Monday, December 1, 2025

 


ROLANDO REVAGLIATTI


 Circo


El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.

—Estaba helado. Yo puedo. No me faltaba demasiado para consumirme, desde luego. Pensé: soy un caracol derretido.

Los acomodadores, acomodan. El público se llena la boca con pochoclo. El hombre da vueltas.

—Para llevar sólo lo que necesito, ahora que confirmado sé que puedo, ¿cómo supone usted o cualquiera que quiero seguir prefiriendo seguir recluido debajo de esta mesa?...

El hombre gime. El enanito amortigua un profundo bostezo. Otras luces se encienden.

La mujer porta cofia, grandes aros, fantásticas pestañas y camisón transparente, acampanadísimo. Cien metros de largo; y con muchas y pequeñas pesas en el ruedo. No usa ropa interior. Muslos. Globos pesados. En una cama allá a lo alto, a lo muy alto, sublime. A la cama (tobogán) se sube o se baja (o se bajaría) por una escalerilla. Cubierta por una sábana, la mujer resopla, emite chasquidos.

—¡Si no quiero a todas las personas!... Y ya sé que no soy una princesa. Pero quiero vivir. Vivir... esta vida. —Llama: —Claudio... —Se destapa la cara. Como si lo tuviera a su lado: —Claudio. ¿Pensás en mí?... Claudio.

El enanito, con disimulo, mira hacia las gradas. El público mastica pochoclo. Un león ruge, lejos. Ella sigue:

—Una foto mía no la tiene que tener un... Un navegante, sí. Un diplomático, sí. Alguien que me merezca. Me da una cosa cuando fantaseo... Me suaviza toda. Tu amor me vivifica. ¿Soy como de terciopelo? Como que me astillaría por un parpadeo descontrolado.

El enanito carraspea. El público traga pochoclo. La mujer:

—¿En qué estás pensando, malo? Malo-malo. Sergio Sebastián. Eso sí. Es justo lo que me pedís. A mis pies y con cara de que me comprendés. ¡Ay, cómo me estimula saber que estás en alguna parte! Podés, entre los dedos podés besarme. ¡Ay, cosquillas! —Saca un brazo—. Vos no sos Alejandro, Arturo. Sos azafrán, un soldado templado, un soñador. Me voy a bajar de acá y vas a ver. Sí, sí, corré. No vale que me llamés a los gritos. No soy una mujer para gritar. ¡Y además no quiero a todas las personas!... Soy para apreciar. Una joya de mucho valor. Aunque esté decaída, desmemoriada. —Intempestivamente, como si alguien la tocara: —¡Roberto!... —Saca el otro brazo—. A ver... —Hunde la cara en la almohada—. ¡Toda mi vida! ¡Toda mi vida, Roberto, si te sirve! Oigo palabras y como un aliento. Olas que vienen y ¿¡qué hago con la espuma!?, decime. —Se recompone. Queda destapada hasta la cintura—. Un poco de recato es necesario. Y perfumes. Fragancias del Oriente Medio. O bien, del Trópico de Aries. Una tiene su lugar en la historia. En la historia trasquilada. Su lugarcito. En la historia trasquilimocha. Su propio lugar.

El hombre, absorto, en éxtasis. El enanito se adormila. Los acomodadores tantean sus bolsillos. La mujer:

—Como un clavo en la pared. Como un pez en el agua. Como un geranio en el florero. Como una pluma en el capuchón...

Al público le causa gracia.

—Como un murciélago en el aire. Como una bala en el tambor. Como un olor en la pituitaria... —También a ella le causa gracia lo que dice—. ¡Como un antropófago en la olla! ¡Como un hombre en el anzuelo! ¡¡Como un plato con mierda en el ojo de una aguja!! —Se destapa más. Se recompone—. ¡Aaaaaahhhhhhh!...

El público ríe. Los acomodadores se van. El enanito se desmorona. El hombre arrastra la mesa en dirección a la mujer. Serenata:

          —Yo te quiero explicar

          que soy tu zona más querida:

          el área de la mansedumbre,

          el eslabón perdido,

          el tornillo que cayó

          del avión de tu inconstancia;

          ámame como a los repollos,

          escuálida mujer frontal,

          yo puedo, yo puedo, yo puedo,

          yo solo no puedo tanto,

          ¡yo puedo más con vos!...

La mujer saca una pierna de abajo de la sábana.

—¿Es verdad? ¿Es verdad, Gerardo? ¿Qué late? ¿Qué late acá?... ¿Es cierto, Ignacio? ¿Cierto-cierto? ¿Así?... No es fácil aceptarme. ¡No es nada fácil para mí! Quiero abandonarme. Torcerme los tobillos... Suavizarme. ¿Quién no lo querría?...

—¡Yoooooo lo querrííííaa!... —dice el hombre. Y para sí: —Espero todo todavía...

El público, serio. Nadie come. Otra vez el rugir del león.

—¿Es verdad, opaco? —dice la mujer—. ¿Me clavarías un puñal amoroso?... ¿Me eyacularías la luna?... ¿Me serías completamente pernicioso? ¿En qué parte tuya... podría verme reflejada?...

El hombre asoma medio cuerpo de entre las patas de la mesa.

—¡Soy oído por fin!... ¡Soy oído por alguien más que yo! Mi casa es clásica y es leve. ¿Debo habitar yo?... —Advierte dónde ha quedado la mesa. La desliza hasta volver a cubrirlo—. Recién creía que sí...

La mujer saca la otra pierna de debajo de la sábana. Se arregla el camisón.

—Oscar-Eugenio-Miguel-Matías-David-opaco-opaco.

El hombre llega con su mesa al pie de la escalerilla.

—No, no, no. Sí. Yo sí. No, no. Ay, sí, sí, sí.

La mujer se incorpora.

—Yo puedo —dice el hombre.

—Sí —dice la mujer.

—Yo existo —dice el hombre.

La mujer toma el ruedo del camisón. Arroja pesas y camisón.

—Sí —dice.

—Yo sí existo —dice el hombre.

La mujer cubre con su camisón al hombre y su mesa. Una carpa.

—Sí —dice.

Se apagan las luces. El público llora, grita, patalea. Las lágrimas derramándose por las gradas son despejadas, con rotundos secadores, por personal de boletería. El público lanza sus sombreros a la pista. Se encienden las luces y el hombre y la mujer no agradecen las efusiones. El enanito, ya lo dijimos, sinceramente, duerme.

 

 

 

*

Monday, November 3, 2025

Niña y ballena

 Jorge Etcheverry

La tierra es el interior de una ballena y nosotros somos unas bacterias adentro. Eso dijo la niña de unos seis años con sus palabras recién adquiridas, mientras el doctor trataba de discernir las raíces de esa fantasía: la hija de familia católica de clase media para quienes la biblia se conoce en las aburridas misas de once, desprovista de la enorme mitología escatológica de los protestantes, que la hacen carne de sus más recónditos temores, de sus deseos más ocultos. La conexión o resonancia de la teoría horbigueriana, la inhospitalaria tierra hueca  o esa visión más desolada de un universo de roca maciza interminable y el planeta una burbuja en su interior, le vinieron a la mente. Pero por otra parte el facultativo no dejaba de pensar en la vida al descampado del espacio, que los físicos trataban de configurar según sus más ingenuos ideales, necesarios para su trabajo porque, ¿a qué estudiar las anfractuosidades posibles de un monstruo incógnito, que no sabemos si existe? Y esas grandes mentes se sentían cómodas en el seno de una entidad que era su sueño infantil y ponían el rostro del orden y de dios a ese caos entrevisto e incognoscible. El psicólogo (o siquiatra) sorbió lentamente su taza de té de hierbas y se dijo sí, en el espejo del estudio se revelaba su cara ajada, de un hombre de su edad, que despedía al mundo desde su mirada borrosa, qué mejor que eso, el interior de un vasto ser vivo, cálido materno y femenino, como contrapartida a este planeta achurado de líneas de horror, una mota más en un infinito que se desconoce.


Wednesday, October 22, 2025

“Hay títulos que son, en sí mismos, un poema”: Reseña del libro “Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo” de Rolando Revagliatti.

Araceli Otamendi




Hay títulos que son, en sí mismos, un poema. Y ese es el caso de la nueva obra del poeta argentino Rolando Revagliatti: “Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo”. Con una jugada literaria tan audaz como brillante, Revagliatti une dos universos aparentemente distantes para crear un campo de fuerza poético único.

Este juego intertextual, marca de la casa en la poesía de Revagliatti, se extiende a una portada que es puro concepto: una ilustración presenta a una mujer desnuda, tocada con una cacerola como sombrero, portando una pava y una sartén. Una imagen poderosa que dialoga sobre lo doméstico, el deseo y el surrealismo cotidiano, y que prefiero describir con palabras para invitarlos a descubrirla en la versión física.

Un libro indispensable para los amantes de la poesía inteligente, el juego de palabras y la cultura que desafía las convenciones.

La chispa de la contradicción: del cumpleaños infantil al drama de Tennessee Williams.

El título actúa como un imán que atrae dos significados opuestos. Por un lado, evoca la inocencia (y el humor negro latente) de la canción infantil de cumpleaños “Ojalá que te pise un tranvía”, un supuesto ‘buen augurio’ cantado con picardía que todos hemos coreado. Por el otro, choca frontalmente con la solemnidad y la pasión desgarrada de “Un tranvía llamado Deseo”, el clásico teatral de Tennessee Williams llevado al cine con la inolvidable actuación de Marlon Brando.

Esta colisión no es casual. Es la esencia misma del libro. Revagliatti toma lo cotidiano y popular -el festejo, la ronda de niños- y lo tensiona con lo canónico y dramático de la alta cultura. El ‘tranvía’ deja de ser un vehículo de simple augurio para transformarse en un símbolo de destino, de pasiones arrasadoras, de ese ‘deseo’ que, como en la obra de Williams, puede ser tan destructivo como vital.

Los poemas reunidos en este libro se caracterizan por:

Juegos de lenguaje: Una manipulación lúcida y humorística de las palabras.

Mirada sobre lo cotidiano: La capacidad de extraer profundidad de los momentos y objetos más comunes, con ironía y afecto.

“Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo” no es solo un libro de poemas; es un artefacto cultural que invita a releer nuestras tradiciones lúdicas, una nueva luz, a encontrar el drama en la esquina de la fiesta y la poesía en el cruce de calles donde pasan, simultáneamente, la infancia y el deseo.

El libro tiene un texto de José Emilio Tallarico a modo de epílogo: “El tranvía en cuestión”. Transcribo a continuación un fragmento: “Voces diversas (¿vocinglerío?), fragmentos que deben haber quedado entre los rieles del tranvía en cuestión, ese al que Blanche subió huyendo de sus fantasmas para terminar en un hospicio.

Que te pise un deseo: no sé si es mi deseo. Si tal deseo arrolla, “descuajeringa”, se torna inmanejable, no sé si lo deseo.

Tantas veces nos ponen sobre aviso. Porque pueden hablar de la crueldad, del sufrimiento pequeño o no, de personajes verosímiles o no y, en todo caso, activar el desconcierto.

‘El Revagliastés’, poema que cierra el libro, acaso busque desconcertarnos también, erigiéndose en tamiz, en disyuntor de la violencia alcanzada, en suavizante del fragor que corona”.

 

“Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo”, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2024. 

  ROLANDO REVAGLIATTI   Circo El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa livian...