Saturday, April 26, 2025

Escaños reservados

 Jorge Etcheverry


Chile, como una repisa que es que se proyecta de la cordillera sobre el abismo marino debe garantizar su supervivencia y su ecología. La tranquilidad y productividad oceánicas es un sine qua non al que no se le da la importancia debida. Es sabido en algunos círculos que Ctulhu tiene una propiedad bastante grande—una pequeña ciudad casi—en el fondo del mar a una distancia no muy considerable de las costas de Valparaíso, y un pied-à-terre frente a Coquimbo, donde va a veranear todos los años. Garantizar un mar calmo y productivo, y su salvaguarda como ecosistema en su integración con la franja costera, llevó a ciertos sectores a intentar que hubiera una participación activa de las potencias oceánicas principales en la redacción de una Nueva Constitución. Pero hacen falta ciertas consideraciones preliminares. El popular y antiquísimo dicho “Chao pescao” no es análogo al “See you later alligator”, como sostienen lingüistas e historiadores que yo diría se insertan en el neocolonialismo. El “chao pescao” es una de las pintorescas expresiones populares y coloquiales que usa nuestro pueblo para referirse a la muerte. Pero un especialista a quien respeto mucho sostiene que en su origen colonial la expresión era un conjuro para evitar o expulsar—claro que sin resultados fácticos—a esas creaturas situadas en una concurrencia biológica ictio humana, los servidores o medieros de Ctulhu, que solían asolar pueblos y ciudades costeros. Para hacer la historia breve, me consta que personeros de la Recta Provincia y la Isla Friendship se apersonaron ante las autoridades e instituciones cívicas pertinentes con la oferta de la poderosa parte interesada arriba mencionada, que por su intermedio pedía dos escaños reservados en la Comisión Redactora del proyecto de Carta Magna, los que serían ocupados por expertos suyos con forma humana. Estas negociaciones no tuvieron ningún resultado, y fueron acalladas tanto por los medios de comunicación oficiales como en las redes sociales. Entonces, que no nos sorprendan las consecuencias metereológicas que pudieran tener lugar, y que podrían haber sido fácilmente evitadas si las autoridades pertinentes se abocaran a los problemas que realmente importan, aunque no sean pintorescos ni entretenidos, aunque no tengan espacio en la televisión a la hora de punta.

Thursday, April 17, 2025

Oswaldo

Jorge Etcheverry Arcaya




Oswaldo, que es argentino, se mosquéo cuando llegó el poeta borracho y comenzó a besuquear a esa niña que viene los viernes en la tarde con otras amigas europeas, que están estudiando en la Universidad local y que creen que aquí pueden hacer vida nocturna como en Europa. Ella estaba molesta, pero no se atrevía a hacer nada, al poeta lo conocen los habitués, y sabemos que es inofensivo. Oswaldo salió en defensa de la Fukuyama, como le dice a esa ruso-noruega el estudiante de filosofía chileno que llega a veces con Guagua L’Amore y se sienta a mi mesa, porque no tiene a nadie con quién conversar. Entreparéntesis, le pregunté porqué ese alias que le daba a esa niña escultural. Me dijo que era por Francis Fukuyama, ese filósofo nipón que dice que con el neoliberalismo se acaba la historia en un ensayo justamente titulado ¿El fin de la historia?. Ante mi expresión asombrada, me dijo que esa mina era el acabóse, que después de ella ya no podía haber nada, o sea, que se acabó la historia. Y quizás tenía razón. Al mirarla me acordaba de mis lecturas de juventud, de Fortunato Hauberrisser, ese ingeniero holandés sated, blasé, con spleen que en Ámsterdam se mete en un café cosmopolita, high end y medio decadentón de la post primera guerra y describe a princesas rusas de perfiles bellísimos, con todas las fibras vibrantes de sobreexcitación y postración que entraban del brazo de grotescos especuladores con hocico de chancho. O algo más o menos así. Dicho sea de paso, la novela es El Rostro Verde del inimitable Gustav Meyrink, autor exhaustivamente traducido del alemán al español como medio siglo antes que al inglés.
El poeta había llegado con el 039*, un galán colombiano al que le dicen así porque se las lleva a todas. Inmediatamente se le acercaron a la rubia, que miró fugazmente al colombiano, acusando el impacto de su perfil, su pelo negro ensortijado con un tinte gris en las sienes, sus hombros cuadrados, los ojos negros y penetrantes, pero que se encogió asqueada ante la regordeta mano del poeta que se depositaba con naturalidad sobre su hombro derecho. Y luego como dije, el poeta comenzó a besuquearla. Entonces saltó Oswaldo y trató de apartar a la Fuku del poeta, al que le faltó el punto de apoyo y se fue de bruces al suelo, comenzando a sangrar abundantemente por la nariz. El guatón Oswaldo que también se había caído no atinó a nada, mientras estaba a gatas, mirando como hipnotizado las piernas de la europea, cuyas faldas ya de por sí magras se le habían arremangado. Se puso de pie diez segundos después, cuando la rubia ya había cruzado las piernas y buscaba los cigarrillos en la cartera el poeta se incorporaba del brazo de 039 para encaminarse dócilmente a la puerta.
En la mesa traté una y otra vez de que Oswaldo me elaborara esa teoría suya de la bohemia, la poesía, el arte en general, porqué las mujeres se ponen coquetas en los aeropuertos, hospitales, universidades y frentes de guerra, pero estaba como ido, y al cabo de unos minutos pidió la cuenta, se levantó a pagar y me dijo
Sabés loco, las europeas no usan calzones
*CERO 39 CERO 39
(Cumbia de MIKE LAURE)
Ay, lo que me duele, lo que me duele,
Lo que me duele, Válgame Dios,
039, 039, 039, se la llevó
(estribillo

Saturday, April 12, 2025

Los muchachos de la base

 

Jorge Etcheverry

No había nada más que discutir. Felipe H sacaba entonces unas hojas escritas a máquina llenas de tachaduras y borrones y como era flaco y no gritaba mucho las pasaba humildemente de mano en mano y eran cuentos o poesías y los demás se reían su poco pero no con mala intención y las chiquillas se ponían un poco coloradas. Se le daba siempre la palabra como de común acuerdo, pero siempre se iba por las ramas, por las cosas chicas; lo que pensaría cada persona, lo que podía pasar en cada situación concreta. A nosotros nos gustaba ir al grano y cortar los quesos de golpe. Meterse en la cabeza de cada viejo o cada señora era cuento de nunca acabar. Pero en todo caso era mejor que el otro maestro de anteojos, que quería sacar documentos y discutir las bases teóricas de cada peo que nos tirábamos. Claro que no se le podía negar su formación política, aunque nunca se dignaba pegar un afiche. Pero tampoco se lo paraba y las finales las más de las veces se hacía lo que decía él. Pero todo resultaba mejor cuando lo decía el Juaco, que era medio viejón, que chupaba el cigarro, escupía unos hilos de tabaco baboso y empezaba a hablar despacito, casi al final de la reunión, y uno sentía que tenía razón porque sí, porque era el Juaco. Cuando hablaba el universitario nadie decía nada, porque tenía razón, estaba claro, pero como que no calentaba. Entonces el Juaco levantaba el índice nicotinoso y esperaba un rato y empezaba "Lo que quiere decir el compañero..." y recién entonces la cosa importaba. Era como si comenzáramos a verlo todo. No estar de acuerdo hubiera sido como decirle que no a una película, al mono de una revista. Todo aparecía tan clarito. El Juaco se perdió al comienzo. El poeta me mandó un afiche de Amsterdam. Desde que me echaron de la pega he andado al tres y al cuatro y entre esto y lo de más allá no me queda tiempo para la política.

 

Tuesday, April 8, 2025

Advertencia a televidentes, ipódeos, e

Jorge Ramón Etcheverry Arcaya



Cuando la noticias se despliegan en las pantallas o se hilvanan en los reportajes, ¿es acaso la adrenalina la que nos mantiene con los ojos fijos, recibiendo, asimilando y atesorando la ira?. Nos resistimos a que la masacre cumulativa de esas viñetas sangrientas venga a reemplazar a las películas cada vez más fomes, a la música que ya nos deja más o menos igual. Con la micropantalla en la mano cuando sentados en trenes, aeroplanos, o en el sillón frente a la tele, los espectadores se conmueven, se espantan y se enrabian cuando miran esas imágenes. En alguna parte del tejido nervioso los centros procesadores de la materia gris ya empiezan a bostezar aburridos de la repetición que atenúa, desdibuja y a lo mejor borra hasta lo más terrible. En el peor de los casos un inconsciente afán de novedades hace que los dedos cambien el canal para brindarnos nuevas cargas de atrocidades. En el mejor de los casos una voz acaso nos susurre que tengamos cuidado: no sea que las células sean las que nos piden un poco más de adrenalina y no los altos ideales que siempre profesamos.


Wednesday, April 2, 2025

Desorden, miedo, voyeurismo


Jorge Etcheverry        

 Por su constitución más bien delicada, J. no tiene ganas de pasarse el día ordenando papeles, lavando loza, barriendo o pasando la aspiradora, etc., y no contesta a veces los mensajes telefónicos, emails, imbuido como está por ese temor vago, siempre presente, que tiene sus alzas y sus bajones según cómo se vaya dando la mano micro macrocósmica. Ese miedo no es solo cosa de él y de los círculos en que se desenvuelve. Aqueja a muchísima gente, y se ve acompañado en la mayoría de las casos por una lógica bastante rigurosa de parte de los afectados.  Después de todo, esa lógica, y la razón, son formas de ordenar el caos y la aniquilación que dichos individuos sienten que los amenaza por todas partes. En general, creo que hay mucha gente que opina que esa idea de la realidad, o concepción de mundo, es acertada. A lo mejor hasta denota inteligencia, un nivel elevado de conciencia. Y no es que estemos disculpando la neurosis o la paranoia. Porque dada la finitud de la vida, sobre la que tratamos de no pensar, además de la entropía presente en todo orden de cosas, es difícil evitar que muchas personas se sientan aquejadas por una cierta angustia. Sabiéndose mortales, puede que traten de armarse un orden cotidiano que de alguna manera compense el caos que los rodea y que a la postre, y como a todos, va a terminar por aniquilarlos.

 Pero el que habla por teléfono no es uno de sus amigos—así llamados—con quien podría hablar de estas cosas, y que incluso entendería su humor intrínseco, evidente para muchos fulanos o fulanas exilados, sin complejos, aunque vivan en esta otra tierra, mentada como “de oportunidades”, y donde se han ido armando otras vidas, aunque sigan marcados por sus estigmas originales.  No era tampoco el flaco del Círculo Español, que andaba organizando un taller de literatura, para así llevar un poquito de cultura a las actividades de su asociación, el  que abarcaría los diferentes géneros; prosa, poesía, ensayo, teatro, e incluso guiones para el cine o la televisión—único campo rentable para la escritura en estos tiempos— y que de concretarse tendría seguramente un público de señoras y caballeros jubilados. Mientras contesta el teléfono, J. no puede dejar de apartar los visillos con los dedos para ver si la vecina se está vistiendo o desvistiendo. A esa hora de la mañana ella está en su departamento cuando no va al trabajo, que debe ser un part-time, como se dice por aquí. Él supone además que ella estudia en la universidad. No está muy seguro de su edad, aunque representa entre los veintitantos y los treintitantos, un poco entradita en carnes, pero muy bien hecha, torneadita. Cuando no le toca ir al trabajo o a la universidad—si suponemos que está estudiando— se la puede ver caminando, haciendo esto o lo otro, pasando por la ventana de su cuarto, o de los otros cuartos de esa casa que comparte con otra gente joven. No está seguro si se trata de amigos, o de gente que comparte el mismo lugar, roomates, sin nada en común. A lo mejor no se puede fumar, porque J. ha visto cómo ella a veces cierra la puerta de su cuarto, enciende una varilla de incienso y se pone a fumar un cigarrillo, en la noche, tras sus cortinas casi absolutamente transparentes, quizás ignorando que a unos cuantos metros se encuentra la ventana del estudio de J., a quien a esa hora precisamente le bajan las ganas de examinar unos papeles que dejó sobre el escritorio, y se levanta de la cama y va al estudio. No sabe si ella es consciente de ese hecho, de ser una niña exhibicionista o  a lo mejor simplemente descuidada, que por casualidad vive en una casa vecina a la de un voyeurista, o si inocentemente solo se deja vivir. Pero el acto furtivo de la observación sistemática u ocasional, intencional o casual, en un delito en esta sociedad un poco dura en estas cosas, más bien menores, pero que permite a los traficantes de drogas y cafiches ocupar sus esquinas del centro, hacer su negociado a vista y paciencia de todo el mundo, incluso de la policía.  No hay tampoco que olvidar algunos atenuantes: gran parte de esos protagonistas, y la mayoría de las mujeres jóvenes que explotan, son menores de edad, y si se los aprehende ocasionalmente, no tardan mucho en volver a circular.  La misma policía declara a través de sus personeros, ante las conminaciones y recriminaciones de padres angustiados, que si se deciden a apretarle las clavijas a los ratones que trabajan en las esquinas, se les van a escapar los peces gordos que los dirigen y a los que en realidad se trata de controlar.  No.  No es culpa de J..  Cuando él se mudó la situación ya esta armada así, y daba lo mismo que fuera él o un armadillo el que arrendaba el departamento.  Existe el consenso casi fanático de la privacidad personal: quizás esa cortinita que no tapa nada, sobre todo en la noche, cuando las otras luces están apagadas, es una convención, un símbolo, que hace que los naturales del país oficialmente no vean nada y que ese espectáculo quizás ni exista para ellos, ni tampoco en su, expresándolo de una manera más académica, horizonte de expectativas.

 

20 escritoras argentinas responden una misma pregunta deRolando Revagliatti.

  COMPILADO: 20 escritoras argentinas responden una misma pregunta en este Compilado propuesto y organizado por Rolando Revagliatti.   “¿E...