la figura de la gran poeta Idea Vilariño. Ese juego de
planos –mezclados- de realidad y fantasía como espejos que nos incluyen o
eliminan de la escena en instantes, es un recurso que me atrae y en toda mi
escritura hay un ida y vuelta entre artistas, su obra, y la mía. En esa misma
novela me llamo a mí misma “La Madame Bovary del subdesarrollo”. Aclaro que la
novela fue escrita entre el 30 de mayo de 1994 -día de la muerte de Onetti, día
en que empecé a escribirla en estado de shock profundamente conmovida por su
partida-, y el 2000, año en que fue premiada en la convocatoria de la
Secretaría de Cultura de la Nación y aclaro también que antes de llamarse “Muere
más tarde” pasó por otras versiones bajo el título “Al imperio”, siendo
finalista del premio Emecé y mención de honor del Fondo Nacional de las Artes.
Yo “era” Idea Vilariño y quería llamar la atención de los lectores, invitarlos
a que leyeran la obra de Onetti y también era la Idea Vilariño que lloraba su
muerte, como también era Emma Bovary, porque como ella, o como El Quijote,
estaba intoxicada de literatura y hacer pie en la realidad no era tarea fácil.
Yo decía como lo hizo Flaubert con Madame Bovary: yo soy Onetti, yo soy Idea
Vilariño, y todo lo demás era literatura. Y como para coronar el proyecto
estaba el título que venía de otra figura amada y central en mi vida,
Marguerite Duras, quien en su libro “Escribir”, en el texto llamado “Roma” dice:
“Ella vive. No muere. Muere más tarde, de esa trampa de ser la prisionera de un
hombre y, a la vez, amarle.” Toda mi obra es así, un diálogo infinito y fecundo
con las voces de otros artistas.
9: KARINA LERMAN
Casi al modo de una “poeta ladrona de
papeles robados” podría hacerme eco de ese fuego real que lejos de extinguirse
se multiplica a lo largo de diversos personajes borgeanos. Personajes que se
desprenden y conjugan entre sí, al mismo tiempo fragmentarios, pero de una
aparente unidad: de Ulrica a la Beatrice de Dante. De Antígona a Eurídice vía
Orfeo. Una colección de rastros e indicios como puntapié a un recuerdo futuro
que desbarate las desgracias y las recupere en su gracia. Una especie de
personaje/s serial/es que muta-n y se reacomoda-n metamorfoseado-s. Porque cada
texto posee su propio territorio móvil, islotes escriturales que migran con
cada pulso. Casi al modo de una mitología personal ser el tigre de Blake o el
de Borges hacia las zonas ramificadas del Cayupán. Una evocación mítica
atravesada por cientos de universos -que en un ir y venir de la conjetura a la
experiencia creada y viceversa- sea la piel viva de un lector/a escritor/a
ovillada como perlas sobre el texto. Una soñante infinita en el tránsito del
Dante junto a las hijas de Lot
reponiendo la escena del purgatorio en una devoción sin fin. Casi al borde de
la letra (o de la locura fantástica) mudar (se) en la mariposa de Chuang Tzu o
en la rosa de Paracelso. O más aún, el cuervo del “nevermore” que desde las cúpulas de Mayo (junto a un Bartleby
dixit) repara en alguna de las Emily
-en ambas- con su pico corvo, y en una suerte de notación porosa por la cual se
escabulle una y otra vez el entredicho eterno e infinito del poema.
10: LILIANA ALLAMI
Son
muchos los artistas que me invitan a sumergirme en sus mundos para poder
perderme y, a la vez, encontrarme porque de eso se trata, ¿no? De ir siguiendo
señales, atenta, conmovida, a tientas, para que algo, de repente, pueda serme
revelado.
Aunque otras disciplinas, como por ejemplo
el cine, me han deparado también momentos mágicos, es la literatura el arte que
más frecuento.
La prosa que me atrae es la intimista, la
que ahonda en los vínculos, en las emociones, en los sentimientos. Y si bien son
muchos los escritores que de esta manera me convocan, hay un nombre que frente
a esta pregunta se despliega ante mis ojos, me hace un guiño y se destaca como
un faro: ese nombre es Philip Roth. Este escritor estadounidense de origen
judío, con una mirada aguda, de manera autorreflexiva y con cierta ironía,
trata los conflictos del siglo XX y abre de par en par una puerta hacia
distintas realidades para que nosotros, los lectores, de inmediato nos veamos
reflejados. Ocupándose de las
cuestiones fundamentales que inquietan al mundo, Roth siempre me invita a
transitar desde lo magnánimo a lo mínimo, de los problemas universales a la más
absoluta intimidad. Con sus ficciones, más que ningún otro escritor, me
permitió comprenderme a mí misma y comprender a quienes me rodean. Con un
lenguaje propio, luminoso e intenso, tiene la virtud de crear universos que me
impulsaron, sin duda, a confrontarme. La novela “Pastoral americana”,
más que ninguna otra obra que yo haya tenido entre las manos, me hizo cambiar
la percepción de un mundo que, siento, veía cómodamente instalada desde un
pedestal, inalterada, entera. Sus páginas revolucionaron mi cabeza, y me animo
a decir -eso espero, eso deseo- que borraron en mí todo resto de arrogancia. El
derrumbe del sueño americano, su caída, su desmantelamiento, me enfrentó de
lleno a mi propia fragilidad, a mi vulnerabilidad, a la vulnerabilidad del
mundo que nos rodea, a resignificar la importancia de ciertas cuestiones que
solemos adorar porque nos deslumbran con su brillo y con su persistencia.
Comprendí que, de pronto, podríamos convertirnos en la ruina de lo que alguna
vez fuéramos, que los andamios a los que nos aferramos podrían desmoronarse de
un momento a otro dejándonos desnudos, a la intemperie, solos. Ninguno de nosotros
está exento.
Como ya dije, muchos otros escritores me
convocan. Pero siento que hay en ellos un denominador común, algo que los
vincula no solo por los temas que tratan sino por cómo son tratados. Una
estética -forma y fondo- que tiende un lazo hacia mí y que no me suelta. Sus
prosas me toman de las pestañas, hacen que me sumerja entera, cuerpo y alma,
entre sus páginas. Atenta, inquieta, buceo entre esas palabras que me
interpelan, me cuestionan, me emocionan, me acompañan y, sobre todo, me transforman,
me van modificando: después de atravesarlas yo soy otra: más vulnerable
todavía, más sensible y, con suerte, un poquito más sabia.
11: LILIANA CAMPAZZO
Ante la
pregunta que me hiciste me sentí convocada y abierta a jugar con la respuesta,
pero pasados unos días empecé a dudar.
Mis dudas eran
acerca de mí misma. Sería pretenciosa mi respuesta? Tal vez infantil? O no
sería sincera, tratando de causar buena impresión?
En fin, creí
que era sencillo y no lo fue. Pienso que generacionalmente debería estar entre
la Maga de Cortázar y la Alejandra de Sabato, pero no, son dos mujeres
incitantes y arrojadas y no doy el perfil. También se me pasó por la cabeza
Alicia, la de Lewis Carroll, pero la aventura en mí se resume en andar por
caminos de tierra y cielos del sur, en auto y sin relojes ni sombreros.
Así que decidí
ser alguna de las locas que andan entre los personajes de Aurora Venturini,
cualquiera. Porque, al fin y al cabo, soy una poetita vieja de provincias que
lo único que alcanzó a hacer fue publicar unos libritos que andan por las casas
de las amigas y en el mejor de los casos una profe de escuela a la que algunos
recuerdan por sus clases en que la pintura y el dibujo se mezclaba siempre con
algunos poemas y libros que funcionaban en raras sinergias.
No sé si me da
para más. Te escribo desde mi mesa de la cocina mientras el techo de mi casa
retumba una lluvia que no es de acá.
Gracias por
hacerme pensar.
12: LILIANA HEER
1) ¿En los universos de qué artistas te agradaría
perderte (o encontrarte)?
Me gustaría formar parte del streams of
consciousness de Joyce, esa inquietante deriva potente en escenas
cotidianas con personajes inolvidables. Amalia Popper, Molly Bloom, Anna Livia
Plurabelle, verdaderos paradigmas que responden a la pregunta de Freud: Qué
quiere una mujer. En ese universo, ellas son descubiertas mientras él escribe,
recuerda momentos, otorga voces; las siente palpitar como si diera a luz y al
mismo tiempo esa luz lo cegara.
Tal vez, quiero ser un doble de Buck
Mulligan, estar en Ulises desde el primer párrafo. Él abre la novela con
su irreverente Introito ad altare Dei, bendiciendo el horizonte. Una
apertura teatral, plena de ocurrencias irónicas. Es capaz de burlarse con
soltura de una variedad de temas “serios” y sobre todo de sí mismo. ¿Un guiño
hacia Falstaff?
Acaso prefiera ser una luciérnaga en el
capítulo 17, cuando Bloom y Stephen – el duunvirato- caminan por las
calles de Dublín con el recurso de preguntar y responder. Una voz en tercera
propicia el inolvidable diálogo entre ellos: música, literatura, París,
amistad, credos, prostitución, salud, naturaleza.
También, sería divertido habitar el cosmos
poético de Mario Trejo. Descubrir sensaciones desconcertantes, saltos, pasajes
al sonido. Ese vigor expansivo capaz de arrasar territorios del orden
enunciando lo impronunciable.
Avanzar en una cabalgata infinita, ser parodiada en la cámara lúcida de una postura crítica. Trejo, personalmente y en sus escritos, poseía una sintaxis dispuesta a patear cualquier pesadilla. Tal vez, el principio más poderoso de su estrategia sea despertar estruendos.
2) O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o
elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de
algún otro modo?
Una pregunta excelente disparadora de
efectos espejo. Acerca de “los universos y personajes elegidos”, creo haberme
referido.
Con otras lecturas, mis preferencias
fueron sufriendo mutaciones. Recuerdo obras, autores, tramas alucinantes
carentes de bella sintaxis; puedo afirmar que permanecen en mí sin intención de
releerlas.
Otros libros, a los cuales acudo con
relativa frecuencia, genialmente escritos con argumentos singulares, no me
instan a formar parte por variopintas razones. Entre otros autores, Faulkner,
Alejandra Pizarnik, Herta Müller, Rilke, Marguerite Duras, Handke, Angélica
Gorodischer, Murena, Borges, Libertad Demitrópulos, Benjamin, Kurosawa,
Gombrowicz...
Me resulta complejo tratar de incorporarme
en uno u otro elenco, incluso cuando los considere valiosos o envidie la
inmensa capacidad narrativa.
3) La extiendo a otras escritoras argentinas.
Varias
veces imagino ser alguien en un libro de Ana Arzoumanian. Ella dota de
materialidad a los personajes, sentimos sus entrañas en un infinito violento
ritmo transformante.
La poesía, las novelas, los ensayos,
poseen el talento de enfrentarnos a ignorados devenires por su letra sin
mordazas. Sofoca el aliento, exprime el valor del sentido como si el fin del
secreto llamara a sus puertas seguro de ser oído. Lo privado se vuelve
político, la historia es pasada y presente.
El matar de cada día, el morir una vez
más. Tensión. Lujuria. Ternura. Juana la loca vive entre nosotros, los jazmines
ausentes en New York reverberan en nuestras neuronas cuando el caleidoscopio se
detiene en la frase “soy armenia”.
Y más, ascender, cruzar, excavar. Si
Milena viviera, le escribiría cartas a ella; si Kafka viviera, espiaría esas
cartas rogándole que se las envíe a él para leerlas primero.
13: MARÍA BARRIENTOS
Tengo que separar esta pregunta por
etapas, en mi adolescencia me sentía dentro de una novela de Roberto Arlt, me
entusiasmaban sus personajes rebeldes, su implacable forma de ver la traición.
Sentía que era un amigo que me hablaba. Mi corta edad sumada a la rabiosa
manera de describir el mundo me hacía sentir un espíritu afín. Lo mismo me
pasaba con los poemas de Alfonsina Storni, su manera de anticiparse a la época,
su defensa furiosa de los lugares estancos y su defensa de lo femenino. Esa
gran tristeza y melancolía que se desprenden de sus versos y que no están
exentos de la ironía.
Desde muy joven tuve que trabajar en
lugares alejados de lo literario, la literatura venía a mí en tiempos robados a
la vida cotidiana, era una vida secreta que compartía con unos pocos.
Muchas veces, cuando solo quería estar
leyendo o escribiendo, me sentía el personaje de Kafka de “La metamorfosis”,
ese vendedor agobiado que un buen día no puede levantarse más para ir a
trabajar. Esa atmósfera asfixiante a la vez es una cueva donde volverse un ser
invisible, a quien nadie le pide ya nada, un ser repugnante y descartado.
También el universo de Sylvia Plath produjo una fascinación en mí, no solo por
su intensa poesía sino por su narrativa con su novela “La campana de
cristal”.
Con el correr del tiempo entendí que el no
depender económicamente de la literatura fue lo mejor que me pudo pasar.
Alejada de cualquier torre de cristal pude acceder a conocer lo mejor y lo peor
de la condición humana más allá de los libros.
En los últimos años me he ido alejando de
ciertas intensidades, no quiero llamar a esto madurez sino cambios de ciclo, es
natural que la juventud se encandile con la oscuridad, porque la fragilidad de
nuestros primeros años nos vuelve admiradores de experiencias extremas. En
estos momentos me gusta encontrarme con mundos más luminosos, como los paisajes
de Juan L. Ortiz, la clave es el río, el que nos atraviese ese río, un aire
puro, una nostalgia cristalina. Esos poemas de lenguaje exquisito me hablan de
un mundo extraño para mí, un mundo idealizado como todo lo que es lejano.
Siempre viví en la ciudad, la naturaleza
es algo literario en la medida de mi alejamiento real de ese entorno. Leo los
poemas de otros y los míos desentrañando si se trata de un poeta de la ciudad o
de la naturaleza. Por otra parte, me sentí muy dentro de la novela “El oso” de
Marian Engel, una escritora canadiense que narra la historia de una mujer que
se refugia en la naturaleza y se relaciona únicamente con un oso en una isla
remota, mientras se ocupa de catalogar una biblioteca. Muy lentamente fui
entrando en esa casa perdida en una isla donde la única compañía es un oso y en
la particular relación que se establece con la protagonista. Creo que la real
dimensión de un escritor está en convencer al lector de atravesar la realidad y
vivir una nueva condición creada a través de una escritura que borre cualquier
límite.
14: OLGA EDITH ROMERO
Ante las
preguntas a qué artistas hubiera elegido para que me incluyeran en sus obras
como personaje, mi respuesta es que admiro a Diego Velázquez, quien fue un
pintor del Renacimiento español, nacido en Sevilla en 1599. Este artista del
siglo de oro tiene un estilo barroco y aunque su importancia se reconoció dos
siglos después de su muerte, es uno de los más talentosos, tal es así que sus
obras se pueden admirar en el Museo del Prado.
Me encantaría
ser parte de su cuadro “La fábula de Aracne”, también llamado “Las
hilanderas”, que es una alegoría literaria. Las hilanderas se hallan
trabajando en un taller de costura y me agrada esta obra porque incluye
mitología y simbolismo oculto.
Hay cinco
hilanderas, cada una con una tarea específica para llegar a tejer y qué es si
no la escritura, sino armar una trama, una forma de hilar historias, a veces en
forma de prosa y otras componiendo poemas. Preparar la lana o el hilo es como
elegir las palabras, con las cuales se puede o no formar algo que tenga
belleza.
Hay varias
hilanderas, una está cerca del huso, que sirve para hilar torciendo la hebra y
hay otras observando tal vez lo que luego realizarán. A mi me gustaría ser la
que está de espalda y tiene en sus manos un pequeño y rústico telar con el cual
ya ha colocado la urdimbre, que son los hilos longitudinales y se apresta a
realizar la trama, mientras la compañera la observa.
Detrás de este
cuadro hay otro plano de cinco personajes interactuando que observan
querubines.
He elegido esta
obra de arte porque si bien estamos solos ante la creación, nos acompañan
siempre los escritos de poetas contemporáneos y para mí el otro plano
significaría los autores de los cuales nos hemos nutrido y de los cuales hemos
abrevado.
Las
hilanderas, a pesar de no estar haciendo otra cosa que tejer, me recuerdan
mucho a un taller literario grupal, donde cada uno realiza su propio escrito,
al cual luego todos juzgan si ha quedado bueno o no, pero a pesar de ello todos
respetan.
Los escritores y poetas creamos, pero vamos
corrigiendo lo que hacemos constantemente para que quede una “trama” lo más
vistosa posible y que a su vez diga lo que queremos expresar con algo de
belleza.
15: PATRICIA DÍAZ BIALET
Me
hubiese gustado ser esa mujer a la que el poeta chileno Vicente Huidobro le
dice en el Canto II de su libro “Altazor”:
Mujer el mundo
está amueblado por tus ojos
Se hace más alto
el cielo en tu presencia
La tierra se
prolonga de rosa en rosa
Y el aire se
prolonga de paloma en paloma
Al irte dejas
una estrella en tu sitio
Dejas caer tus
luces como el barco que pasa
Mientras te
sigue mi canto embrujado
Como una
serpiente fiel y melancólica
Y tú vuelves la
cabeza detrás de algún astro
También me hubiese gustado ser ese
silencio que el mismo poeta nombra en el siguiente verso al final del Canto I:
Silencio
Se oye el pulso
del mundo como nunca pálido
La tierra acaba
de alumbrar un árbol
Fue tal el impacto que me causó leer el
libro “Altazor” a mis
diecinueve años, que –en ese tiempo- podía repetir fragmentos de memoria.
Recuerdo que leía y releía los inmensos y profundos versos y siempre sentía esa
misma emoción: una especie de epifanía que me revelaba que la belleza del poema
nos puede conectar con el poeta sin haberlo conocido personalmente o sin haber
vivido en el mismo tiempo y lugar. Desde la página de un libro saltamos
directamente al alma del poeta, a su sentir más recóndito, más privado, sin
ningún intermediario más que la palabra, maravillosamente tocada por la poesía.
Otro universo que me causa una profunda
felicidad es la interpretación de la cantante Sarah Vaughan. Desde muy chica me
gustó la música, sobre todo el jazz. Recuerdo que a mis trece años iba a los
conciertos que organizaba el “Club del Jazz”, institución fundada por César
Parisi. En mi adolescencia compraba vinilos de orquestas y cantantes de jazz, y
una vez que escuché a la incomparable Sarah Vaughan, no pude dejar de
escucharla ya nunca más. La poesía y la música no solo se parecen en que las
dos tienen conceptos e imágenes que transmiten las palabras, sino que también
en el hecho de que ambas nos ofrecen un ritmo y una melodía. La palabra hablada
y la palabra cantada, las dos nos brindan una combinación de notas, un ritmo,
una cadencia que impactan en nuestro presente y en nuestro pasado. Las melodías
de un poema o de una canción pueden despertar la imaginación, llevarnos hacia
adentro de nosotros mismos, hacernos descubrir cómo nos sentimos realmente, y
también pueden evocar nuestros recuerdos, llevarnos a momentos vividos y anclar
en ellos. Las melodías que un poema o una canción nos regalan, nos transportan
también a otras realidades, a otros mundos, a otros creadores.
16: SILVANA FRANZETTI (foto de Laura Varela)
“Para
entender China tal vez sea necesario vivir en ella mucho tiempo, pero un
ilustre sinólogo, durante un debate, ha señalado que quien pasa un mes en China
se siente capaz de escribir todo un libro; de escribir, tras algunos meses,
solo unas páginas; y que prefiere, tras varios años, no escribir nada” (*).
Esta sentencia es análoga a mi deseo de vivir cuatro semanas con Juanele Ortiz
para escribir un libro; si esta primera opción no fuera posible, elegiría
reunirme con él durante un otoño para fumar opio y, con mucha suerte, escribir
un poema extenso; después de esa experiencia, pasaría años conversando sobre
nuestros sueños.
Un amanecer de junio, hace décadas,
sobrevolaba Berlín: miraba las nubes espesas, inmensas, no itinerantes, cientos
de tonalidades de gris. Viajaba hacia una ciudad con sol y, paradójicamente, no
podía dejar de pensar en la luz tenue de algunas películas de Aki Kaurismäki y
Katsuhito Ishii (“Nubes pasajeras”, “El sabor del té”). Así
surgieron algunos poemas, como “Las sombras de un día nublado” (**).
Seguía la claridad de Godard hasta que sentía la necesidad de apartarme y
perderme en la luz nórdica o en ese punto de intersección entre los trópicos
norte y sur, donde se yuxtaponen la novela corta y el poema.
Construiría con Hanna Höch la vertiente
feminista del dadaísmo, me reuniría con ella y otras mujeres poetas y artistas
trabajadoras en talleres de distintas ciudades del mundo para discutir arte,
política y revolución, dos veces por semana, de noche, después de haber
trabajado más de diez horas diarias en una editorial. Haríamos afiches con
fotomontajes que convoquen a la huelga general y denuncien las condiciones de
explotación de la mujer en todos los ámbitos, también en el arte. Esa
experiencia marcaría toda mi existencia, se produciría, a la vez, un corte real
y simbólico. En 1922, nos encontraríamos en un café con Vladimir Mayakosvski,
que estaría de viaje en Berlín, y durante horas intercambiaríamos experiencias
sobre poesía y gráfica, llamaríamos “películas estáticas” a los fotomontajes,
organizaríamos acciones poéticas al aire libre, en parques, y por la noche
leeríamos poesía en un club nocturno, fumaríamos cigarros y bailaríamos.
Con Jean-Luc Godard trabajaría en su
equipo de edición, me dedicaría a examinar y elegir tomas, a identificar qué
pasar de un lugar a otro, dónde cortar, con qué reemplazar, qué reconocer como
insustituible, cómo sincronizar y también cómo desmontar el sonido de la
imagen. Antes de esto, colaboraría en la selección de las imágenes de archivo,
en la prueba infinita de colores y en los ensayos de puesta en voz de algunos
textos, estaría en todo lo que rodease la filmación, en el otro guion, donde se
sigue escribiendo el lenguaje cinematográfico. Pasaría la vida en esa isla de
edición basamento del universo, como la piedra de Ptyx, en ese lugar donde
siempre se escucha el sonido del mar y el mundo se abre una vez más.
*
Michelangelo Antonioni, en Chung Kuo: Cina, 1972, como se citó en “Más allá
de las nubes”, Barcelona, Mondadori, 2000, trad. Juan Manuel Salmerón.
** Las sombras de un día nublado / sostienen una
línea de pájaros sobre / el cable de luz / sugieren el límite entre / una y
otra pausa / cambian / la dirección del viento / introducen / la / conversación
/ de los chicos en el parque, / de las madres en la plaza / obturan el colador
de té / usado esta mañana / para hacer el café / hacen que las cosas / cambien
de lugar, / incluso que tu mirada / cambie de lugar / desplazan la conversación
/ sobre las mil y una / noches / dispersan las piezas / de ajedrez / y la
jugada / llegan sin que digas “las vi” / tardan en llegar / si es de mañana /
alargan los hilos / de coser / ablandan / la escalera / del museo / y los
marcos de los cuadros / nunca aparecerían / en la tevé, / aunque es posible
verlas al / pasar las hojas de un diario / cambian el color / del mar / que
hasta recién / era verde / se rehúsan / a los paraguas / remueven las / capas
de los sentidos / vuelven / cada tanto / a cambiar la perspectiva / se parecen
al sonido del contrabajo / no se filtran, / destilan hilos de luz / sobre el
papel carta / unas horas / antes de la lluvia / apaciguan las hojas de los
árboles / se diluyen / en la tinta china / antes de encender la luz.
17: SILVIA MARINA CRESPO
Después de pensar, repasar el universo de
tantos y tan grandes artistas y poetas, elijo a Enrique Molina, por su palabra
vívida, sus cadenas de palabras como hechos. Hace muchos años, cuando comencé a
leer su obra poética y luego su novela (“Una sombra donde sueña Camila O'Gorman”),
confieso que me costaba sostener la dirección, el sentido de su escritura dada
su intención de romper con el discurso lógico. Pero cuando pude concebirlo,
dejarme llevar por el curso del lenguaje del que hace uso en forma analógica (o
sea, ni en forma lógica ni tocando el absurdo), me conmovió profundamente y mi
búsqueda, tanto en la poesía como en la plástica, ya no fue la misma. Su
universo se expande, permite ver de otra forma, extiende y hunde la mirada para
ver otros aspectos de las cosas, otros comportamientos en las circunstancias y
el devenir humano. Su búsqueda no se detiene hasta incitar a una renovación de
la consciencia, como lo hace al intentar poner palabra en esa percepción de
simultaneidad o de contradicción en lo que se percibe; cito como ejemplo: “todo
termina/ los viajes y el amor/ nada termina/ ni viajes ni amor ni olvido ni
avidez”. O hasta despertar la sensación de haber vivido situaciones de las
que no tenemos evidencias (déja vu), como cuando dice en el poema “Alta marea”:
“esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro cielo
en otro infierno”.
Podría decir que vivo la escritura de
Enrique Molina como una experiencia, en su poesía se huele, se toca lo que
nombra, sitúa sentimientos nuevos que abren tanto a una nueva compresión como a
una nueva valoración. Al respecto, recuerdo unos versos del poema “Francisca
Sánchez”, quien fuera pareja y luego segunda esposa de Rubén Darío, una mujer
humilde y analfabeta cuando R. D. la conoció. Molina dice de ella: “Ignorante
como la lluvia/ Francisca Sánchez/ tan sólo lee en el pan que corta en sueños/
en la sal de las lágrimas”.
Por la búsqueda constante a través de una
mirada que consigue despojarse hasta la inocencia, yendo a tientas por la
incertidumbre, sosteniendo la desconfianza con un rigor que obliga a volver a
mirar, así como la pasión por acercarse a lo verdadero para zambullirse una y
otra vez en la realidad de este continente, de este su “planeta adorable”,
me inquieta el querer saber o al menos intuir, sospechar, cómo llegaría este
poeta a ver el tiempo actual, qué descubriría en las recientes
transformaciones del ser unidas a lo remoto, en el desamparo de la condición
humana.
18: SUSANA CATTANEO CORONA
Cada vez que releo la obra de Olga Orozco,
siento que me rodea un mundo que va más allá del que me rodea. Esta poeta que
puso palabras al misterio (Pizarnik puso misterio a las palabras), instaura en
mí el deseo de cruzar el Portal que conduzca a un universo como el que ella
crea, tanto en sus poemas como en sus relatos. Lo misterioso, la vida, la
muerte, lo oculto, Dios, la lectura de cartas del tarot, la astrología, la
mirada profunda por doquier, enamoran todos mis sentidos. Crece en mí una
fuerza poderosa que a gritos me dice que hay algo inmenso y trascendente, un
“algo” que es la vida pura, esa que aún no conocemos. Como ella decía: “que
no podemos conocer desde este costado del mundo”. Todo me envuelve como si
fuera un manto de magia; crece mi interés por lo que aún no tiene nombre.
Alejandra Pizarnik me invita a recorrer un
mundo atrayente y a la vez un tanto lúgubre. Me gustaría caminar por esas
noches donde ella era dos y los momentos en que tomaba té con su muñeca. Un
mundo donde la muerte ya no es lo desconocido sino una compañera esperada y
deseada. Una presencia constante. Transitaría cuartos donde ojos, rostros,
miradas parecen invitar al asombro.
Siento en el mundo de esta poeta, que me
rodea la oscuridad, pero también la luz del alba que ilumina una rotura por
donde entra el sol. El lugar donde vive su poesía me enriquece.
Marosa di Giorgio. Cuando navego por el
ambiente que crea siento una placentera frescura. Todo es verde y amarillo.
Todo iluminado. La sensualidad sonríe. Me gustaría transformarme en una planta,
un hongo, sentir que soy a la vez una hidra, una flor de lis, una azucena.
Vivir en un mundo donde una gallina se puede casar sola, consigo misma.
Esta poeta crea un lugar de exquisita
fantasía donde predomina otra realidad que se impone, creada a su vez, dentro
de la realidad. Allí soy libre.
Jorge Luis Borges en su libro “El
Aleph” escribe un relato titulado “La casa de Asterión”. En un
monólogo (excepto la oración final) recrea el mundo del interior del Minotauro
explayando sus pensamientos arrogantes, omnipotentes y altaneros, pudiendo
entenderse la altivez de Asterión como el convencimiento de ser el más
todopoderoso: un dios. El relato termina diciendo: “Lo creerás, Ariadna
-dijo Teseo- el Minotauro apenas se defendió”.
Me hubiera gustado estar dentro de este
relato como un personaje del cual sólo apareciera su voz, como una conciencia
protectora que le hiciera reflexionar por cada expresión narcisista; que ese
personaje hubiera podido enseñarle un poco de humildad para que comprendiera
que era vulnerable. Esto podría haberlo ayudado a salvar su vida,
defendiéndose.
19: SUSANA SLEDNEW
La vez que leí “El libro del
desasosiego” y cada vez que volví a fragmentos, he pensado quién es quién
cuando se firma con un heterónimo, cuánto de la voz de su autor, Fernando
Pessoa, hubo durante la escritura y la gestación de la obra.
Me dice la información a la que accedo a
través de notas que “era un hombre de su época, interesado en el ocultismo,
la política y la literatura vanguardista (…) que su vida fue marcada por
la soledad y el deseo de trascendencia”. Leo también: era un “soñador
que razona” (…) un “místico descreído”; “un monstruo de
imposibilidades anclado en la realidad” (...) “su voz era opaca y
temblorosa, como la de las criaturas que no esperan nada, porque es
perfectamente inútil esperar”. ¿Quién lo era? ¿Cuál o cuáles de todas las
facetas y visiones del mundo que emergen en esta obra pertenecen en realidad a
Fernando Pessoa?
Me hubiera gustado protagonizar
intervenciones en algunos fragmentos de ese Libro, mi propia voz en diálogo,
para divagar -con él o con Bernardo Soares acerca de él- sobre distancias y
cercanías entre lo que dice su alter ego y lo que hubiera dicho el real
Fernando Pessoa, fuera de esa ficción que en un punto crean los textos
poéticos, pero sobre todo los firmados así.
Me hubiera interesado ser una voz que se
hiciera presente desde el presente. Transcurrir ahí, en ciertos pasajes, como
una figura que le discutiera desde una mirada espontánea, sin dobleces
filosóficos o conceptuales estudiados, sino desde la vida misma, desde su
celebración y su inquietud. Y que el propio Pessoa acudiera a darme respuesta o
a seguir el diálogo. Que él manifestara sus propias observaciones ante la
insistencia melancólica, frente a la introspección de los planteos, junto a sus
divagaciones en escenas cotidianas, de cara a la filosofía de vida que se va
colando en los textos. Porque este Libro es uno de los que con más intensidad
me ha hecho pensar, divagar, mirarme, mirar alrededor, apreciar actos y sucesos
cotidianos.
Si bien, se dice que “El libro del
desasosiego” es la más ‘pessoana’ de todas sus obras, es a la vez -de entre
quienes he leído con tanta ganancia hacia lo esencial de la condición humana-,
el autor que menos ha saciado mi curiosidad sobre su propia voz por el peso que
le agrega el heterónimo: figura que supone un ser distinto al de su personalidad
original.
Esta ‘nueva obra intervenida’ me
propondría una manera diferente de perderme y de encontrarme.
20: VIRGINIA CARAMÉS
Me pongo a pensar y encuentro que no
quisiera estar en la mayoría de las novelas de mis autores preferidos. Si
anduviera por Córdoba, me cuidaría de que mi visita fuera lejos de la nostalgia
del almacén de “Los adioses” de Onetti. ¿Visitar a los Compson de
Faulkner? ¡No! Pasar por lo de Mme Arnoux, la de la “Educación sentimental”,
tampoco. No entraría en los mundos terribles de Günter
Grass ni de Sebald. Tal vez, me daría una vuelta por el “Glosa” de Saer,
pero en el asado al que no asistieron Leto ni el Matemático. Y si bien pasaría
a tomar un Martini por lo de los Farquanson, me retiraría temprano ya que
Cheever me advirtió que todo se irá poniendo espeso. No me enredaría en los
galimatías de Olga y K porque no quiero ir a “El castillo”, a mí me
gusta acá. (*) En fin, bien me cuidaría de que entre todos ellos y yo
mediara la página encuadernada.
Me sentaría a conversar con Flaubert, que
me cuente cómo vinculó a los sobrevivientes del naufragio del Medusa con el
sitio de Cartago para “Salambó”. Me tomaría un vermouth con Leónidas
Lamborghini en una mesa en la vereda con un triolet de papas fritas, palitos y
maníes y, en plan de simpatías, lo invitaríamos a Aristófanes para que haga
gala de sus ocurrencias. Paso de Borges y Bioy Casares, ya quedaron en el
registro exhaustivo del diario de ABC.
Quisiera verlo a Montale lidiar con los
girasoles, a Eliot medir el tiempo en cucharitas de café, iría con Szymborska
al teatro, con Marco Denevi a un concierto, con Manuel Puig iría al cine o bien
le pediría a Molina (**) que me cuente una película (sería un Molina libre,
sonriente y en una plaza). Con Marosa di Giorgio iría al jardín –o mejor con
Emily-. (***) Me sentaría al atardecer, en la isla, con Leopoldo Lugones, pero
con un Lugones cercano, con el Lugones de Aira.
Y sobre todo le prestaría oreja a Proust
cuando me contara a propósito de Bergotte: “Tenía que resignarme a la idea
de que incluso los seres que fueron más caros al escritor no han hecho, al fin
de cuentas, sino posar para él como para un pintor.”
(*)
Paráfrasis de un verso del poema del poeta dadaísta argentino Federico Manuel Peralta Ramos: “No
quiero ir a la luna, a mí me gusta acá…”
(**)
Molina: personaje de la novela de Manuel Puig “El beso de la mujer araña”.
(***)
Emily Dickinson.