José Jurado
De intensa, pero callada y sin alharacas, puede calificarse la labor creadora del poeta chileno-canadiense Jorge Etcheverry. De aquí que me parezca oportuno el presentar al lector de la Revista Hispano-Canadiense este interesante escritor con un ligero comentario crítico de su poetizar y una cala de muestra fijada en unos breves poemas suyos. Nada más apto, a mi ver, para que el tal lector pueda refrendar por sí mismo los puntos realzados por el crítico como esenciales de su análisis.
Etcheverry nació en Santiago de Chile el año de 1945. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Chile. Perteneció -y muy activamente- al grupo poético Escuela de Santiago. El cambio de régimen político de Pinochet le forzó a salir de su país nativo, exilándose en Canadá. Y, transcurridos unos años, adoptó la ciudadanía de este gran país. En Canadá ha ocupado su tiempo en ampliar estudios de literaturas hispánicas y comparadas en las Universidades de Carleton, Laval y Montreal, en la docencia y, naturalmente, por vocación, en escribir obra creativa: prosa y poesía.
Sus escritos han venido publicándose con regularidad en diversas revistas de Hispano-América, Europa y Estados Unidos . Pero de los mismos hemos de resaltar las colecciones de poemas que llevan por título La Calle, Tánger y, por supuesto, El Evasionista, título simbólico y existencial de una serie de poemas que reflejan cabalmente la fuerte personalidad literaria y el bullente mundo interior de este singular poeta chileno-canadiense.
Lo que recoge el último libro mencionado, que es una parte muy sustancial y significativa de la poesía de Etcheverry: la escrita –si bien no toda ella- en.el periodo que va de 1968 a 1980; esto es, la que muy concretamente puede llamarse su poesía del exilio, con las implicaciones que ello conlleva en el impacto de la elaboración artística de un determinado escritor y, claro está, en el de la obra total del mismo: la lectura de su obra poética posterior a 1968 deja muda transparencia de que Etcheverry está atrapado -fieramente condicionado- entre los trágicos lazos de tal circunstancia vital, sin habérselos podido arrancar hasta el presente. De aquí lo apropiado -a mi juicio- de centrar el presente comentario crítico sobre esta obra suya, ya que marca en la creatividad del poeta un hito definitivo lleno de sustantividad perdurable. Añadamos incidentalmente que, en la selección de poemas que tomamos como eje de nuestro comentario se publica también una versión inglesa de las mismas hecha por Christina Shantz: excelente traducción de un texto extremadamente difícil, en la que se logra captar, no sólo las ideas e imágenes del poeta, sino particularmente su peculiar hálito poético y aún, en lo posible, las vivencias mismas del artista.
Etcheverry -lo reflejan sus poemas- ve, siente y vive su contorno en su intimidad, retirado de la vida social y distendiéndose, en su ensimismamiento, en un ámbito de seres (vivencias, más propiamente) profundos, ya muy al margen de las cosas. De ahí, de ese vivir a solas, con-sigo -extraída la quintaesencia de su yo con la intuición de lo profundo- desborda en su poetizar un chorro de imágenes híspidas, una tras otra, a grandes borbotones, emergiéndolas al plano de lo meramente lógico; pero a menudo en un cerrado u oscuro sentido de percepción discursiva no fácil de penetrar. El poeta va tras la intuición y el agarre prieto de las realidades profundas. Ésas, las insitas en el yo suyo, que no precisan ciertamente de ser conocidas, sino de ser re-conocidas. Así, pues, sin pretenderlo, sin proponérselo, ahí está, en su obra, mostrándosela inconscientemente al lector, la briosa y turbulenta tensión de su soledad, la abierta llaga de la problemática del poeta chileno-canadiense. Etcheverry aparece en esta colección antológica despojándose de la inmensa y espesa masa, neutra y amorfa de los valores profundos que le soportan; echando fuera de sí sus propias vivencias, la desgarrada realidad íntima que le aprisiona. En esfuerzo supremo de erradicarse de sí mismo por la vía de lo estético: El Evasionista. Revelador título el de este conjunto de poesías de exilio. Inconscientemente el poeta aspira a escaparse de sí mismo, a esconderse de su yo en esa interrelación de intimidad con el otro -el lector- a la que M. Buber calificó tan acertadamente con el marchamo de presencia dialogada. Ahí va, tras el fundirse, en el ámbito del ‘entre', en la intersubjetividad con el yo del de enfrente que le vive en la inmersión de sus poemas, de su destapada intimidad. Lo cuestionable es (nos preguntamos como crítico) si el poeta, en ese su tenso esfuerzo por aproximarse al otro, puede llegar realmente al escaparse, al des-garrarse de sí. Pues para tal habría que prescindir de la categoría espaciotemporal del ‘entre’, tan íntimamente unida al estrato ontológico del yo y del tú; con lo que ya andamos a caballo de la torturante aporía óntica del cómo eludir la intimidad del yo en ese movimiento del yo mismo, extravertido hacia el tú. ¿Mediante el poder lógico-síquico de la expresión?, ¿mediante la entelequia de la efectividad de los medios expresivos ínsitos en la palabra?... Y, ¿cómo, por otra parte, reducir a objetividad pensante, a entidad lógica, más aún, a vivencia comunicada (vivencia del yo en el otro) la inasequible inmanencia propia, la superobjetividad de lo íntimo vivido por el yo, en la misma forma e idéntica conjunción coordinativa?...
Etcheverry -lo reflejan sus poemas- ve, siente y vive su contorno en su intimidad, retirado de la vida social y distendiéndose, en su ensimismamiento, en un ámbito de seres (vivencias, más propiamente) profundos, ya muy al margen de las cosas. De ahí, de ese vivir a solas, con-sigo -extraída la quintaesencia de su yo con la intuición de lo profundo- desborda en su poetizar un chorro de imágenes híspidas, una tras otra, a grandes borbotones, emergiéndolas al plano de lo meramente lógico; pero a menudo en un cerrado u oscuro sentido de percepción discursiva no fácil de penetrar. El poeta va tras la intuición y el agarre prieto de las realidades profundas. Ésas, las insitas en el yo suyo, que no precisan ciertamente de ser conocidas, sino de ser re-conocidas. Así, pues, sin pretenderlo, sin proponérselo, ahí está, en su obra, mostrándosela inconscientemente al lector, la briosa y turbulenta tensión de su soledad, la abierta llaga de la problemática del poeta chileno-canadiense. Etcheverry aparece en esta colección antológica despojándose de la inmensa y espesa masa, neutra y amorfa de los valores profundos que le soportan; echando fuera de sí sus propias vivencias, la desgarrada realidad íntima que le aprisiona. En esfuerzo supremo de erradicarse de sí mismo por la vía de lo estético: El Evasionista. Revelador título el de este conjunto de poesías de exilio. Inconscientemente el poeta aspira a escaparse de sí mismo, a esconderse de su yo en esa interrelación de intimidad con el otro -el lector- a la que M. Buber calificó tan acertadamente con el marchamo de presencia dialogada. Ahí va, tras el fundirse, en el ámbito del ‘entre', en la intersubjetividad con el yo del de enfrente que le vive en la inmersión de sus poemas, de su destapada intimidad. Lo cuestionable es (nos preguntamos como crítico) si el poeta, en ese su tenso esfuerzo por aproximarse al otro, puede llegar realmente al escaparse, al des-garrarse de sí. Pues para tal habría que prescindir de la categoría espaciotemporal del ‘entre’, tan íntimamente unida al estrato ontológico del yo y del tú; con lo que ya andamos a caballo de la torturante aporía óntica del cómo eludir la intimidad del yo en ese movimiento del yo mismo, extravertido hacia el tú. ¿Mediante el poder lógico-síquico de la expresión?, ¿mediante la entelequia de la efectividad de los medios expresivos ínsitos en la palabra?... Y, ¿cómo, por otra parte, reducir a objetividad pensante, a entidad lógica, más aún, a vivencia comunicada (vivencia del yo en el otro) la inasequible inmanencia propia, la superobjetividad de lo íntimo vivido por el yo, en la misma forma e idéntica conjunción coordinativa?...
Pero, no obstante, ahí está este Jorge Etcheverry poeta -el evasionista-, en vivo esfuerzo estético, en ánsia vital de eludir su yo torturado, de extra-verter en el otro su propia superobjetividad (es decir, lo que de ella es in-tuible y, mediante tal, a-sequible), agarrado a vocablos y expresiones espacio-temporales de rango meramente empírico, que inciten y susciten precisas, pero difíciles, representaciones, concretas simbologías. Y tras lo empírico, lo estético; y tras lo estético, lo supraóntico: lo existencial. Ciertamente, atajo único posible -si alguno hay- de hacer que el otro logre dar alcance a lo superobjetivo-vivencial del yo de uno. Toda intuición del ego, todo "saber" existencial, necesita transportarse al plano del concepto (trampolín de arranque inicial) para poder ser comunicado, tratándose de poesía o de cualquier otro género literario. Precisa envolverse en el concepto. No cabe otro escape; no hay otro resquicio para evadirse del yo personal, del única y de sobreexcelencia del poeta poeta, esto es, de quien, en verdad, goza del divino carisma de tal (como la del místico) es la de saber codificarse a sí mismo -la del saber transfigurar las vivencias íntimas de su ser- en mágicos moldes estéticos para poderse dar así al ser íntimo del prójimo'; es la del saber sacar a flote del obstruso e inasequible fondón del yo (mónada aislada, única e impenetrable), en armonía perfecta entre la percepción y la expresión, lo allí vivido por sí mismo a solas y en absoluta intimidad, para ser puesto, en generosa e insólita donación, en el no-yo: supremo regalo del uno.
¡Difícil tarea, pues, ésta del saber trans-formar (dar forma, sentido aristotélico) lo intuido en la enclaustrada intimidad del yo y llevarlo al plano de lo conceptual para lanzarlo al yo del otro!. Tal incomprensible comunicación de las propias vivencias mediante el inicial coger con el entendimiento (curo + capturo: concepto), tal esfuerzo por dar estructura de realidad lógica a la intimidad superobjetiva para así poder ser plenamente comunicada -esto es, para así lograr el hacerla sustancialmente "común" con la de otros "prójimos", nómadas también aisladas- resulta ser el más sorprendente misterium creationis del quehacer artístico en la interrelación personal de creador-receptor. Misterio mimético, sí; pero dado, no como simple imitación o copia de lo vivido (¿sería ello posible?), sino como sugestiva y vitalizadora representación o símbolo. En el título mismo de la aludida central colección antológica el poeta chileno-canadiense resalta la evasión como lo más sustantivo de su poetizar; tal vez, intuitivamente y sin haber parado mientes el poeta mismo en la profunda significación filosófica del término escogido: la unicidad íntima Etcheverry, en agonía estética por darse, evadiéndose de sí misma (de poder ónticamente serlo), aspirando a poner lo suyo, ésto es, su ínsita y fiera sustantividad, en el otro del con-torno ¡Inacabable tensión existencial!
¡Difícil tarea, pues, ésta del saber trans-formar (dar forma, sentido aristotélico) lo intuido en la enclaustrada intimidad del yo y llevarlo al plano de lo conceptual para lanzarlo al yo del otro!. Tal incomprensible comunicación de las propias vivencias mediante el inicial coger con el entendimiento (curo + capturo: concepto), tal esfuerzo por dar estructura de realidad lógica a la intimidad superobjetiva para así poder ser plenamente comunicada -esto es, para así lograr el hacerla sustancialmente "común" con la de otros "prójimos", nómadas también aisladas- resulta ser el más sorprendente misterium creationis del quehacer artístico en la interrelación personal de creador-receptor. Misterio mimético, sí; pero dado, no como simple imitación o copia de lo vivido (¿sería ello posible?), sino como sugestiva y vitalizadora representación o símbolo. En el título mismo de la aludida central colección antológica el poeta chileno-canadiense resalta la evasión como lo más sustantivo de su poetizar; tal vez, intuitivamente y sin haber parado mientes el poeta mismo en la profunda significación filosófica del término escogido: la unicidad íntima Etcheverry, en agonía estética por darse, evadiéndose de sí misma (de poder ónticamente serlo), aspirando a poner lo suyo, ésto es, su ínsita y fiera sustantividad, en el otro del con-torno ¡Inacabable tensión existencial!
Tal es lo recogido en El Evasionista (y, naturalmente, por extensión, en la obra subsi-guiente de este escritor): la metáfora, la imagen, los contrastes y aun las contradiciones conceptuales -aristas y filos de quebrado espejo- arriman en el comentado elenco -instrumentos efectivos- intemporalidad y desarraigo a la razón físico-matemática que nos asiste. De todo esto se sirve con profusión Etcheverry, el evasionísta. Derrama su ser, su intimidad en torrentes de imágenes, en mares de contrastes, de contradicciones lógicas: enarbolar espadas, furia concéntrica de los cuervos, escrutabilidad diáfana de los ojos, postrera frescura de los astros, pupilas húmedas de calor, sortear las jarcias, llover fuego... De modo que tal quehacer poético viene a ser un urdido estético, continuo y apretado, de extraños y poco comunes simbolismos. Poesía acre, desarraigada, ácrata, desgreñada. Disconforme con el contorno. Sin apenas palabras de aliento, ni de esperanza. Aliada con el desdén. Más que eso, con el desprecio olímpico del vivir clasicista, montado sobre el interés material. Distintamente apartada de lo accidental (lo superficial, la no-nada, lo intranscendente, lo in-substancial), si bien, de ello arrancada.
Con ansia infinita de cosificar, en el molde mondo de la letra, hervideros de vivencias propias; las más, vivencias torturadoras, disconformes. Poesía bronca, híspida, arrítmica, contradictoria en sí misma, multifacética. Sin aparato teatral alguno, sin esteticismos vanos, hueros. Cerebral y cruda. Abundante en transposiciones, distorsionadoras, como recurso óptimo y primario para aproximar al lector al ámbito remoto del ser único existencial del yo del poeta aislado. Poesía, sobre todo, de patente y bien definida unidad estilística, que permite reflejar sin esfuerzo, tras su profusión de símbolos, imágenes y contrastes polimorfos, una vida íntima, extraña y solitaria, intensa y exuberante en riqueza existencial y, más en particular, ciertos violáceos dejes de las amargas secuelas -si bien ya un tanto reposadas- de una vida desgarrada -des-compuesta- por el exilio. Interesante poesía ésta, heterodoxa, pero de inusitada resonancia y de innegable y profunda libertad artística. He aquí su cala:
CATEQUESIS
Atravesemos toda barrera entre nuestros ojos y el objeto viscoso que tuerce sus labios en una sonrisa interior. En un visaje maligno que insinúa una vagina en la tibia sombra.
De ahí salió todo lo que conocemos: Unas gotas de rocío. Cualquier cosa. Un poco de atmósfera que vista.
Un león que imponga sus leyes sobre la aún roja superficie, que asomará sus garras ante la menor infracción. Un ángel de piedra, dispuesto a llover fuego ante la menor blasfemia.
Un pequeño escribiente, ocupado en la misma faena (mucho peor pagado).
Detrás de cada muralla un tentador (o tentadora). Un sapo caliente, asilado en nuestra carne, masca el ala del pájaro cuyo vuelo significa la muerte.
Un hemisferio claro. Un hemisferio oscuro que podemos representar bajo la forma de un gran reptil.
Luego vienen los hombres. Que son unos brutos. Hasta que lleguen unos caballeros togados.
ADVENIMIENTO DEL SUEÑO
Teme la muerte de los sueños.
Teme el cumplimiento de los sueños.
Acurruca tu rostro en el hueco de la almohada.
Espera el día temblando.
Los ruidos se arrastran afuera..
Las estrellas brillan.
Cubra la colcha, como cuando niños, nuevamente el rostro.
Prolonga, prolonga
la harina que se esconde tras tus párpados,
la niebla que gira en tu cabeza en espera del sueño,
que romperá por unas horas
el blando espinazo de tu vida;
que te hará caer por interminables abismos
en compañía de un reloj, que eres tú misma
al lado, discutiendo con tu cuerpo.
El DURO CAROZO
Han segado a la gente como trigales maduros.
Han vaciado a las mujeres como guante dando vuelta.
Han convertido a los cuerpos en infinitos mapas de dolor.
El hambre agrandó la negra pupila de los niños.
Convirtieron en sudor la vida
y el sudor en sal y sangre
y la sangre en nuevas armas
y las armas otra vez en hambre
Han separado los vastos rebaños humanos.
Pero no han podido pulverizar sus vértebras. (La Ca11e , pág. 20)
José Jurado
Carleton University, Ottawa
CATEQUESIS
Atravesemos toda barrera entre nuestros ojos y el objeto viscoso que tuerce sus labios en una sonrisa interior. En un visaje maligno que insinúa una vagina en la tibia sombra.
De ahí salió todo lo que conocemos: Unas gotas de rocío. Cualquier cosa. Un poco de atmósfera que vista.
Un león que imponga sus leyes sobre la aún roja superficie, que asomará sus garras ante la menor infracción. Un ángel de piedra, dispuesto a llover fuego ante la menor blasfemia.
Un pequeño escribiente, ocupado en la misma faena (mucho peor pagado).
Detrás de cada muralla un tentador (o tentadora). Un sapo caliente, asilado en nuestra carne, masca el ala del pájaro cuyo vuelo significa la muerte.
Un hemisferio claro. Un hemisferio oscuro que podemos representar bajo la forma de un gran reptil.
Luego vienen los hombres. Que son unos brutos. Hasta que lleguen unos caballeros togados.
ADVENIMIENTO DEL SUEÑO
Teme la muerte de los sueños.
Teme el cumplimiento de los sueños.
Acurruca tu rostro en el hueco de la almohada.
Espera el día temblando.
Los ruidos se arrastran afuera..
Las estrellas brillan.
Cubra la colcha, como cuando niños, nuevamente el rostro.
Prolonga, prolonga
la harina que se esconde tras tus párpados,
la niebla que gira en tu cabeza en espera del sueño,
que romperá por unas horas
el blando espinazo de tu vida;
que te hará caer por interminables abismos
en compañía de un reloj, que eres tú misma
al lado, discutiendo con tu cuerpo.
El DURO CAROZO
Han segado a la gente como trigales maduros.
Han vaciado a las mujeres como guante dando vuelta.
Han convertido a los cuerpos en infinitos mapas de dolor.
El hambre agrandó la negra pupila de los niños.
Convirtieron en sudor la vida
y el sudor en sal y sangre
y la sangre en nuevas armas
y las armas otra vez en hambre
Han separado los vastos rebaños humanos.
Pero no han podido pulverizar sus vértebras. (La Ca11e , pág. 20)
José Jurado
Carleton University, Ottawa
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