Omar Pérez Santiago
Lorena Amaro no es consciente de que el artista es más importante que la obra. Parece que Lorena Amaro no ha leído a Boris Groys o no acepta que hoy, todo el mundo está empeñado en encontrar en la cultura, el reconocimiento al que aspira. La cultura es siempre una pirámide formativa, donde el espacio social es un ámbito de exhibición. El arte, incluida la literatura, sin enredarse en demasías y especulaciones, depende de los criterios que imponen las pautas modales en boga.
Lo importante, a mi saber, son los asuntos de la estructura pública de la literatura chilena
Durante la dictadura de Pinochet (1973-1990) el Premio Nacional de Literatura se pervirtió y los truhanes se lo otorgaron a compinches y besamanos, sujetos de una relevancia mediocre o espuria y así el galardón nunca le fue otorgado, por ejemplo, a María Luisa Bombal (1910-1980), ni tampoco a Enrique Lihn (1929-1988).
Al final, el dictador, de manera vil, estampó su pezuña, en un decreto del año 1989, donde se establecía que los candidatos, obligatoriamente debían ser propuestos por instituciones burocráticas y con absurda presentación de aderezados currículos.
La alianza política de la Concertación, en lugar de derogar esta maniobra, lo primero que hizo fue poner un candado definitivo a la ley 19169. Grises “jefes de gabinete” se dedicaron, entonces, a ser simples sirvientes de palacio e ir y venir con las carpetas de los aspirantes postulados y cumplir dentro del Ministerio, a acatar y promover a aquellos que respondían a la conveniencia política partidaria. Así, la literatura chilena cayó al pozo de los administradores de la Concertación. No deseo ser odioso, en este comentario, pero los insto a que revisen la lista de los ministros y pongan atención a los que fueron los poetas premiados oficialistas. Por ejemplo, el tutelaje manipulativo fue ejercido con rigor y así, el último ministro de la concertación, Ernesto Ottone Ramírez, era hijo de Ernesto Ottone, un reputado consiglieri de la Concertación.
No se lo dieron jamás a Jorge Teillier (1935-1996), ni tampoco a Guillermo Blanco (1926-2010), ni a Enrique Lafourcade (1927-2019). ¿Por qué? No pertenecían a la corte de reverentes ni eran feligreses iniciados en la cofradía de turno.
Esta pestilente historia nomotética, es lo que exige, en la actualidad y desde finales de la Dictadura, que las candidaturas de los “postulados” deban hacer campañas ingenuas y presuntuosas en las redes sociales, pues saben que los jurados se dejan afectar por las insinuaciones ardorosas y, oh no, el tráfico pernicioso de influencias. El candidato postulado necesita hacerse visible, como una modelo de pasarela, mi estimada Lorena Amaro.
Lo importante es, a mi saber, centrarse en los asuntos medulares de la estructura pública de la literatura chilena, y no en esta relación de escarceos mediales y de pirotecnia mentecata.
Compatriotas, estamos a días de una campaña álgida sobre una nueva constitución, norma de normas, y la literatura no debe estar ausente en la consecución de sus requerimientos estéticos y éticos, ni tampoco ignorar las fundamentaciones legales que la determinan y , por ende, las normas burocráticas que afectan el otorgamiento de los premios y como se manejan, en muchos casos, arbitrariamente la adjudicación los fondos de cultura en Chile.
Pero, ve tú. Dime tú y te digo yo. El máximo caos de la anfibología
Y ya casi concluyo, recordando otro logro inútil de la Concertación al establecer una estólida norma, no escrita, de conceder, de manera alternativa el Premio Nacional, a un poeta o un narrador. Para los inútiles y los que antepusieron la ceguera burocrática a la valoración literaria, las dos cosas nunca van juntas, un poeta y un narrador.
Ahora bien, son muchos los poetas chilenos que merecen el Premio Nacional de Literatura pero, según el sistema estructurado conforme a la necedad oficinesca, no los considera. En la lista no están, necesariamente, todos los que merecen ser considerados.
¿Quiénes son los candidatos postulados? No lo sabemos exactamente, hasta este momento.
¿Por qué? Porque el Estado de Chile considera que un asunto que atañe a los poetas, es, misteriosamente, una materia confidencial. El premio que se otorga a un poeta es un asunto del “Estado Mayor• de aquellos que están montados en los aparatos de decisión, por eso se maneja en secreto, con suma discreción y no debe haber filtraciones, porque como dice el refrán, en la puerta del horno se quema el pan
El lunes 10 de agosto se cerró el plazo para postular al premio del 2020, según la absurda ley. Los poetas postulados son numerosos, según ha trascendido en la prensa.
Pero hay grandes poetas que no están nominados y quizás nunca lo serán, porque no tienen santos en la corte o porque tienen rasgos conductuales que no gustan a los administradores del poder. Según mi entender estos son algunos de esos poetas, 21, por orden alfabético y año de nacimiento, que también merecen, sin lugar a dudas, el Premio Nacional de Literatura, por su obra y por la
calidad de ella:
Sergio Badilla 1947
Carlos Cociña 1950
Jorge Etcheverry 1945
Soledad Fariña 1943
Tomás Harris 1956
Sergio Infante 1947
Sergio Macias 1938
José María Memet 1957
Paz Molina 1945
Pedro Lastra 1932
Marina Latorre
Diego Maqueira 1951
Jesús Ortega 1932
Jaime Quezada 1942
Erick Polhammer 1955
Clemente Riedemann 1953
Alvaro Ruiz 1953
Federico Schops
Waldo Rojas 1944
Cristian Vila Riquelme 1955
Tito Valenzuela 1945
Arturo Volantines 1955
Verónica Zondec 1953
Oliver Welden 1946
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