Jorge Etcheverry
¿Hay en la poesía chilena, especialmente la
joven, una vuelta a lo que podríamos llamar con un exceso quizás de simpleza,
la sencillez?, ¿Es que para algunos de nosotros, formados en una tradición
todavía modernista, la complejidad, la experimentación la pluridiscursividad,
la pluritextualidad, la experimentación tenían quizás un valor por sí y ante
sí?. En una de éstas
éramos (o somos) formalistas, o barrocos. A lo mejor, en el caso nuestro y
acaso de otros, la frecuentación de lecturas y la lectura copiosa e
ininterrumpida de textos poéticos y de
los otros termina por producir un embotamiento, una saciedad y por ende una
valorización de aquello que percibimos como siendo diferente. De alguna manera
la poesía es eminentemente y mayoritariamente lírica y al serlo, vehiculiza un
abanico limitado y finito de posibilidades afectivas, de ‘estados de ánimo’,
que el ojo avizor y avezado lee y advierte cada vez con más rapidez en el poema
escuchado o leído. Siendo así la norma para juzgar poemas es el efecto que
produce en el lector la comunicación de los afectos humanos, de la
interioridad. Cada cierto tiempo, la literatura, que básicamente es
comunicación, baja por así decirlo de las complejidades alcanzadas, abandona
las sofisticaciones más enredadas del
distanciamiento y la parodia para volver
a replantear lo elemental, que tiene la acepción doble de lo germinal, fácil,
comprensible de suyo y poco elaborado, pero por otro lado de lo prístino,
incontaminado, primordial. Este tipo de
interrogantes y reflexiones me hago desde mi distancia generacional y
geográfica al leer el Dasein, de Isabel Gómez, recientemente publicado por
editorial Cuarto Propio.
Hay
un elemento inicial que nos llama la atención en este libro. Se trata de su
título en alemán que corresponde a la categoría existencial heideggeriana
traducida al castellano como ‘ser ahí’, que define al ser humano yecto. Esto
nos remite a la relación de Chile con Occidente, que siempre parece haber sido
y continúa siendo ‘horizontal’ de igual a igual, sin asimetrías, tanto en la
conciencia de las elites político literarias, que adoptaban los ‘ismos’
europeos y los frentes populares antifascistas y ahora los estudios culturales
y post coloniales con gran soltura de cuerpo, como en la conciencia popular,
que en unos años ha sabido asimilarse por ejemplo al Halloween y a los
neonazis. ¿Ha sido siempre así?, ¿o en otros tiempos hemos sido más conscientes
de la relación asimétrica con el Occidente en tanto la metrópoli de la
neocolonia que somos?. En esa misma vena recuerdo un fragmento de ese poema de
Gonzalo Rojas, de Contra la muerte, de 1964: “Esos ponen un huevo tan
husserlino/tan sibilinamente heideggeriano/ que les faltan palabras del diccionario/para
decir lo mismo que estaba dicho”. Es decir, que en esos sesenta hubiera sido
quizás más difícil que ahora difícil usar un título como el de este libro sin
una intención paródica—que no descarto a lo mejor está presente en un nivel de
estos poemas, que este título sea un atreverse—. Pero por otro lado se puede
afirmar quizás la existencia de una ‘universalidad’ de la ‘condición humana’
que en el universo de este libro tan predominantemente personal, de anécdota
puramente individual, aparece sin embargo tematizada en este poema brevísimo de
la página 22:
Apenas somos una fábula
de animales confundidos en el peligro de existir
que junto a otro poema n de la página
31:
Giramos de un extremo a otro
entre el auto-bomba
y la sintética sonrisa del odio
o fragmentos como
La historia vuelve a escribirse
obre
paraísos de barro
de in, en la página 52
Me detendré aquí
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