Jorge Etcheverry
A los 50 años del Golpe Estado de
1973 en Chile, un grupo de chilenos nos reunimos en un acto conmemorativo en
Ottawa, Canadá, haciendo un recuento del exilio y la diáspora chilena en la
ciudad. El evento también contó con la presencia de algunos chilenos recientemente
llegados a Canadá, en su mayor parte profesionales jóvenes o estudiantes que, a
diferencia de las primeras olas migratorias después del golpe, no estaban muy
interesados en la política sino en mejores oportunidades económicas aun cuando
Chile sea el país con mejor calidad de vida de América Latina y, junto a
Uruguay, el país latinoamericano con salarios mínimos más altos. El HDI (índice
de desarrollo humano) de 2022 le dio a Chile el primer lugar en América Latina.
Santiago, su capital, ocupó en la evaluación el segundo lugar como la mejor ciudad de
Latinoamérica, después de Ciudad de México y también logró posicionarse como el
lugar con “mayor potencial de crecimiento”—una ciudad moderna y cosmopolita. A
esto se le suma el atributo de “espacios verdes y ocio” debido a la Cordillera
de los Andes. Sin embargo, la desigualdad de ingresos es igualmente evidente. En
Colombia, Chile y Uruguay, cerca del 1% de la población controla entre el 37% y
el 40% de la riqueza total de sus respectivos países.
Este estado de cosas, tanto en los
niveles de ingresos como en los demás aspectos de la sociedad, fue el contexto
en que tuvo lugar la elección de Salvador Allende Gossens en 1970, el intento
más radical en el país de disminuir la desigualdad económica y la falta de
equidad, desde un estado orientado a la implantación gradual de un socialismo a
través de las herramientas institucionales disponibles, en lo que se llamó la
“vía chilena al socialismo”. Con alrededor de un tercio de los votos, su
coalición, la Unidad Popular (UP), se centraba en la unidad
socialista-comunista. Su eje eran el Partido Comunista y el Partido Socialista,
y fue una encarnación electoralmente fortuita del anterior Frente de Acción
Popular (FRAP). El resultado fue una entidad estatal con un proyecto
socialista, fruto de unas elecciones que se insertaban en el marco
institucional “capitalista” y “burgués”. Celebrado como el primer caso de la
toma del poder por la vía pacífica, también fue considerado anatema por algunos
elementos de la izquierda más radical, los “termocéfalos” como se les llamaba
en ese entonces en el país y que tenían por consigna, a veces programática, “el
poder nace del fusil”, problemática que no parece obsoleta, después del medio
siglo transcurrido. En ocasión del triunfo de Gabriel Boric en las elecciones
presidenciales chilenas, el más “radical” de los gobiernos de izquierda pos
dictatoriales, fruto de un vasto estallido social y apoyado por una alianza de
izquierda y centro izquierda, se me preguntó en una entrevista en una radio
latina si le diría a las organizaciones militantes de América Latina que es
posible y legítimo llegar al poder por la vía electoral, lo que indica cierta
presencia de la vía “armada” pese a los múltiples regímenes de izquierda o
progresistas de diverso tipo, fruto de elecciones en las últimas décadas.
En la conmemoración de los 50 años
en Ottawa se hizo presente la cultura a través de lecturas, recordatorios y
testimonios. Algo que caracterizó al gobierno de Allende fue el apoyo a la
cultura en todas sus manifestaciones y la facilitación de su acceso por parte
de la población chilena. Un ejemplo de ello fue la Editora Nacional Quimantú
Ltda. (“sol del saber” en el idioma mapudungún mapuche), que vendía sus
libros a muy bajo precio en lugares accesibles, y cuyas colecciones abarcaban
obras clásicas y contemporáneas de literatura e historia, así como semanarios y
publicaciones mensuales destinados a niños, jóvenes, mujeres, además de
tematizar la actualidad, la realidad política y la cultura. Durante el proceso
chileno y después de su sangrienta interrupción, tanto al interior del país
como en el exilo, el apoyo del sector de la cultura y la docencia fue
mayoritario. Un componente importante del exilio en el exterior fue la diáspora
cultural, que inició un fenómeno de producción chilena cultural prácticamente
en todo el mundo, no tan solo en la esfera literaria, producción que sigue
existiendo y que llegó a ser permanente en el caso de Canadá. A 51 años del
golpe de estado en Chile, el sector de la cultura sigue mayoritariamente
apoyando a la izquierda, el progresismo, el cambio social, compromiso que quedó
de manifiesto en un evento en apoyo del presidente Boric durante su campaña
presidencial. Cito: “una de ellas (si no la principal) sería la [la
postal] del actual mandatario abriendo los brazos arriba de un ciprés en Punta
Arenas”, que resultó en un libro que aúna más de 200 trabajos visuales (entre
pinturas, grabados, ilustraciones, esculturas, dibujos, etc.) y textos que
reflexionan alrededor del árbol y sus implicancias poéticas y políticas”. El
libro resultante da cuenta del ingrediente “verde” que se ha agregado
decididamente a la izquierda en las últimas décadas, y llevaba por título
“Arboric”. Cabe mencionar, y esto es una apreciación personal, que este apoyo
al ámbito cultural marca una diferencia respecto a lo que sucede con otros regímenes
aleatorios de la izquierda en el continente, como Nicaragua y Venezuela,
respecto a los cuales se ha distanciado un poco el sector por así decir más “moderno”
de la izquierda. Hubo una condena de parte de connotados autores izquierdistas
chilenos al trato que recibieron los escritores y activistas Gioconda Belli y
Ernesto Cardenal por parte del gobierno de Nicaragua.
En ese mismo evento conmemorativo
en Ottawa, junto a las agrupaciones chilenas locales y/o nacionales nacidas
producto del exilio, se hicieron presentes militantes o ex militantes de los
partidos involucrados en este proceso único de la historia de Chile. Hubo
representantes de los partidos que conformaban la Unidad Popular, así como ex
miristas (yo y alguien más). La coalición de la Unidad Popular, encabezada por
los socialistas—el partido del doctor Salvador Allende Gossens—y
fundamentalmente el Partido comunista, diferían del MIR (Movimiento de
Izquierda Revolucionaria) en puntos de estrategia y táctica y en la concepción
del socialismo. Así y todo, este movimiento—el principal entre las agrupaciones
de la izquierda revolucionaria—apoyó el proceso y participó, aunque en un
debate muchas veces violento y acalorado con la posición opuesta, en la
implementación del proceso. Fue una época marcada por golpes militares y el
retroceso de las guerrillas a nivel continental, que dio lugar a masacres y
desapariciones de personas, por ejemplo a través de la posterior Operación
Cóndor. A mi parecer, en el caso chileno, el temor entre los sectores más
marginales y desposeídos impidió que muchas víctimas nunca fueran declaradas
oficialmente. En el libro poema del renombrado poeta canadiense, Patrick White,
Homage to Víctor Jara sobre el icónico cantautor chileno ejecutado en el
Estadio Nacional, Luis Lama, poeta chileno exilado en Canadá, afirmaba en su
introducción que “25.000 trabajadores fueron asesinados”. Siempre estuvo
siempre presente la posibilidad o inminencia de una reacción de la burguesía
nacional, básicamente a través de las fuerzas armadas, los así llamados
guardianes oficiales de la soberanía nacional y del orden social. Los intentos
de acercamientos de la Unidad Popular, especialmente el PC y el PS, a las
cúpulas militares resultaron infructuosos. El MIR, a través de Miguel Enríquez,
llamaba a “obreros, campesinos, pobladores, estudiantes y soldados” a
“desobedecer a los oficiales que incitan al golpe”. La oleada de intervenciones
militares en el continente, los movimientos en el seno de las instituciones
armadas, la atención de Estados Unidos y los contactos entre personeros de las
fuerzas armadas, hacían probable o acaso inevitable un golpe de estado, sin que
hubiera un reconocimiento público uniforme de la izquierda de esta posibilidad.
La elección de la “vía pacífica”, que posibilitó el triunfo electoral de
Allende, hacía difícil que esa situación se planteara abiertamente, sobre todo
en el PC, y menos que se pudiera llegar a una posible preparación militar
frente a esa eventualidad. El MIR nunca tuvo una capacidad militar desarrollada
y se vio afectado por la sempiterna aflicción de los “partidos de cuadros” —las
escisiones—que en el caso del PC, partido de masas con una militancia tradicionalmente
disciplinada, eran solo una gotera que pasaba a alimentar las filas de
organizaciones de la izquierda revolucionaria, básicamente del MIR. La
confrontación entre estas dos tendencias la “vía pacífica” versus la “vía
armada”, personificadas básicamente por el PC y el MIR, desgastó el régimen de
la UP y aumentó un clima de violencia que fue uno de los factores que llevó a
sectores de la derecha y algunos de centro a pedir una intervención militar. A
la vez, eso mostró que las élites políticas progresistas de los diversos
sectores en este debate participaron en este debate entre estas dos estrategias
para conservar y/o ampliar la cuota de poder que significaba contar con el
gobierno, y para incorporar más activamente a la población y a los sectores populares.
Uno de los argumentos de un sector que justificaron e incluso ahora justifican
el golpe de 1973 fue la presencia (inexistente) en el país de vastos
contingentes dispuestos a empuñar las armas y de miles de cubanos dispuestos a
hacer de Chile una segunda Cuba. Por otro lado y por razones tácticas, la
izquierda, posteriormente a la dictadura, necesitaba contar con sectores de la
burguesía nacional para fines de alianzas electorales, lo que llevó a aumentar
la importancia que tuvo la intervención estadounidense en el golpe de estado y
a aminorar la culpa y participación de sectores burgueses.
El conocido poeta y activista
argentino Juan Gelman estuvo brevemente en Chile en julio de 1973 (tres meses
antes del golpe) consideraba inminente un “golpe o pronunciamiento militar”,
Después que el presidente Héctor Cámpora fuera técnicamente depuesto, él no
pudo volver a Argentina y los miembros de la Escuela de Santiago—grupo poético
vanguardista, básicamente de izquierda revolucionaria—tuvimos la suerte de reunirnos
con él. A nivel de los agentes culturales en ese momento, existía el
entusiasmo, la expectativa y el compromiso en un sentido amplio, a veces
bastante radical, pero eso no implicaba necesariamente, en términos de una
estética o poética, la adhesión a un “realismo socialista”. En mi parte de la
introducción al libro ya mencionado de Patrick White, afirmo que la figura de
Víctor Jara se ha hecho arquetípica y que él “visualizaba una forma artística
que combinara elementos folclóricos y modernos, las cuestiones políticas y
sociales latentes, usara la música, la danza, la poesía y el drama”, en un
sincretismo que ha producido las grandes obras culturales
latinoamericanas.
A fines de 1960, aparte de la
Escuela de Santiago, vanguardista y experimental, y de otras agrupaciones como
la Tribu No, surgió por ejemplo la poesía lúdica y antipoética de Edmundo
Magaña, joven poeta integrante de la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP),
que luego se destacó como antropólogo. Parte de los poetas de la Escuela de Santiago
tenían una “militancia paralela” en el Grupo América (ambas organizaciones
bautizadas por mí) y llevaban folclore y poesía a fábricas y poblaciones, junto
a autores y folkloristas de izquierda y a varios militantes comunistas como los
poetas José Ángel Cuevas y Pablo Guíñez. Estos eventos descansaban básicamente
en la logística y contactos del PC y ofrecían al talento local la oportunidad
de participar. Esta clase de actividad se popularizó después, durante el
gobierno de la Unidad Popular.
El golpe de estado dio origen a
un exilio y trasplante de un sector importante de los agentes culturales, ya
que como se mencionaba, la “cultura” chilena—desde el folclore hasta las
manifestaciones de la vanguardia—era—y en general es—progresista. Este fue un
exilio y a la vez una diáspora que quedó, perduró y se diversificó luego de la
caída de Pinochet en 1989, fecha en que termina oficialmente el exilio. En
diversos países e idiomas los chilenos se imbricaron en la política y la acción
social y cultural local, crearon focos de atracción y organización culturales
de otros latinoamericanos exilados, como es el caso de Canadá. Además se
radicaron en el extranjero figuras tan renombradas como Isabel Allende, Ariel
Dorfmann o Roberto Bolaño. La diáspora chilena perdió su carácter exiliado
original, dando lugar en muchos casos a comunidades locales de chilenos,
precedente de nuevas oleadas, básicamente motivadas esta vez por las razones
económicas. Pero en países como Suecia, Australia o Canadá, la participación
cultural y política de los chilenos sigue vigente.
Las circunstancias han cambiado,
pero no radicalmente. Todavía se mantienen, como se afirmaba al inicio, una
situación de extrema desigualdad de ingresos y de equidad en el país, aunque el
organigrama político se mantiene en sus líneas generales. En 2019 se produjo un
gran estallido social que fue parcialmente canalizado por la izquierda y que
posibilitó el triunfo de Gabriel Boric en las elecciones presidenciales, de un
progresismo bastante remozado y el más joven de la historia presidencial
chilena. Aunque algo alejado de la izquierda tradicional, su candidatura
recibió el apoyo de este sector y participa en su gobierno. Se le acusa de
pertenecer a una élite ideológica de izquierda—los de Ñuñoa—que alude a una plaza
santiaguina y a un grupo básicamente de clase media, es decir “pequeña
burguesía”. Temas como la sexualidad, el aborto, los aborígenes y el medio
ambiente generan iniciativas que son atacadas por una derecha en estos momentos
electoralmente preponderante. La izquierda, en sus diversas facciones, mantiene
una votación de un 30%, que es la misma con que se eligió a Allende, con la
diferencia que ahora no hay prácticamente una coalición centro-derecha, y el
centro que existe está en la coalición que apoya al gobierno. Hay una posición
polémica respecto al PC, entre otras cosas, con respecto a la geopolítica. Este
partido—no sin fisuras—tiene el marco geopolítico que reemplazó al de la guerra
fría, es decir un campo socialista frente a uno capitalista, con una configuración
amplia contra “occidente”, básicamente Estados Unidos y Europa Occidental e
Israel en el Medio Oriente. El campo opuesto incluiría a Rusia, China, Irán,
Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Nicaragua y otros países, dependiendo de
resultados electorales o conflictos locales, componentes de un campo que
abarcaría prácticamente el resto del mundo. El elemento fundacional de este
discurso ideológico sería el antiimperialismo. Cito como ejemplo a la editorial
Poetas Antiimperialistas de América, fundada en 2003 por el poeta chileno
exilado en Canadá, Elías Letelier, que se inauguró con la publicación de mi
libro de poemas Vitral con pájaros, presentado en Ottawa. Se cuentan
entre sus títulos autores chilenos de la diáspora y del interior, además de poetas
canadienses.
En este medio siglo a partir del
golpe han ido apareciendo en la esfera política cultural chilena lo que
llamaríamos nuevas problemáticas a nivel mundial: la mujer y las elecciones
vitales sexuales; los derechos territoriales, ciudadanos y culturales de los
aborígenes chilenos; la problemática ambiental e incluso los derechos animales.
Una vasta literatura poética representa a las mujeres y a los pueblos
originarios, esto último con el reconocimiento del idioma mapudungun y el
premio nacional de literatura otorgado en 2020 al poeta Elicura
Chihuailaf.
En términos políticos y en el
contexto latinoamericano, con el advenimiento de Boric se perfiló una izquierda
diríamos nueva, algo liberada de los esquemas que identifican como imperialismo
a EE.UU., aunque China sea dueña del 45% de la economía nacional. Ha habido
procesos de confección e implantación de constituciones, básicamente surgidos
del estallido social de 2019, cuya misma variedad y riqueza provocaron el
rechazo de la mayoría de la población, esa “mayoría silenciosa” presente en los
procesos políticos democráticos y que suele determinar las instancias
institucionales en las elecciones que no son intervenidas o manipuladas. La
“nueva izquierda” antes mencionada, se distancia de los “socialismos reales” de
América Latina, en un continente que sigue siendo territorio de inversión y
control geopolítico de potencias o aspirantes a potencias mundiales, donde
Estados Unidos es un actor más, en retroceso, y donde Brasil y México, ambas
naciones “progresistas” se perfilan en América como los países principales y
con influencia global. Desafíos continentales como la proliferación del delito,
básicamente vinculado al narcotráfico, y la masiva inmigración, se hacen sentir
también en Chile, que se vio en esta situación en forma bastante súbita, que se
impuso al desenvolvimiento más lento de la conciencia colectiva: así por
ejemplo, la imagen negativa de la policía sigue vigente en los sectores más
populares de la población desde el estallido social, mientras a nivel de
gobierno se alaba su actuación debido a su papel en el combate al crimen.
Para terminar, debo decir que estas impresiones, quizás parciales e
incompletas, son producto de un tejido muy personal de experiencias políticas y
literarias desde mi residencia permanente en Canadá que empezó como exilio, y
que ofrece la distancia pero también quizás la distorsión como productos de
este trasplante personal.