Rafael Felipe Oteriño responde ‘En cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti
Rafael Felipe Oteriño nació el 13 de mayo de 1945 en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, República Argentina, y reside desde 1971 en otra ciudad bonaerense: Mar del Plata. Es
Abogado por la
Universidad Nacional de La Plata, habiendo, además, realizado estudios de
Letras en la Facultad
de Humanidades de dicha universidad. Ha sido profesor titular de Derecho Civil
III y de Derecho Privado en la Universidad Nacional de Mar del Plata, y Profesor
Emérito de Contratos en la Universidad FASTA. Ejerció la magistratura en los
cargos de Juez de 1ª Instancia en lo Civil y Comercial y de Juez de Cámara Civil
y Comercial, en el Departamento Judicial Mar del Plata. Entre otros, en el
género poesía ha recibido los premios del Fondo Nacional de las Artes (1966),
“Pondal Ríos” de la
Fundación Odol (1979), Primer Premio de Poesía de la Secretaría de Cultura
de la Nación
(1985-1988), “Konex” de Poesía (1989-1993), “Consagración” de la legislatura
bonaerense (1996), Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina
de Escritores (2019). Es Miembro de número y Secretario General de la Academia Argentina
de Letras y Miembro correspondiente de la Real Academia
Española. Con Carmen Iriondo ha traducido del inglés una antología de la poesía
del poeta polaco Czeslaw Milosz, que fue publicada en la revista “Hablar de
Poesía”. Codirige la colección Época de ensayos sobre poesía de Ediciones del
Dock, en la que ha publicado “Una
conversación infinita” (2016) y tiene en prensa otro libro de ensayos
titulado “Continuidad de la poesía”. La Editorial Vinciguerra
publicó su ensayo “Del hablar en figuras”
(2016). Su poesía se encuentra reunida en “Antología
poética” (FNA, 1997), “Cármenes” (Vinciguerra, 2003), “En la mesa desnuda” (Ediciones al
Margen, 2008), “Eolo y otros poemas”
(Editorial Brujas) y “Poemas escondidos y un epílogo” (Lágrimas de Circe). Poemarios publicados entre
1966 y 2019: “Altas lluvias”, “Campo visual”, “Rara materia”, “El príncipe
de la fiesta”, “El invierno lúcido”,
“La colina”, “Lengua madre”, “El orden de
las olas”, “Ágora”, “Todas las mañanas”, “Viento extranjero”, “Y el mundo está ahí”.
1: ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”,
a qué edad, de qué se trataba?
RFO: Debo retrotraerme a mis
doce o quince años, en La Plata,
a un día violento de otoño en el que las hojas de los plátanos volaban y se
arremolinaban en la vereda con el anuncio de una tormenta inminente. Ahí me
cayeron unas primeras líneas que bosquejaban la idea de un mundo sustraído de
su orden, arrebatado por el torbellino del viento y seguido en mí de algo
interior parecido a un reclamo de piedad. No hago esfuerzos por recordar esos versos (más bien, hago el esfuerzo de
olvidarlos), ya que dicho primer intento no
era más que una expresión subjetiva y no la pieza literaria y susceptible de
compartir que constituye un poema.
2: ¿Cómo te llevás
con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad,
con las contrariedades?
RFO: Con la lluvia y las
tormentas tengo un sentimiento dual: por un lado, me encantan, en cuanto a
voluptuosidad, energía e ímpetu; por otro, me sobrecogen porque, mientras
duran, me dan la impresión de que han venido para quedarse. Tal vez se filtra
en esto último el recuerdo de la vieja casa de mi infancia, de techos altísimos
y azoteas embaldosadas, en la que con cada tormenta no faltaba la gotera
insidiosa quebrando, como un intruso, la vida doméstica.
Las otras propuestas
son variadas. Vayamos de a una. Con la sangre no discuto, ni aun
metafóricamente; está ahí, como un río vital y yo me limito a dejar que siga
cumpliendo su tarea. La velocidad no me seduce si no es como condición para que las cosas anheladas ocurran más pronto. Y
a las contrariedades las tomo como parte de la vida: una tarea a afrontar.
3: “En este rincón” el romántico concepto de la
“inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He
oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...
RFO: Por su larga tradición
literaria, la palabra inspiración tiene un lugar ganado que no voy a
controvertir. Podría sustituirla por las expresiones “precipitado psíquico”,
“tropel de palabras”, “don”, “dádiva”, “estado de inocencia”, que marcan, de
igual manera, la libertad imaginativa y el afán constructivo que son antesala del acto creador. Lo que tengo claro es que
sin ese disparador la escritura de poesía demora su inicio. Pero tampoco
apuesto todas mis fichas a su aparición inconsciente. Creo que la obra de
creación es fruto de un don y una tarea; que el poeta es “tocado” por la poesía
y que es, asimismo, un artesano de la lengua. Lo que se expresa de manera
bastante adecuada diciendo que la obra “nace” y “se hace”. Y arriesgaría que
este último factor es insustituible, pues durante el “quehacer” el autor
calibra la potencia del material recibido en bruto, examina la originalidad de
sus contenidos, se impone una estrategia y una dirección, basado en su
experiencia en cuanto a los límites del lenguaje y a
sus propios límites.
4: ¿De qué
artistas te atraen más sus avatares que la obra?
RFO: Me gustan los libros de
memorias y los diarios de escritores, en cuyas páginas podría rastrear
“avatares”, pero lo cierto es que me detengo más en las obras que en el
anecdotario sobre sus vidas. Incluso, te diría que cuando sus aventuras y/o
peripecias se sobreponen a la obra y tienden a reemplazarla, el autor deja de
interesarme en relación directamente proporcional al hecho. Pienso, por caso,
en la vida de H. W. Auden, de quien hay bastante material sobre sus
aconteceres, desplazamientos y amores, pero que no llegan —en mi caso, al
menos—, a desplazar el interés por sus poemas capitales, a los que vuelvo una y
otra vez, ya estén situados en Oxford, Hamburgo, Cintra (Portugal), Viena o
Nueva York.
Admito dos
excepciones a esta regla y ellas son: Rimbaud y su corta vida de disconforme
social tanto antes de escribir sus tres obras capitales como después de
renunciar a la literatura, y Oscar Wilde, con sus humoradas de dandy, que son toda una celebración de
la inteligencia (aunque, a mi juicio, en la medida que el testimonio proviene
de sus propias páginas, también forma parte de su literatura).
5: ¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más
veces te hayas escuchado divulgar?
RFO: Me encantan los refranes
por esa cualidad que los hace surgir de los labios en el momento preciso en que la ocasión lo requiere. “No hay mal que por bien no venga” (la
aceptación de lo irremediable); “En casa
de herrero, cuchillo de palo” (la condición insustituible de la
experiencia); “No por mucho madrugar se
amanece más temprano” (el valor del azar y lo imponderable); “Al mal tiempo buena cara” (la voluntad
como conducta); “A caballo regalado no se
le miran los dientes” (la gratitud); “Cada
loco con su tema…” (vivir y dejar vivir); “Cuando el río suena, piedras lleva” (el valor de lo secreto); “Donde hubo fuego cenizas quedan” (el
tesoro de lo vivido); “Genio y figura
hasta la sepultura” (la huella de la estirpe); “Lo cortés no quita lo valiente” (la sociabilidad ); “Ojos que no ven corazón que no siente”
(la lección de que no todo puede ser dicho ni es bueno oírlo todo). Y podría
seguir.
6: ¿Qué obras
artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has
quedado, seguís quedando, en estado de perplejidad?
RFO: Debo decir que las obras
que más me han estremecido son: “La Odisea”, los diálogos
platónicos, “La Divina Comedia”,
“Don Quijote de la Mancha”, nuestro “Martín Fierro”, la poesía de Borges y
de Czeslaw Milosz. En estado de perplejidad (si por esto entendemos duda,
incertidumbre, confusión), el “Ulises”
de James Joyce; si, en cambio, le damos la acepción de sorpresa, asombro: el
poema “Un coup de dés” de Stéphane
Mallarmé y la música de Gustav Mahler, particularmente el Adagietto de la Sinfonía nº 5.
7: ¿Tendrás por
allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y
que nos quieras contar?
RFO: No sé si será por
autocompasión o por sabia distribución de los recuerdos, pero no me viene a la
cabeza ninguna situación irrisoria de la que haya sido protagonista. ¡Aunque
sí, ahora me llega una de mi más remota infancia!: cuando en la plaza de mi
barrio, ante la mirada de la chiquilina que me quitaba el sueño, patee una
pelota y se me fue el zapato con el impulso.
8: ¿Qué te
promueve la noción de “posteridad”?
RFO: Algo ulterior reservado
para los otros, pero de modo muy críptico. Un espacio que no parece ser muy
amplio, ya que no todos tienen cabida en él. Hay poetas a los que les es dada
sólo por un poema o por una línea (“Música
porque sí, música vana…”, Conrado Nalé Roxlo). A la mayoría les es negada
esa misteriosa suerte.
9: “¿La rutina te
aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
RFO: No necesariamente me
aplastan. Por lo normal, me muevo cómodo en ellas. Me gusta volver a los mismos
sitios, releer los mismos poemas y conversar con las mismas personas. Siempre
descubro nuevos perfiles, otras inflexiones, una renovada riqueza en los
reencuentros.
Las colas en los
bancos y oficinas, en cambio, con su cuota de expectación y desvelo, esas sí me
abruman. Solo las sobrellevo suscitando animosas (tanto como efímeras)
tertulias con los otros abnegados penitentes que me preceden o con los que me siguen en la espera.
10: ¿Para vos, “Un
estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y
periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera y un
amaneramiento”.
RFO: Como cristalización de una
modalidad de escribir puede constituirse en una limitación en la trayectoria
del escritor (en un “amaneramiento”, como dice el escritor y periodista
español). Pero esto ocurre cuando se apaga la inventiva y el escritor persevera
en una retórica que ya no aporta sorpresa ni novedad ni mérito. Esto produce
obras que no son otra cosa que un calco de lo ya hecho.
Desde otro orden más
valioso, el estilo (de stilus, punzón
para escribir y, por derivación, marca, señal) es un código de identificación
y, para el escritor, una conquista: la posibilidad de ser destacado por su
peculiar uso del lenguaje, de entronizar un horizonte comunicativo propio, de
darle oportunidad al lector de saber a qué atenerse al tiempo de elegir sus
lecturas.
11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te
despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente?
RFO: Rechazo la mentira, la
indiferencia, la mezquindad, el pensamiento único. Pero me cuido de ser
violento, pues allí es donde se acaban las palabras. Entre las ramas de la
filosofía y, por ende, del comportamiento, que más me interesan está la hermenéutica. Amo, pues,
los detalles, “los divinos detalles” de los que hablara Vladimir Nabokov para
la literatura.
Y entre los sucesos
que me hartan, pongo a la cabeza las peroratas de aquellos que, por falta de
argumentos, derivan en la gesticulación y el grito. No tolero a los gritones.
Por el contrario, soy proclive a gustar de la vida a través de un cierto pathos (expresión tan difícil de
definir, pero que, para mi economía, la traduzco como un cierto dramatismo
interior ante el misterio del otro y de lo otro).
12: ¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu
adolescencia compartirías con nosotros?
RFO: No lo dudo: yo, niño de
cuatro años, en el campo, con boina negra y faja de igual color en la cintura,
montado en el caballo alazán que me regaló mi padre (al que bauticé, apenas lo
vi, con el nombre “Rubio”, por mi ignorancia sobre el pelo de los caballos).
13: ¿En los
universos de qué artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué
artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus
obras como personaje o de algún otro modo?
RFO: Me hubiera gustado
acompañar a Don Segundo y a Fabio Cáceres durante su arreo de ganado por los
pagos del Tuyú, dormir junto a ellos a cielo abierto, observando las estrellas
y oyendo el rumor sordo de los animales sobre la tierra (“Don Segundo Sombra” de Ricardo Güiraldes). Luego, más ambicioso,
viajar con Odiseo por todo el Mediterráneo durante el camino de su regreso a
casa, pero sobrevivir, eso sí, como él, a las peripecias de la aventura (“La Odisea”).
14: El silencio, la gravitación de los gestos, la
oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te
resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio,
orientación o sentido?
RFO: Es lo que, no sin laxitud, denomino
“lo indeterminado” (el ápeiron
griego), aludiendo con ello al material del
que se vale la poesía para dar estatura verbal a lo que de indecible, tácito e
inexpresable tiene el mundo en que nos movemos. Todas esas instancias son estaciones
y disparadores de la poesía, entendida como la operación de esclarecimiento y
puesta en acto de lo que carece de una definición concluyente. Todas ellas
permiten repetir con Rimbaud: “Je est un autre”, “Aquí no hay nadie y sin embargo hay alguien”.
15: ¿A qué
artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la
acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
RFO: Como le escuché decir cierta vez al
poeta Alberto Girri, “De ese lado no
duermo”. Por lo que me cuesta destacar un artista o una obra en la que
primen dichas expresiones. Exceptúo de este rechazo al “ingenio”, que, por el
contrario, sí me seduce, y que tiene la virtud de conducirme, inevitablemente,
a un nombre y a una obra que son su paradigma: Cervantes y El Quijote.
16: ¿Qué
apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís?...
RFO: No aprecio la efusividad
sentimental, la incontinencia verbal, la teatralización de los afectos. Estoy
formado en una ética austera que traza una línea entre la vida privada y la
pública.
En cuanto a las
imprecisiones preferidas, destaco aquellas que son fruto de los matices, de las
distintas gradaciones del color, de los claroscuros de la emoción. Me refiero
al horizonte de lo aún no pronunciado.
17: ¿Viste que uno
en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros
casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo
“lo resolvés”?
RFO: Fui durante más de treinta
años funcionario judicial y esto me adiestró en tratar de ser ecuánime y en
poner humildemente en práctica la levinasiana responsabilidad anterior,
preexistente, ante el otro (Emmanuel Lévinas). Y mi poesía se llevó bien con
esa conducta, ya que me acostumbró, a su vez, a prestar atención a lo distinto
—aún más, a interesarme por lo distinto—, como
provechosa lección para reflexionar y a la cual —como un deber— adaptarme.
18: ¿El mundo fue,
es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos
Discépolo en su tango “Cambalache”?
RFO: No el mundo, sino, en todo caso,
ciertos episodios, temperamentos y etapas del mundo. La crisis económica del
‘30 y las casi inmediatas guerra española y segunda guerra mundial fueron, sin
duda, algo detestable, en las que se vieron las peores caras de la criatura
humana. Pero el mundo tuvo y tiene otras caras más dignas. Pensemos en la
mirada —contemporánea de aquellos sucesos— de
Nikos Kazantzakis, oponiendo a la tragedia la ternura vital de “Zorba, el griego”. O en esta otra gema
de conciliación y esperanza que afirma: “De
vez en cuando la vida / toma conmigo café…” de Joan Manuel Serrat.
Tengo una visión más positiva que la propuesta por “Cambalache”. Pero no
voy a refutar a Discépolo. El poema tiene una unidad
semántica, sonora y estilística que hacen de su reproche social una “verdad” de
probado valor artístico. Entiendo, no obstante, que lo suyo fue una
respuesta puntual a hechos y circunstancias también puntuales, que universalizó
a fin de darle mayor impacto a la emoción.
19: Por la
fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los tiempos
y de todos los ámbitos) te asombran?
RFO: Sócrates, Jesucristo y
Leonardo. Tres esferas bien distintas (introduzco también la dimensión
trascendente) en las que encuentro valores que me asisten y me fascinan:
Sócrates por la fidelidad a sus convicciones, Jesucristo por instaurar la
doctrina del amor y Leonardo da Vinci por apostar su potencia creativa a la
carne y a la geometría con la misma intensidad.
20: ¿Qué te hace “reír
a mandíbula batiente”?
RFO: No sé si “a mandíbula batiente”, pero sí con probado encanto, en mi
infancia estuve más inclinado a reír con Laurel y Hardy que con Chaplin. Ahora
la preferencia se ha invertido y es Chaplin quien me produce mayor contento.
Eso sí: con la atención creciente puesta en el humor cultivado
y acrobático de Buster Keaton.
21: ¿Cómo afrontás
lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas,
lejos de lo que para vos constituya un ideal?
RFO: Con resignación y alguna
cuota de humor, ya que a esta altura de la vida sé muy bien que los ideales no
siempre se alcanzan. Que son metas, vislumbres, puertos. Que su mayor virtud es
la de imponer un rumbo (como la de esos faros que no evitan los naufragios,
pero ayudan a continuar la navegación).
22: El amor, la
contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido
relacionando con esos tópicos?
RFO: Con el amor, bien: creo que
sé querer y siento que soy querido (aunque de nada de esto hago una
manifestación). Contemplación es lo que hago a diario (frente a la naturaleza,
ante las personas y los sentimientos, desarrollando la experiencia de las formas
simbólicas). Con el dinero nunca se sabe, pero como soy sobrio no siento
carencias. La religión es el gran horizonte: la palabra misma encierra en su
raíz latina una acción que me reconduce: religare.
Y, por fin, con la política no he mantenido otro vínculo que el de procurar
comportarme como buen ciudadano, atento a mis deberes y celoso de mis derechos.
23: ¿A qué obras
artísticas —espectáculos coreográficos, films, esculturas, música, pinturas,
literatura, propuestas teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de
“insufribles”?
RFO: En primerísimo lugar: a un
programa televisivo conducido por un gritón que desde hace años festeja
falazmente a sus participantes y con igual énfasis se burla de ellos, antes, durante y después de sus números de
danza.
24: ¿Qué calle,
qué recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu
adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?...
RFO: El corto tramo que va desde
la calle 7 y 61 de La Plata,
en donde estaba mi casa familiar, atravesando la Plaza Rocha hasta la
diagonal 78 entre 5 y 6, donde vivía mi amigo Horacio Castillo. Tanto de ida
como de vuelta, infinidad de veces transitamos ese recorrido para compartir una
lectura, leer un poema recién escrito o confiarnos
algún secreto —normalmente feliz— de nuestras vidas.
25: ¿Cómo
reordenarías esta serie?: “La visión, el bosque, la ceremonia, las
miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el sufrimiento, la lengua, el
pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el desajuste”. Digamos
que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar, por ejemplo, una
microficción.
RFO: Ay, Rolando, me ponés en un
brete. No soy proclive a los juegos de ingenio ni a las adivinanzas. Las
palabras son para mí un mundo dentro del mundo. Hablan de las cosas, pero no
son las cosas. Dejo que sean ellas las que me visiten, para recién luego
comenzar yo mi labor. De don y trabajo, he hablado
antes, con la mira puesta en conferirle forma verbal al impulso que me lleva a
escribir. Me quedo, pues, del lado de Dylan Thomas, cuando muestra
asombro (él le llama “enamoramiento”) frente a las palabras: “Ahí están ellas, aparentemente inertes,
hechas de blanco y de negro, pero de su propio ser surgen el amor, el terror,
la piedad, el dolor, la admiración, todas esas abstracciones que hacen
peligrosas, grandes y soportables nuestras efímeras vidas” (“Manifiesto poético”).
26: “Donde mueren las palabras” es el título de un filme de
1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde
mueren las palabras?...
RFO: En las zonas bancarias, al
mediodía, cuando lo único que parece importar son la suma y baja de las cotizaciones en las pizarras de la Bolsa y los sueños profanos
de sus intérpretes. Pero también mueren en las páginas mal escritas, en las
obras traducidas sin rigor y en la impotencia de
la propia lengua para elaborar la palabra que falta.
27: ¿Podés
disfrutar de obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas
ideológicas? ¿Pudiste en alguna época y ya no?
RFO: Sí, puedo. Las obras me
deslumbran por su capacidad retórica y por la imaginación que despliegan.
Cuando esto se cumple, me rindo ante su presencia y en mi interior siento
crecer un entusiasmo que se expresa muy bien
con la palabra “admiración”.
28: ¿Cómo te cae,
cómo procesás la decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que
te promete algo que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras
solicitado—, y luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?
RFO: Siento desilusión y trato
de comprenderla. Luego vendrán otros resortes del espíritu menos nobles que me
llevarán a imaginar intenciones ocultas (que normalmente cierran en algo mucho
más simple: se olvidó). Pero lo cierto es que difícilmente puedo borrar del todo
ese olvido: su mutismo ulterior queda flotando en mí con la fuerza de una
interrogación.
29: No
concerniendo al área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
RFO: Admiro a los dotados de gran
inteligencia, rica sensibilidad, probada maestría, vasta cultura, sano
liderazgo. Y entonces aparecen en desordenado tumulto: Georges Steiner, Simone
Weil, René Favaloro, Jorge Luis Borges, José de San
Martín.
30: ¿Tus pasiones
te pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has
ido consiguiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la
gravitación?
RFO: Pienso que ambas cosas: me
pertenecen y soy movido por ellas. Aunque debo decirte que me veo menos sujeto
a las pasiones (en cuanto fiebres o fanatismos) que a los entusiasmos (más
próximos al buen ánimo y la alegría), seguramente por la contención que opera
en mí en cuanto a los excesos. Las pasiones son más fuertes y duraderas que los
entusiasmos, aunque las dos confieren una vitalidad que
me impulsa a ir más lejos.
31: ¿Qué artistas
estimás que han sido alabados desmesuradamente?
RFO: Me viene uno a la mente: el
artista plástico británico Damien Hirst, que expuso un tiburón dentro de una
caja de vidrio con formol. Comprendo que la novedad y la sorpresa son
componentes del fenómeno artístico, pero creo advertir que algunas modalidades
del arte conceptual y de las instalaciones abusan de la idea como arte,
descuidando el valor atinente a la realización en sí de la obra. De todos
modos, la exaltación de la obra de arte nunca es perniciosa,
pues el tiempo se ocupa de poner las cosas en su lugar.
32: ¿Acordarías, o
algo así, con que es, efectivamente, “El amor, asimétrico por naturaleza”,
tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?
RFO: No creo que el amor sea “por
naturaleza” asimétrico. Dicha condición ha de ser, a lo sumo, uno de los tantos
episodios del amor. Extremar el punto de vista es uno de los recursos de la
construcción poética y de todo el arte en general, con el objetivo de ensanchar
el escenario de expectación. Seguramente, eso es lo que hizo Luisa Futoransky.
33: ¿El amanecer,
la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo vespertino,
la noche plena o la madrugada?
RFO: El amanecer, soy diurno.
Mis horas preferidas son las de mayor luz natural, cuando todo parece comenzar
o recomenzar. Flaubert escribía durante la mañana, dormía una corta siesta y
luego corregía lo escrito durante la tarde y hasta muy entrada la noche. Yo veo
con simpatía esa modalidad, solo que siesta no duermo y que pongo término al
día antes de la medianoche. La caída del sol me estimula para la conversación.
34: ¿Qué dos o
tres o cuatro “reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos
y de todas las artes nos propondrías?
RFO: Recuerdo con felicidad de
oyente la reunión cumbre entre Astor Piazzolla y el saxofonista Gerry Mulligan,
allá por los años ‘70, y la más reciente entre los tres tenores Luciano
Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras. Me gustaría asistir a otras que
idealizo: la de Sócrates y Platón, la de Keats y Shelley, la de Michel de
Montaigne y Étienne de La
Boétie. Y aquella también eminente (epistolar en su última
etapa) entre Walter Benjamin y Theodor W. Adorno.
35: Seas o no
ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
RFO: No soy ajedrecista;
observo el juego desde afuera, pero siempre me ha seducido ese modo
pacífico de concluir la partida que es “hacer tablas”. Lo tomo como una
invitación a reiniciar la partida.
Traslado esa figura a la vida y me consuela con su imagen de no vencer y
no ser derrotado. Hacer tablas, empezar de nuevo, mover otra vez los peones. El misterio se mantiene intacto.
*
Cuestionario respondido a través
del correo electrónico: en las ciudades de Mar del Plata y Buenos Aires,
distantes entre sí unos 415
kilómetros, Rafael Felipe Oteriño y Rolando Revagliatti,
20 de agosto de 2020.
www.revagliatti.com