Jorge Ramón Etcheverry Arcaya
Cuando la noticias se despliegan en las pantallas o se hilvanan en los reportajes, ¿es acaso la adrenalina la que nos mantiene con los ojos fijos, recibiendo, asimilando y atesorando la ira?. Nos resistimos a que la masacre cumulativa de esas viñetas sangrientas venga a reemplazar a las películas cada vez más fomes, a la música que ya nos deja más o menos igual. Con la micropantalla en la mano cuando sentados en trenes, aeroplanos, o en el sillón frente a la tele, los espectadores se conmueven, se espantan y se enrabian cuando miran esas imágenes. En alguna parte del tejido nervioso los centros procesadores de la materia gris ya empiezan a bostezar aburridos de la repetición que atenúa, desdibuja y a lo mejor borra hasta lo más terrible. En el peor de los casos un inconsciente afán de novedades hace que los dedos cambien el canal para brindarnos nuevas cargas de atrocidades. En el mejor de los casos una voz acaso nos susurre que tengamos cuidado: no sea que las células sean las que nos piden un poco más de adrenalina y no los altos ideales que siempre profesamos.
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