Jorge Etcheverry Arcaya
Oswaldo, que es argentino, se mosquéo cuando llegó el poeta borracho y comenzó a besuquear a esa niña que viene los viernes en la tarde con otras amigas europeas, que están estudiando en la Universidad local y que creen que aquí pueden hacer vida nocturna como en Europa. Ella estaba molesta, pero no se atrevía a hacer nada, al poeta lo conocen los habitués, y sabemos que es inofensivo. Oswaldo salió en defensa de la Fukuyama, como le dice a esa ruso-noruega el estudiante de filosofía chileno que llega a veces con Guagua L’Amore y se sienta a mi mesa, porque no tiene a nadie con quién conversar. Entreparéntesis, le pregunté porqué ese alias que le daba a esa niña escultural. Me dijo que era por Francis Fukuyama, ese filósofo nipón que dice que con el neoliberalismo se acaba la historia en un ensayo justamente titulado ¿El fin de la historia?. Ante mi expresión asombrada, me dijo que esa mina era el acabóse, que después de ella ya no podía haber nada, o sea, que se acabó la historia. Y quizás tenía razón. Al mirarla me acordaba de mis lecturas de juventud, de Fortunato Hauberrisser, ese ingeniero holandés sated, blasé, con spleen que en Ámsterdam se mete en un café cosmopolita, high end y medio decadentón de la post primera guerra y describe a princesas rusas de perfiles bellísimos, con todas las fibras vibrantes de sobreexcitación y postración que entraban del brazo de grotescos especuladores con hocico de chancho. O algo más o menos así. Dicho sea de paso, la novela es El Rostro Verde del inimitable Gustav Meyrink, autor exhaustivamente traducido del alemán al español como medio siglo antes que al inglés.
El poeta había llegado con el 039*, un galán colombiano al que le dicen así porque se las lleva a todas. Inmediatamente se le acercaron a la rubia, que miró fugazmente al colombiano, acusando el impacto de su perfil, su pelo negro ensortijado con un tinte gris en las sienes, sus hombros cuadrados, los ojos negros y penetrantes, pero que se encogió asqueada ante la regordeta mano del poeta que se depositaba con naturalidad sobre su hombro derecho. Y luego como dije, el poeta comenzó a besuquearla. Entonces saltó Oswaldo y trató de apartar a la Fuku del poeta, al que le faltó el punto de apoyo y se fue de bruces al suelo, comenzando a sangrar abundantemente por la nariz. El guatón Oswaldo que también se había caído no atinó a nada, mientras estaba a gatas, mirando como hipnotizado las piernas de la europea, cuyas faldas ya de por sí magras se le habían arremangado. Se puso de pie diez segundos después, cuando la rubia ya había cruzado las piernas y buscaba los cigarrillos en la cartera el poeta se incorporaba del brazo de 039 para encaminarse dócilmente a la puerta.
En la mesa traté una y otra vez de que Oswaldo me elaborara esa teoría suya de la bohemia, la poesía, el arte en general, porqué las mujeres se ponen coquetas en los aeropuertos, hospitales, universidades y frentes de guerra, pero estaba como ido, y al cabo de unos minutos pidió la cuenta, se levantó a pagar y me dijo
Sabés loco, las europeas no usan calzones
*CERO 39 CERO 39
(Cumbia de MIKE LAURE)
Ay, lo que me duele, lo que me duele,
Lo que me duele, Válgame Dios,
039, 039, 039, se la llevó
(estribillo
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