Saturday, August 2, 2025

“¿Perderse (o encontrarse)?”

 ROLANDO REVAGLIATTI


“¿Perderse (o encontrarse)?”

 

COMPILADO: 21 escritores argentinos responden una misma pregunta en este Compilado propuesto y organizado por Rolando Revagliatti.

 

“¿EN LOS UNIVERSOS DE QUÉ ARTISTAS TE AGRADARÍA PERDERTE (O ENCONTRARTE)? O BIEN, ¿A QUÉ ARTISTAS ELEGIRÍAS PARA QUE TE INCLUYERAN EN CUÁLES DE SUS OBRAS COMO PERSONAJE O DE ALGÚN OTRO MODO?”

 

1: ALEJANDRO CESARIO

 


     Una de las primeras obras que me aparecen a la memoria son los libros de Henry Miller, hubiera sido muy hermoso ser parte de esos momentos, poder vivir algunos de sus viajes, compartir esos instantes de tanta bohemia, de tanto teatro, ya sea en París como en los Estados Unidos. Hay un libro de su autoría, “Pesadilla de aire acondicionado”, donde Miller recorre parte del país del norte en automóvil, ser parte de ese recorrido hubiera sido fascinante.

     Siguiendo con ese momento, el poder estar en Francia, precisamente en “París era una fiesta”, título de un libro de Ernest Hemingway, todos esos años, fueron espléndidos para la poesía.

     Otro momento pudo haber sido el vivir la pertenencia al grupo “Cobra”, un movimiento artístico fundado en París en 1948 y disuelto a los pocos años, pero de una pureza e intensidad muy fuertes, tanto en la pintura como en la poesía. El nombre del grupo surge de las tres ciudades de donde eran sus fundadores: Copenhague, Bruselas y Ámsterdam. Este movimiento editó diez números de su propia revista, llamada Cobra, haber estado en esos números y ser parte de esos encuentros hubiera sido maravilloso.  Hugo Claus (uno de los integrantes del grupo, más conocido por sus novelas y sus pinturas que por su poesía), generó un mundo lleno de historias escritas con gran emoción, el habitar su literatura (como lector) me dio un mundo increíble, me trasladó a sus fantasías y a su lenguaje.

     Otro tris que me hubiera gustado pertenecer o ser parte es el del surrealismo (me refiero principalmente al del surrealismo francés, el de André Bretón, aunque valoro mucho el surrealismo de esos años en la Argentina, con Enrique Molina y Aldo Pellegrini), no sólo por su riqueza poética, sino por todo lo que significó ese movimiento tan fuerte, de tanta poesía y belleza. Me parece un momento donde “la palabra” era la protagonista, como debe de ocurrir en la poesía.

     Por estos lados de la tierra, pienso en Atahualpa Yupanqui, ser parte, estar a su lado debe de haber sido de un gran valor, tanto desde lo musical como desde lo poético, no son muchos los que hacen canciones y poesías al mismo tiempo, la riqueza de toda su obra hace que uno quisiera haberlo acompañado en su periplo.

     Claro que no puedo dejar de pensar en Borges, en Juan Filloy, haber podido estar en sus mundos no sólo como lector hubiera significado una gran alegría, además de una infinita riqueza personal.

 

 

2: CLAUDIO FERRARI                                

 


     Alonso Quijano es el Quijote, y también Pierre Menard de alguna manera lo es, y en esta confesión, también quisiera serlo yo. Así seríamos los cuatro, creados a imagen y semejanza de esa prefiguración llamada Cervantes: personajes que surgiríamos, en un enigma atemporal, de un único y misterioso personaje llamado Borges. Pertenecer a la dinastía de Emma Zunz o Funes o Benjamín Otárola o Rosendo Juárez o Beatriz Viterbo también me tienta. No me creo especial por querer integrar esa lista que me garantizaría la hazaña de la inmortalidad. Para Borges, siempre y cuando él mismo no haya sido el personaje de otro escritor, crearlos fue inevitable, y que le hubiese sido inevitable crearme, aunque sea en una breve mención, habría transformado mi vida. Sugiero personajes con características complejas y diversas, y por eso tan fascinantes: sin la pretensión de suponer si puede el Arte modificar la vida, acepto halagado y sin merecerlo, que habría modificado la mía. El Arte es siempre un espejo ante el cual, a veces, hay quien mira; cuando refleja suele mostrar complacido al curioso: raramente vemos como somos. Cuando se determina que una obra es un clásico universal -o sea algo parecido a la admisión de un Dios-, sucede que esa obra se ha legitimado de manera casi unánime, sea en la época que sea. Tomo el caso de Hamlet, personaje al que me hubiera encantado acompañar, no como esos que pretenden avisparlo de locuras, sino para darle la razón, porque razón tenía: el fantasma de su padre existió y seguirá existiendo: cambian las miradas e interpretaciones de la tragedia, pero coinciden teatristas, críticos, lectores y público en que hay allí algo que se ha organizado y que trasciende generaciones, conflictos y circunstancias, logrando el poeta el milagro de que lo sucesivo se haga también simultáneo. Hay en esa obra, otra vez aparentemente, múltiples temperamentos: el íntimo de Shakespeare, el de su tiempo, el de todos los personajes (principales y secundarios, todos fundamentales para que la trama se lleve a cabo), los de la historia y los temas que trata, los de cada uno de los espectadores que la vieron, los de quienes la actuaron, leído o incluso la ignoran, pero conocen su prestigio. De este modo estas peculiaridades difusas de la tragedia son desde hace siglos aceptadas haciéndola imprescindible, pero nada de esto sería posible sin la actitud enrevesada y certera de Hamlet, tal como Menard, ambos con la infinita grandeza de sus obstinaciones.

 

 

3: DANIEL FERMANI

 


     En el universo de David Lynch. Son muchos los artistas a los que admiro, muchos de los cuales releo las obras, y sigo descubriendo tesoros, misterios que me seducen y me despiertan amor. Sin embargo, si pudiera elegir a un creador para trabajar con él, o al menos para que me incluyera –aún como un extra- en cualquiera de sus obras, no escogería a un escritor, sino al director de cine David Lynch.

     No sabría explicar de manera totalmente coherente por qué las películas de este genio del cine me seducen de manera tal que no puedo dejar de pensar en ellas, por qué sus imágenes quedan grabadas en mi mente, sus músicas, sus personajes, sus escenas. Lynch penetra mi inconsciente y se convierte en mi inconsciente, establece un diálogo con las partes más recónditas de mi mente y las coloniza, las vuelve suyas; mis propios sueños se convierten en películas realizadas por él. Hay algo de drogadicción en mi mente -y por lo tanto en todo mi ser- respecto de las creaciones de David Lynch, algo que me atrapa sin duda desde el placer, pero desde un placer alucinógeno, marginal en cierto modo, algo que excede lo meramente intelectual, es algo sensorial y a la vez profundamente psíquico. No puedo escapar de su imaginería, pero, es más: no quiero escapar nunca, ni permitiría que nadie me expulsara de ese universo.

     Yo hubiera puesto toda mi literatura al servicio del trabajo de Lynch, aun sabiendo que mi literatura puede no ser en absoluto del tipo del material que él podría utilizar para sus filmes. Pero si por alguna combinación del espacio-tiempo hubiese tenido ocasión de aproximarme a su fábrica de pesadillas, le hubiese ofrecido mis servicios incondicionales y gratuitos para participar de cualquier manera en su trabajo.

     Parecería un servilismo total, y no lo es. Se hubiese tratado de hacer algo, de colaborar como fuere posible, con una de las mentes más brillantes de la historia del cine y por lo tanto del arte. David Lynch es el cine, ha sido capaz de llevar esta manifestación artística a la vanguardia que en algunas ramas del arte llegó con casi un siglo de retraso. Y lo suyo no es Surrealismo, ni Realismo Mágico, ni Simbolismo, etc., es todo eso, pero es otra cosa, es la verdadera contemporaneidad en el cine, lo que no pueden hacer ni los efectos especiales, ni la digitalización ni la IA. Frente a sus creaciones, el resto del cine, con muy pocas excepciones, parece una pantomima de intentos fallidos por encontrar otro lenguaje, otra clave, otro anatema que supere la imagen bidimensional.

     Sin duda, con total certeza y convicción, elijo a David Lynch como el maestro con quien hubiera querido trabajar.

 

 

4: DANIEL GAYOSO

 


    A mi edad ya no quisiera perderme en ningún universo, salvo -y por unos días- en el de alguna novela que asuma y pague “el precio de ser uno mismo” (Silvio Rodríguez).

     Pero en otras épocas supe del extravío en poéticas de la aflicción como la de los crepuscolari italianos (en especial Sergio Corazzini), esa línea cuyo trazo siguieron -en su decurso francés y simbolista- nuestro Francisco López Merino. El tono menor, “las pobres tristezas comunes” de quien llega a decir: “Io non sono un poeta” sino “un piccolo fanciullo que piange” que “avvenise di pregare cosí come canta e come dorme”.

     Simultáneamente, este modo de la aflicción se cruzó -de cruce y cruza- con la desgarrada imaginería de Alejandra Pizarnik, la de los grandes poemas finales. De ambos surgió otro perderme más original, más propio; casi el mío, existencial. El simbolismo de tono menor, la impronta surrealista y, por añadidura, una forma poética resistida: la del poema en prosa, que en Buma se renueva y esplende. Nada tan adverso al objetivismo dominante en los 80s y 90s; nada tan destinado a ser excluido.

     En tercer lugar, la trama. ¿Cuál elegiría para que reine en ella la función poética? Porque ésta y no otra define qué es un poema. 

     Entonces surgió la necesidad narrativa: referir la vida en su acontecer fundándola como yo la vivía, sin intrusiones, libre. Así la teoría de Edgar Allan Poe sobre el cuento fue muy bienvenida: había que persuadir de una manera eficaz e inapelable: sugestionando. Vencer, aunque sólo durase una breve lectura.

     Finalmente, René Magritte y el Borges poeta me ayudaron a alzar un tanto la mirada de mi circunstancia y poner los ojos en la condición humana, en lo inefable y universal de su aquí y ahora.

 

     Así, y no de otro modo, me he perdido y encontrado la mayor parte de esta vida... “¿Personaje de otros poetas y artistas?” No; me desagrada esa idea. Si apenas soy el mío, al que me abrazo.

 

 

5: DANIEL RAFALOVICH

 


     La pregunta es suficientemente amplia, pero en realidad elijo quedarme por aquí. Admiro la narrativa de Juan José Saer. Todo: novelas, cuentos, ensayos. También me gusta su poesía. En varias de sus novelas y cuentos aparece la ciudad de Santa Fe y la zona de la costa cercana a la ciudad. Bien: me gustaría ser un personaje secundario, un observador en muchas de esas narraciones.

     La Santa Fe que aparece allí es, para mí, fantasmagórica. Aparecen lugares muy concretos que conozco, algunos que recuerdo vagamente de mi infancia: la vieja Terminal de Ómnibus (cuando no existían los coches de dos pisos); la antigua costanera que llevaba a la playa; las zonas aledañas a la costanera, esa zona norte en la que hoy vivo y que en tiempos de “La vuelta completa” era una zona mayormente de quintas, campitos y casas aisladas. Calle San Martín mucho antes de ser peatonal, los cafés y bares reconocibles y que ya no existen. La época anterior a la construcción del Túnel Subfluvial, cuando se cruzaba el río en balsa para llegar a Paraná. En fin. Sitios, ambientes, que están en mi memoria o que creo que están, aunque en verdad conozco por referencias. En esa Santa Fe me gustaría estar: la ciudad del Instituto de Cine, de Paco Urondo, de los miles de estudiantes de provincias que vivían aquí, de la vieja cancha de Unión, de las industrias (como la Fiat) que desaparecieron. Me gustaría ser un observador, un personaje que hace lo que en el cine se llama un “cameo” en algunas narraciones de Saer.

 

 

6: EMMANUEL CASSANESE

 


¿En los universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)?

 

     En el universo de Roberto Bolaño, específicamente en las novelas “Los detectives salvajes” y “2666”, ya que ambas plantean personajes que por ausentes en las largas páginas de las novelas nos mantienen en vilo, no nos resulta pesada su lectura, y nos quema por dentro saber qué ágalma esconden. Estoy hablando de Cesárea Tinarejo en “Los detectives salvajes” y Beno Von Archimboldi en “2666”. Un grupo de poetas recorren todo México y todo el libro en busca de la poeta Tinarejo y un grupo de literatos van por los rastros de Archimboldi por Europa. La lectura me hizo investigar y perseguir estos personajes con la misma pasión que Bolaño. Particularmente “2666”, que contiene cinco libros en uno, más de 1100 páginas; es tanto el querer saber de ese personaje que su recorrido, aún largo, se hace devorándolo. Y aun así no se los encuentra, en ambas novelas. Pero qué belleza ese recorrido.

 

¿A qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo?

 

     A Leopoldo Marechal en su “Adán Buenosayres”. Ese grupo de amigos que pasan varias horas recorriendo los límites de Saavedra, las aventuras que atraviesan, las conversaciones filosóficas, los amores contrariados, Santos Vega, y la extraordinaria expedición a Cacodelphia!! Un personaje más de ese grupo de amigos o pensarlo con mis propios amigos, con los cuales hemos tenido aventuras como las de Adán!

 

     Creo que en ambas elecciones el recorrido es el eje central, me hizo acordar a Ítaca de Kavafis, también!

 

 

7: GERARDO DAVID CURIÁ

 


     En el mundo hay un jardín donde materia y luz son una. Más allá del prisma de Newton, la sabiduría de los ojos de Monet reveló la música que vive en los tonos de las flores y del agua.

     En su paciente trabajo de artista, junto a su casa, creó un camino central amplio, adornado con arcos donde pudieran trepar las rosas y otras plantas florales. A ambos lados de ese sendero, sembró parterres con gran variedad de flores, como capuchinas, tulipanes, amapolas, peonías, narcisos, margaritas… Flores exóticas y flores humildes. En sus cuidados les donó una equilibrada libertad al permitirles que las pinceladas de colores de sus pétalos se mezclasen en un azar exquisito.

     No era suficiente. Entonces tomó en sus manos las aguas de un pequeño brazo del río Epte, el Ru, las desvió y con ellas dibujó los trazos de un estanque, al que sembró de nenúfares. Luego lo rodeó de bambúes, sauces llorones, lirios blancos y glicinas, que diseminaron claroscuros, donde se matizaban las mudanzas en los tonos del cielo reflejados al borde de esa espesa vegetación acuática que navegaba la corriente del estanque.

     Allí tendió un puente de madera para que cruzase esa armonía cromática en las diversas horas del sol o de la luna.

     Tuvo el cuidado de elegir una variedad de plantas muy vasta para que, en todas las estaciones del año, el jardín estuviese florecido.

     Al fin, pinceló su obra sobre la tela, arte de su arte.

     Yo, que soy un humilde poeta del sur del mundo, siempre sueño con perderme en los senderos bocetados que florecen de color en la obra de Monet y, a veces, logro encontrarme en esa música de la luz en la materia viva del jardín de los nenúfares. 

 

 

8: JONIO GONZÁLEZ

 


     Cuando la planicie deja de ser normalidad para convertirse en excepción.

     Cuando el mar deja de ser metáfora de furia para serlo de calma.

     Cuando las casas de piedra contienen los recuerdos de otros que ahora son los tuyos.

     Un país ha dejado de ser; otro se llena de sonidos nuevos que al mismo tiempo son ecos que proceden de un tiempo no vivido y sin embargo recordado. Otros cielos y los mismos pájaros que hacen sus nidos en una infancia que es la propia y diversa, que habla con idénticas palabras y distinto aliento.

     Las construcciones de los paisajes de Modest Urgell cobran un significado que jamás imaginaste, pero reconoces de inmediato. Estás delante de una puerta que nunca abriste, la abres para entrar en tu casa y no es tu casa sino los recuerdos de un tiempo que no fue tuyo, que no viviste y vive a través de ti. O espera vivir a través de ti. Porque hablaste en esos rincones, viviste en esos rincones, bajo esos techos, hiciste de ellos tu único universo, alguien hizo de ellos su único universo, y el ruido te ensordece, y es silencio, y pensamiento, "la bóveda entera del cielo" imaginado por Rilke. Sólo estás unido a quienes te acompañan, a los que te esperan. Ni dentro ni fuera de la casa. Porque no hay dentro ni fuera. Porque deseo y existencia son lo mismo. El deseo de volver a una montaña desde cuya cima divisas el mar, de volver a la orilla de un río cuya superficie se pierde a la altura de tus pies. Y mar y río son lo mismo, la misma agua incapaz de reflejar al que eres, al que fuiste. O reflejando a otro que vuelve a la montaña, a otro que regresa al mismo río sin saber que un día perderá mar y río, como un día te perdiste en los azules de Fader, en los senderos de Turner, buscando esos mismos senderos del monte grande por los que te perdiste de niño.

     ¿Buscando a quién?

     Y estás otra vez delante de la misma puerta, de la misma masía de Urgell, buscando la nieve de Mefrèn que cubrió la playa tan cerca de tu calle, la nieve de la que te hablaron, la nieve de la que sabes que te hablaron cuando la viste en un cuadro. De la que sabes que te hablaron cuando imaginaste que te hablaron de ella, cubriendo la playa, tan cerca de tu casa, por esas callejas que has recorrido en otra parte, entre los girasoles de Van Gogh camino del Ebro, entre los amarillos mesetarios de Rico, de Caneja, buscando otra casa cuyo barro destruyó el tiempo, cuyo barro cubrió la misma nieve, y con él el nido en la misma torre de iglesia que palpaste sin verla.

     La misma puerta, de otra casa, de todas las casas. Ninguna tuya, pero en cuyos rincones te recogiste para esperar lo que no se ha ido y nunca llegará.

 

 

9: JORGE DIPRÉ

 


     Existen tantos escenarios como relatos en los que me habría gustado habitar. No sé si con el deseo profundo de ser uno de los personajes imaginados por sus autores, pero de algo estoy seguro: me hubiese asustado en la cueva donde Tom Sawyer y Becky Thatcher se encuentran con el indio Joe. Y también me hubiese enamorado locamente de ella, al punto de desafiar a Tom, a Huck y a toda esa pandilla maravillosa, para quedarme con su amor.

     Casualidad o Causalidad, el libro de Mark Twain que me habían regalado era de tamaño tabloide, ilustrado con unas delicadas acuarelas. Aún lo recuerdo, y creo que lo conservé para regalárselos a mis hijos. Lo menciono porque fue decisivo en mi proceso de aprendizaje de la lectura: la impronta de la imagen visual, de las historietas, cuando aún no había comenzado con la palabra escrita. A instancias de mi madre, yo “leía” y le contaba las historias, aunque no supiera leer los textos ni los globos que los acompañaban. Interpretaba el argumento guiado por el soporte gráfico: leía la historia sin leerla. Mérito indiscutible de los dibujantes.

     Años después, otro escenario que me fascinó —y que he revisitado en múltiples ocasiones— fue el de Robinson Crusoe. Pero si debo mencionar una historia infaltable en la que realmente hubiese querido tener el privilegio mágico de estar presente, inmerso no como personaje ni como narrador, sino como testigo omnisciente y sensible, esa sería la que Ray Bradbury tituló El maravilloso traje de helado de crema.

     Ahora, si pienso directamente en un universo, sin dudas elegiría el que plantea Vladímir Nabókov en su vasta obra, dentro de la cual me pierdo, especialmente cada vez que releo Ada or Ardor. Me maravilla su trabajo narrativo, donde recurre sin pruritos a recursos poéticos y a esa —para mí inconcebible— transmigración entre las lenguas en las que escribió, leyó y tradujo, las cuales siempre se hacen presentes de algún modo, muchas veces a través de la sonoridad —recordemos el inicio de Lo-Li-Ta o las variantes fónicas y de traducción en Ada or Ardor. Ha sido una inspiración para algunos de mis relatos inéditos y, en cierta medida, me ha mostrado un horizonte probable para mi escritura, aunque distinto, ya que hasta hace poco cargaba con el complejo de ser un lector de prosa que escribe mayormente poesía.

     Podría mencionar otros autores y obras que han sido claves para mi propio imaginario creativo, como la poesía de Poe —El cuervo— en una intersección inverosímil pero desafiante con Nicanor Parra y Drummond de Andrade… Pero esa es otra historia, para otro momento…

 

 

10: JORGE PABLO YAKONCICK

 


     En cine, me gustaría que Andréi Tarkovsky me incluyera en “Stalker”.

     En novela, que Melville me sentara en una mesa de la posada El Chorro de la Ballena.

     En música estoy hecho, porque Pablo Socolsky compuso un tema inspirado en mi libro “Historias inauditas”, tema titulado como dicho libro (ignoro si algún día lo incluirá en un disco).

     En pintura, haber inspirado algún personaje de Caravaggio o un sátiro de Rembrandt.

     En poesía, que Dante me incluyera en el círculo del infierno que me haya ganado; o que Homero me embarcara en una de las naos prontas a partir a Troya.

     En escultura, inspirar el Perseo de Cellini, la vena o un tendón del Moisés de Miguel Ángel...

 

 

11: JOTAELE ANDRADE

 


     Es singular esta invitación de perderse (o encontrarse) para alguien que prefiere andar libremente. Incluso de sí mismo. Sin embargo, creo que el arte que uno pueda entregar al mundo ya está imbuido de otredades. Como si fueran materias constitutivas que hacen activar nuestra propia creación las obras y algunas vidas que creemos heroicas ayudan a construir nuestras visiones poéticas que levantan poemas, canciones, trazos, infiernos o paraísos personales.

     Tanto de mi asombro al conocer la obra del Bosco, de Remedios Varo como del llanto al concluir Kim, hay en mi escritura, así como también el zumbido cantarino que escuché en la poesía de María Mercedes Carranza o la voz hueco de Raúl Gómez Jattin con su carga de mango herido por el sol. O las canciones de Los Redondos agitando su flema lunar sobre los huesos de los fantasmas sociales. O la música y la artistitud vital de Juan Gabriel. Ecos de Olga Orozco, de las historietas de la editorial Columba, de las series japonesas, de la ciencia ficción de Bradbury, tan poética.

     Podría rastrear tantísimos componentes dentro de mi escritura hechos de estados alterados por el asombro, la felicidad y la congoja, el deseo de decir o escribir esas mismas cosas asombrosas: la marea del Torotumbo, el río secreto que va por las piedras arguedianas, la flor corrosiva que crece en los poemas de Eunice Odio, el verso de la flor de batatilla que siempre irrumpe en lo que escribo, siempre abierta en la sombra.

     Son tantos e incontables. Como incontables las visiones que rompieron la piedra para que salte el agua de la idea hacia su curso artístico: aquella paloma que chocó contra un escaparate publicitario, aquella otra toda gris, en una mañana neblinosa que escarbando en su ala sacó una pluma blanquísima, el perro que una noche vi haciendo rodar una bolsa con basura, el mar que una tarde fue un espejo plateado y quieto, inaceptablemente quieto, la bolsa negra de residuos que el viento hacía sonar como un corazón en las ramas de un árbol enjuto.

     Pero podría decir que, aunque estoy dentro del algún modo, el universo lorqueano es donde me gusta andar, perdido y reencontrado, resonar en sus canciones y suites: “Limonar, / mi amor niño, mi amor/ sin báculo y sin rosa.” y “La estrella/ nueva/ quiere azular/ la sombra”. En su viaje a la desmesurada New York: “mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.”. Recuerdo ver el Prendimiento y muerte de Antoñito, el camborio, su mano arrojando limones hasta volver las aguas de oro. Podría decir que estoy dentro del asombroso, trágico, bello mundo de Lorca. No sólo en su obra escrita. También su vida como una obra de arte comprometida no sólo con la belleza abstracta, desgarrada en la noche por el fascismo. Sí, haber sido dicho por su voz de la que no hay registro, de esta manera:

 

“Si el cielo fuera un niño pequeñito,
los jazmines tendrían mitad de noche oscura”

 

 

12: LUIS ALFREDO VILLALBA

 


     Cuando leí “Las primas” de Aurora Venturini me sentí tan desconcertado como los astrónomos que, en 1970, investigando la galaxia de Andrómeda, descubrieron que, si el universo que nosotros vemos con sus galaxias y estrellas relucientes, mantiene la forma, es porque hay algo invisible que funciona como su esqueleto: la materia oscura.

     O sea que el universo es lo que es por lo que no vemos, por lo que se oculta. Y si no lo vemos es porque no estamos preparados. No queremos conocer el esqueleto del cielo porque para nosotros el esqueleto es un símbolo de la muerte. A pesar de que si nosotros no tuviéramos esqueleto seríamos un charco de vísceras y cartílagos.

     Y es lo que hace Venturini con “Las primas”. Muestra sin pudores lo que las personas normales como yo no quieren ver: un monstruo. Pero después de que leí “Las primas” supe que yo nunca había sido normal. Ahora les cuento. 

 

     Me llamo Luis Alfredo Villalba y nací en 1939 con cuatro dedos en el pie derecho. Mi mamá me envidiaba y me lo hacía notar cuando antes de darme la teta se la daba primero a un perrito callejero.

     Me llevó a un médico famoso y sus ayudantes me subieron a una mesa blanca y fría. Todos se rieron y gritaron al unísono: ¡Esto es un monstruo! Mi mamá se sentía orgullosa, después de todo ella me había hecho a mí. Hasta que un día agarré y me fui a vivir a la calle.

     Me sentaba en el cordón de la vereda y cuando venía gente bien vestida le pedía plata entre toses. Una vez que estaba en la plaza tomando solcito apareció Aurora y me ofreció trabajar en el jardín de la casa grande donde vivían sus parientes. Me puso una condición y era que nunca tenía que entrar en la casa. 

     Empecé a trabajar y a veces dejaba el rastrillo para espiar por las rendijas de las ventanas y así supe que en la casa vivían un montón de mujeres taradas. A mí me calentaba Petra, enana y puta. Se bañaba desnuda y tenía el cuerpo y las piernas torcidas. No me gustaba cuando se sacaba la peluca y mostraba la calva. Pero tenía la espalda con pelos enrulados desde el cogote hasta la cintura. Era un monstruo como yo.

     Yuma, la disléxica, estudiaba pintura. Un día me tenté, entré a la casa y me pillaron cuando estaba mirando los cuadros. Me echaron.

     Desde entonces vivo de las monedas que me dan los chicos de la plaza cuando les muestro mi pie con cuatro dedos. Ellos se burlan porque soy defectuoso, pero con las monedas me lleno la panza de tortitas con chicharrones. Cuando me sobra alguna la dejo en las escaleras de la casa grande. Seguro que ellas saben que soy yo y me van a llamar para que les pase el rastrillo.

     Mientras tanto empecé a escribir poesía, pero esa desviación ya es conocida en el ambiente.

 

 

13: MARCELO FAGIANO

 


     Mujeres de la memoria y el deseo*. Me he sumergido en casi todas tus ciudades invisibles y espero, antes de morir, transitar con mis pasos por las que aún me restan descubrir. En cada uno de esos fantasmas arquitectónicos me ha enamorado una mujer, he dejado hijos y riquezas en el camino siguiendo mi destino de viaje y, aunque crea que cada vez amo a una mujer distinta es siempre la misma, idéntica al deseo clavado en las pasiones que me quitan el aire. El abandono de la mujer amada será temporario pues es circular el itinerario que describo con mi sangre. Será inevitable entonces mi regreso a sus brazos y besar la descendencia aparentemente abandonada.

     La primera señal la obtuve después de cabalgar por tierras selváticas y arribar a Isadora, allí como forastero, estando indeciso entre dos mujeres, apareció una tercera. Hay bellezas que hieren con estacas de felicidad a la existencia, dan muerte al espíritu y no queda otro remedio que admirar sin ya ser nada. Al girar la cara vi su silueta espigada en una ventana y descubrí que no hay mejor manera que una mirada directo a los ojos para acabar con las cataratas que nublan el erótico cristalino. En otra ocasión ella se bañaba en un estanque de un jardín de Anastasia, me invitó a desvestirme y perseguirla en el agua. Al llegar a Zobeida pude ver a la mujer fundante de aquella ciudad correr de noche, de espaldas, desnuda y con el pelo largo. Aún la persigo en mis sueños. En Ipazia una hermosa mujer morena montada a caballo, con los muslos desnudos y la caña de las botas sobre las pantorrillas, me tumbó sobre un montón de heno y me apretó con duros pezones. Otras me han enamorado con sus cantos, algunas arqueadas bajo duchas suspendidas sobre el vacío, todas fueron mujeres descomunales, tejedoras, parlanchinas, trapecistas en el amor. Cuando la belleza estalla en los ojos, hay que cerrarlos para liberar los sentidos que despierta la ceguera. ¿Cómo puede reunirse tanta belleza concentrada en una sola imagen? Me he sentido dichoso de recibir sus amores tal cual un joven toro que guarda en su gaveta secreta todo el esperma del cosmos.

     Estoy sintetizando en mi mente lo mejor de cada ciudad, lo mejor de cada mujer, anoto en mi devenir todas las riquezas descartando lo obvio e inservible. Sé que voy detrás de la ciudad utópica que contenga al imposible amor que refresque de estremecimientos el alma y, aunque intuyo que todavía no existe, me es imposible dejar de crearla. Tampoco es inocente que cada ciudad tenga el nombre de una mujer. Llevo siglos construyendo el genuino espacio que contenga la luz y la sombra para alcanzar la deshojada perfección. Sin tus pétalos Ítalo, me hubiera sido imposible edificar estos sueños.

     Estamos condenados a repetir las innumerables obras poéticas escritas, imitar los múltiples espejos que no han perdido aún su inmortal brillo. Camino por el desierto con mis últimas fuerzas. Lo sé, detrás de las colinas rosadas de este planeta que aún gira está la ciudad invisible que alojará mi ser por toda la eternidad, ahí están ellas, la única mujer que amo, y mis hijos, esperándome.

 

*Sobre “Las ciudades invisibles” de Ítalo Calvino.

 

 

14: MARIO NOSOTTI

 


     Me gustaría salir a caminar y conversar con Pier Paolo Pasolini. Como en alguno de sus largos poemas narrativos en donde observación y pensamiento se entrelazan, charlar de lo que sea mientras nos perdemos en alguna barriada de la periferia romana de posguerra, o en alguna callecita de un suburbio africano o hindú, quizá al caer la tarde, quizá después de un día de rodaje. Mientras él suelta palabras sobre la realidad, la política, sobre algo que le llama la atención, o simplemente compartiríamos el silencio de ambos, escucharíamos el rumor de la gente, el trajín de la vida cotidiana con su mezcla de luz y oscuridad.

 

 

15: OSCAR A. AGÚ

 


     Cuando vi por primera vez, y no en directo, una obra de Velásquez quedé impregnado de esa luminosidad que emana de ella. Al recorrer otras, réplicas, tuve la misma sensación. Si algo quedó en mí, un joven de 20 años, fue esa luz.

     Años después, en una muestra en el Museo Municipal de Artes Visuales de la Ciudad de Santa Fe, tuve ocasión de estar en la inauguración de la muestra de Juan Arancio referida a la historia de la ciudad en sus orígenes. Y allí, en ese espacio dedicado a los artistas, pude contemplar el cuadro dedicado a los “Siete Jefes”, referido a la rebelión de los mismos contra Juan de Garay.

     Y en ese cuadro está también la luz. Charlando con Juan se lo digo. Y le comento la reminiscencia de Velásquez a la que me lleva su obra. Esa luminosidad lograda en los rostros brindada por una vela en medio de una rústica mesa quedó en mi retina.

     Y él, sonriendo, me dice: “¡Ojalá!”, como expresando su admiración hacia el artista español.

     Ese aspecto de las obras siempre, de una u otra manera, me lleva a un universo en busca de la claridad y simpleza, más allá de lo que representan las obras de los artistas mencionados, ya sea la corte o personajes de la calle de su España, en Velásquez, o de una reunión secreta donde se tramó una rebelión, según el artista santafesino.

     La claridad está en ellas. Y es lo que me impactó y da relevancia a las obras, al menos en mí.

     Quisiera habitar siempre ese universo. Universo que, en mi caso, se deja ver en la escritura y que no siempre se representa. Aunque, debo reconocer que luz y sombra se complementan en este “juego” que es el universo todo. No existen una sin la otra. La sombra, en ambos autores, es lo que resalta la claridad. Y a la inversa.

     Poder comprender ese juego. La luz y la sombra se sostienen una a la otra.

     ¿Puede, uno, obviarlas?

 

 

16: PATRICIO TORNE

 


     Bowie me salvo de muchos males. Quizá porque en Helvecia, el pueblo litoraleño donde nací y pasé mi infancia, parecía no haber otra alternativa que el chamamé y la cumbia como música sonando en la radio y las fiestas del vecindario, es que haberme encontrado con la figura, las canciones y la voz de David Bowie, fue un tremendo mazazo a mi espíritu que ya se percibía absolutamente diferente al de todos los pibes del lugar. Yo quería ser él, su figura andrógina, sus ojos diferentes el uno del otro, y sus canciones que, por supuesto, no entendía de que se trataban, pero sus títulos me bastaban para hacer mi propia versión de cada una de ellas, eran el horizonte de un mundo que me llamaba cargado de extrañezas que, con el tiempo me di cuenta, eran la poesía, la teatralidad y la originalidad artística ante un mundo que cada vez se iría volviendo más perverso. Bowie me llenaba la cabeza con cosas Interespaciales y yo viajaba y me encontraba con extraterrestres con los que compartía mis sueños. Recuerdo que el 72 fue un año que marcó un punto de inflexión en mi vida, terminé el secundario y me fui de casa, salí al mundo acompañado de “Starman” entre las cosas fundamentales que cargaba, esa canción sonaba intermitentemente en mi cabeza, y no dejó de hacerlo, aun en los momentos en que la vida me mostró su lado mas cruel. En soledad, con frío, esa canción me acompañaba; recorriendo el país, me acompañaba; en la militancia dentro de una organización revolucionaria me acompañaba; en la cárcel y en la tortura me acompañaba, hasta que un día, sin darme cuenta, la reemplacé por otra que todavía me acompaña. Esa canción es “Héroes”. Si, Bowie me es inevitable. En el mismo pueblo de donde me había marchado, yo estaba con libertad vigilada, habían pasado 10 años desde mi partida, y en la radio escuché “Héroes” y fue otra revelación: todos podíamos ser héroes por un día, y cargado de la energía que esta canción me daba, decidí partir otra vez, y todavía, aún sin moverme de la ciudad en la que elegí plantar residencia, sigo viajando acompañado por Bowie. Aun en la vejez escucho sus discos y bailo o escribo al ritmo de su música. Bowie, puedo decirlo, me salvo de muchos males.

 

 

17: RAÚL ASTORGA

 


     Me encantaría perderme, o encontrarme, en el universo literario de Paul Auster, a quien tuve el gusto de conocer en persona y que ya no está entre nosotros. Transitar sus mundos con la curiosidad insolente que permite lo lúdico, apareciendo de repente en ese aquí y allá de sus estructuras novelísticas. Siempre existió en mí la fantasía de formar parte de su novela “El palacio de la luna”, si Auster hubiera nacido en Argentina o, redoblando la apuesta, en Rosario, mi ciudad. El juego de convertirme en su protagonista, una especie de Marco Stanley Fogg rosarino, con su tío Victor (en inglés, sin tilde), músico sin buena suerte, caminando por las calles de esta analogía, a escala menor, de Nueva York. Dos ciudades que se parecen en lo cosmopolita y se las ama con todo incluido, sus bellezas culturales y sus crímenes. Aventurarme en una serie de historias cruzadas con ese tío cuya riqueza son sus libros y después dejarme partir hacia algún lugar en busca de una identidad propia y verdadera. Auster ha estado tan cerca de nuestra cultura, ya sea rindiendo homenaje a través del personaje de “El libro de las ilusiones”, el actor de cine mudo Hector (otra vez sin tilde) Mann, argentino en esa ficción, como también cediendo los derechos de su novela “El país de las últimas cosas” a un director de estos lares. Porque internándome en el universo Auster, el azar, la sorpresa, las vidas que podrían vivirse tienen que ver con las páginas de un hombre que ha admitido la influencia de lo borgeano y lo cortazariano en su rol personal de lector, luego de escritor. En ese recorrido onírico de mi fantasía como personaje, hallaría pequeños tesoros que se irían acumulando hasta conformar lo que, por supuesto, se definiría como experiencia extraordinaria. Entre esos tesoros que tienen que ver con las palabras, sin dudas, permanece en mi memoria aquella frase de “El palacio de la luna” respecto del objeto más preciado: los libros no eran tanto el soporte de las palabras como las palabras mismas y el valor de un libro estaba determinado por su calidad espiritual más que por su estado físico.

 

 

18: RAÚL FEROGLIO

 


     Estar sumergido en el mundo de la poesía, o mejor del arte, lo imagino como permanecer dentro de un magma viscoso donde se mezclan las influencias de tantos maestros, hermanos mayores, musas, padres. En cada rincón el mundo es una escuela, y cuando pienso algo otros lo pensaron antes, lo escribieron, lo enseñaron. Y como es sabido que cuando algo se nombra, nace o se rompe para siempre, no puede existir creación sin influencias.  
     Podría si quisiera entrar en un set de cine, y acompañar al más grande artista de todos los tiempos para mí, Charles Chaplin. Para ser testigo de su crear historias con unas imágenes que apenas están naciendo. O ser vecino del Cuchi Leguizamón, y prestarle un sacacorchos si fuera necesario. 
     Pero la pregunta descoloca, me detiene. Y así nomás viene a mí Federico García Lorca. Entonces pienso que sería agradable y sobre todo emocionante caminar esas veredas de ciudades españolas, los glamorosos días de cuando no había guerra. Sentarme callado en un rincón de las tertulias literarias donde Federico se abraza todavía con Neruda, con Vallejo o con Hernández. Tomar con él un café en Nueva York, y que me cuente cómo está pergeñando el libro de poemas que está escribiendo. O encontrar la experiencia en un mundo de gitanos y mujeres morenas, de lunas asomándose a la noche o a los aljibes.  
     Y en el final trágico, la guerra, las balas finales, el silencio. Después la prolongación de su larga fama, creciendo y creciendo por el mundo. Escribí un poema en el que planteaba criar un caballo, y cuidarlo, enjaezarlo, y dedicar mi vida con pasión a esa tarea. Para que el bello verbo “enjaezar” y la memoria de Federico no se perdieran.  
     Y el mundo del teatro, y sus obras. Sí, aunque no soy actor, podría intentar actuar en alguna de las historias donde vive el drama y la pasión de esas mujeres sufrientes de hace ya un siglo.  

     El túnel del tiempo, ir y volver donde uno quiere. Una fantasía que nos haría felices, a riesgo de caer fusilados en una época y un sitio de pasiones y violencia, no muy distinto al nuestro.  A riesgo también de ser discriminado, por pensar distinto, por amar tal vez.  

 

 

19: RICARDO RUIZ

 


     Con admiración a sus artistas y creadores, con la esperanza de que podamos evitar que el tiempo en que vivieron no se repita como farsa y tragedia simultáneas, me gustaría perderme y encontrarme con los intelectuales, poetas y pintores libertarios de la Mitteleuropa de principios del siglo XX.

     Una generación de pensadores y artistas nacidos en el último cuarto del 1800 unificados por la historia, cultura y geografía de su zona de origen, Alemania y el Imperio austrohúngaro que dieron pie a un desarrollo cultural rico e innovador en las ciencias, literatura, política y filosofías hasta su destrucción por el nazismo, al cual sobrevivieron de manera dispersa en el exilio y en sus representantes tardíos, dejando una impronta que llega a nuestros días y en la que es necesario volver a perderse y encontrarse.

     Una cultura, antecedida por Marx y Heine, que nos legó a Freud, Kafka, Bloch, Benjamin, Brecht, Luxemburgo, Klee, Adorno, Landauer, et al; y que nos permite pensar como posible una revuelta anti-autoritaria, una revolución permanente del arte y la cultura y el ideal de una comunidad igualitaria.

     De todos estos nombres de vencidos de la historia -tal como nosotros desde mediados de los setenta del siglo pasado-, nombro cuatro de ellos en los que podemos conformar una cruz del sur como guía del pensamiento y el arte: Walter Benjamin, Paul Klee, Bertolt Brecht y Theodor Adorno. Los cuatro relacionados entre sí y conformando una constelación de pensamiento crítico y creador.

     Encontrar/me/nos en un pasaje del Libro de los pasajes, rescatar al ángel de la historia, el Angelus Novus de Paul Klee contra la maquinal destrucción del progreso. Volver a las preguntas de Brecht y a la crítica afiladísima de Adorno, una dialéctica negativa que nos permita un rearme intelectual. Ser parte de estas obras, incluirme/nos en ellas sosteniendo el compromiso con la palabra poética que indaga, crea y nos constituye. 

 

 

20: RUBÉN VALLE

 


     Al escritor se le pide que sea un personaje, que de mirar pase a ser mirado, escrutado por el gran hermano del ojo ajeno. Cazador cazado. Nada más tentador que dejar el yugo de imaginar y ser imaginado. De crear y ser creado. Y mucho más poder elegir qué máscara nos ponemos; cuan Cyranos podemos ser de nosotros mismos. Por un rato dejamos de ser esos cómodos voyeurs para quedar en la mira del otro. La invitación no es cruzar por el agujero de Alicia sino cavar el propio y caer a la historia que más nos plazca.

     Perderse en el universo de un artista a elección es una consigna tan tentadora como desproporcionada porque, lo digo y no lo repito, son tantos esos universos, esos artistas que me conmovieron, que lo más cercano a su síntesis sería un Frankenstein bien parecido.

     Se me ocurren unas cuantas opciones como parte de un ejercicio lúdico que, no por serlo minimiza el impacto de estar ahí donde alguna vez estuve, pero en esa ocasión como un feliz lector (valga el adjetivo feliz por asombrado, conmovido, extasiado, perturbado, etc).

     Se trata de cruzar al otro lado del espejo. Probarse otro cuerpo, otra piel. “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas”, dice Jorge Luis, y esta vez soy yo quien puede decir que es mi otro yo -el convocado por Revagliatti- quien hace lo que hace o deshace lo que deshace.

     Elipsis, señor director. Bien, estoy en el barrio de Villa Santa Rita, más precisamente en el Salón de Julia. No soy uno más, otro borracho acodado en la barra. Tampoco el que escribe. Soy Francisco Real, el hombre de la esquina rosada. Más conocido como El Corralero. Tengo entre ceja y ceja al “Pegador” Rosendo Juárez. Mi valentía y mi destreza con el cuchillo harán lo suyo y Borges, el resto.

     Puede que en días de capa caída sea la encarnación de Aballay, la criatura de Antonio Di Benedetto que puesto a pagar una culpa tan grande decide ya nunca bajar de su caballo. Hombre de pocas pulgas, mentado ladrón y asesino, Aballay deviene penitente dispuesto a dar la vida para menguar su deuda con el niño al que le quitó su padre. Si el caballo se va de aquí, yo también.

     Como cualquier hijo de vecino, aceptaría -y gratis- ser un extra más en la Divina Comedia (en lo posible, en algún cameo en los nueve cielos del Paraíso), pero puesto a elegir arbitrariamente, estaría feliz con solo subirme al micro spinetteano del Capitán Beto o quedarme a observar el mar al lado del ciego que habita en Los libros de la buena memoria.

     Volviendo a las calles, no dudaría en atravesar una noche en la tierra a bordo del taxi de Jim Jarmusch con Winona Ryder al volante y la música de fondo de Tom Waits. Y después que ese taxi, sí o sí, termine en la casa del mismísimo Tom para un karaoke compartido hasta que amanezca (que no es poco).

     Ya que este desafío es lo suficientemente disruptivo, me permito un último viaje asincrónico para sumarme al inefable mundo de Mafalda y ser uno más de sus amigos del barrio. Veo veo a Rubencito tomando la mediatarde con Manolito, Felipe, Susanita, Miguelito y Libertad. Lo veo leyendo un libro que en lugar de fin dice continuará... Y eso, como corresponde, también será ficción.

 

 

21: VICENTE MULEIRO

 


     Nunca necesité que me invitaran a ensoñar. Siempre me las he arreglado para ensoñar solo. Así hemos charlado con mi Viejo, sentados en su tumba del cementerio de San Fernando, sobre cosas de la vida y de la muerte. También caminé por la calle de mi infancia para resucitar, bajo los paraísos, al amor más intenso e imposible de mi existencia. Y marché por las avenidas que convergen en Plaza de Mayo y personalmente le di al tirano el último empujón que lo defenestró. Una vez le alcancé a Jorge Luis Borges el oculto y exacto adverbio relativo de tiempo que buscaba. Y todo eso sin que me invitaran.

     Y ahora me convidan a ensoñar, a mí, un ensoñador profesional. Acepto y cuento que suelo teletransportarme a un bar de Once, en la década del ‘20, para encontrarme con Macedonio Fernández y sus contertulios. Ellos creen que soy un escritor del grupo Florida, aunque en verdad estoy con los de Boedo porque siempre se me ha dado cruzar la tensión estética con las aventuras y desventuras sociales. No es casual que también me interese juntarme en los bares del puerto con Raúl González Tuñón o con Héctor Pedro Blomberg y acodarme en el estaño donde además confraternizo con las paicas abrazado a un sentimiento extraño que no discrimina entre pasión y redención.

     Pero, o sobre todo, devoro los libros que atraviesan el Atlántico y proponen la ruptura del lenguaje articulado, la independencia de la metáfora de todo amago de representación, el montaje discordante de imágenes, la fragmentación e inversión del tiempo sucesivo y la joyceana ambición de hacer una épica de un pensamiento secreto, de un deseo en sordina que busca su palabra.

     Claro que si solo me quedo en la búsqueda experimental me pierdo todo un mundo acaso no tan prestigioso, pero también creativo y, en términos económicos, más rendidor. Entonces me invento un seudónimo y escribo góticas y tormentosas historias de amor, por ejemplo, entre un mazorquero y una pulpera de ojos claros que al final se la roba un payador de Lavalle mientras los jazmines se desmayan y los cisnes se ahorcan. O sea: lo que me entusiasma es asumir la plena condición anfibia de la época y publicar poemas en Martín Fierro mientras escribo secretamente para La novela semanal y El cuento ilustrado.

     La bifurcación no es tan fácil sobre todo si estoy escribiendo sobre un juego de pasiones entre una Milonguita y un Bacán y me tiento con el automatismo surrealista. O, a la inversa, quiero borrar la intervención de la razón cuando en la editorial me han pedido que escriba argumentos simples sobre vendedoras de Harrod’s tentadas por un jailaife que se dice enamorado pero que solo quiere “eso”.

     Trato de dominar todas las cuerdas. El paisaje cultural de estos años, su multiplicidad de formas, estilos, géneros y búsquedas que van de lo “alto” a lo “bajo” y viceversa, de la vanguardia al código común, me provee una felicidad de montaña rusa.  

 

 

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