Tuesday, August 20, 2024

Relatos negros, nuevos cuentos de Luis Benítez

 


Prof. Dra. Susana Santos

 Violencia, engaño y muerte

Tres narraciones componen Relatos negros (1). Son “El amigo de Paraguay”, “El chico que sabía demasiado” y “El infierno bronceado”, según el orden del índice. Dicen de una especial destreza del autor para componer sus mundos y de una manera no menos especial para ofrecerlos, abiertos, a quienes lo lean. Desde la primera página la prosa de Luis Benítez (2), poeta, novelista, ensayista argentino, nos tiene y nos hace presentes.

Uno de los rasgos más característicos – y más amenos- del libro en su conjunto lo debe al que la construcción de las respectivas tramas narrativas vaya estableciendo entre dudas y preguntas un diálogo sutil pero jamás imperceptible. Que tiene como premisa que la verdad es un enigma - sostén del género policial como de la práctica psicoanalítica- y el que conocerla o desambiguarla es necesario sin ser imposible. Premisa que fue el punto de partida en la década de 1940 argentina de la colección de policiales “El séptimo círculo” y de sus creadores y directores, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Este último, en particular su novela El sueño de los héroes, es una sombra o luz tutelar que se abre camino en la oscuridad que los relatos de Benítez anuncian desde su título.

Los tres relatos de Relatos negros tienen en su centro narrativo el crimen. Pero ni sus móviles ni sus realizaciones ajustan este libro de Benítez en la categoría genérica de narrativa policial. Antes bien parece interesarle al autor cierta faz privada, parece seguir las reacciones de protagonistas que no se mueven en la esfera de la familia, la amistad o las relaciones amorosas. 

Mientras yo agonizo

¿A quién le cuenta el narrador protagonista de “El amigo de Paraguay” el episodio que ha vivido en una provincia argentina y que recuerda agónico mientras mira por una ventana que le ofrece la vista de la bahía de Guanabara envuelta en la niebla? En las aguas ve un pequeño velero, uno solo como solo está el moribundo, luchando contra la corriente, que intenta llegar a puerto, aunque acaso no sea algo que a él interese.  

En su desarrollo, este relato, cuyo marco nos evoca tantos otros de la historia literaria -de Faulkner, de Conrad, de Maugham, de Gide o de Martin du Gard, para citar sólo los de un mismo temple y una misma época-,  se centra en un momento de la vida de un ex policía paraguayo, degradado de la fuerza por haber dado muerte, en defensa propia, al Suizo, a Helmut von Schönhausen, al ‘Carnicero de Benso’,  al “amigo personal de tanta gente que tiene que ver con tu presidente” (el general Stroessner). Prófugo en Argentina, buscará ayuda en su padrino “ojitos pequeños y celestes, fríos como un pedazo de hielo”, un intocable que lo recomienda para una ‘tarea’.

Con un papelito de recomendación y una 38, el ex policía se dirige a Retiro para tomar el tren que lo llevará a destino: “El paisaje me estaba arrullando, mudo como era, y yo me estaba durmiendo y despertando cada vez más espaciadamente, confiando ya en que terminaría sumergido en un pozo negro y tan sin final como la llanura que parecía moverse fuera del tren”.

Llegado a la estación se encuentra con el Cholo, paisano de boina blanca que será el Virgilio de una seguidilla de alucinantes peripecias a la manera de un thriller. El siguiente encuentro será con el patrón, un hombre de pelo rojizo que le revela el propósito del contrato. Debe matar a Segundo Gauna, tan célebre como su Winchester, una leyenda local, un caso que “parecía asunto de otro siglo”. Los motivos del señor de esas soledades propietario y contratante se resumían en el de vengar la muerte a traición de su hermano, que -decía el patrón- Gauna había matado por la espalda en un asalto.

Como termina esta historia sólo se sabrá al final de “El amigo de Paraguay”. Sólo digamos que los perseguidores rápidamente se vuelven también perseguidos, y que todo mal amigo argentino puede volverse buen enemigo paraguayo. Y viceversas.

Cuento de clarividencia, de perversión y de muertes

¿A quién se dirige el funcionario de Hacienda e investigador innominado de una misteriosa organización que escribe el informe que relata el origen de la trama y ratifica el desenlace de “El chico que sabía demasiado”?

En su principio está la foto de un joven de veinticinco años muerto por su propia mano. Impone de manera obligada la pregunta ‘¿qué lo llevó a suicidarse?’ La respuesta la dará el vocero de una organización, en una villa al sur de la capitalina Madrid. Quien redacta el informe, funcionario de Hacienda y miembro de una organización, pasada ya una década, nos apela “Usted y su conciencia decidirán qué actitud tomar una vez que le hayamos informado lo que averiguamos al respecto, pero tome en cuenta que nuestra postura ha originado ya varias frustraciones en nuestras filas como para que usted se tome este asunto en solfa. No somos escritores, no estamos en condiciones de realizar ejercicios de estilo y que, si hemos elegido este medio para comunicárselo, ha sido meramente porque no nos ha quedado ningún otro recurso. La prensa, en su mayor parte controlada por aquellos a los que lesiona nuestra actividad, silencia invariablemente nuestras denuncias”.

El relato avanza con orden cronológico. Horacio vive con sus padres, Joaquín y Marta. En ocasión de su visita al prostíbulo acompañado por su padre para una iniciación “que cumplió como el que más” se reveló su dotación, para la videncia. Progresivamente codiciosos, sus padres instrumentalizaron estas dotes para ubicar objetos perdidos, anticipar cambios climáticos, y luego conocer de antemano números de lotería ganadores. Aquello que primero habían estimado como una monstruosidad, una anomalía que los llevó a consultar a desde médicos hasta una una curandera recomendada por la tía Sabina, derivaría en beneficios futuros para la familia. En rigor, solo para los padres que aumentaron sus depósitos de dinero, que diversificaron en variadas cuentas bancarias, para disimular la acumulación creciente. Y aún para evitar sospechas decidieron acumular efectivo en el desván de la casa. En ese cuarto del tesoro fueron creciendo los fajos de billetes, cuyo origen era una suerte excesiva, imposible, un niño aislado en su habitación, con más contactos con los hechos futuros del mundo que con las cosas concretas de su presente.

El informante que redacta el informe que leemos, y en el cual consiste “El chico que sabía demasiado”, dice no ser un escritor. El autor de Relatos negros, que en la dedicatoria de su libro evoca otra, a otro miglior fabbro, sí lo es, y el desenlace del relato está reservado a su última, definitiva, abrumadora línea final.

Esto no es el paraíso

¿A quién se dirige la confesión del adolescente autor de los asesinatos ‘en serie’ que se suceden en “El infierno bronceado”? Un cuádruple crimen en Almejas, con su playa frente al océano Pacífico. Y uno de los muertos es un hombre mayor, de pelo canoso. Por sus vinculaciones con la legación diplomática italiana concita en particular la atención de la Policía. En el lugar del crimen, un oficial de la Fuerza se roba una cadenita de oro. El autor, Luis Benítez, lo sabe, porque esto sostiene a su narrativa: todo restablecimiento del Orden conlleva su contradicción.  Y nos  evoca tantos relatos chilenos de confesiones de criminales, desde Hijo de ladrón hasta Eloy o El río.

El pendejo Simpson hablará bajo la insinuación de los golpes y de la picana en ‘El cuartito’  con techo de lata ardiente por el sol del verano. Dice que conoció al Vago, autor intelectual del frustrado robo hace tres veranos cuando le compraba marihuana. Fue el Vago que planificó el fallido robo en la casa de la familia Schenone, cuyos integrantes (el diplomático, su hija y su anciana madre en silla de ruedas) impensadamente regresaron de la playa. 

Codas

¿A quién se dirige el narrador de cada uno de los Relatos Negros? No a todos en general, sino a cada lector en especial. Y su consecuencia es su logro: un espacio para la revelación propiciado entre la confesión y la confidencia. En las respectivas secuencias de los hechos, el lector es menos el anónimo testigo o el casual escucha de una historia que le cuentan a otro que interlocutor de un discurso reservado. Así nos enteramos de las evocaciones de un hombre que agoniza “El amigo paraguayo”, la revelación de un secreto por parte del narrador de “El chico que sabía demasiado” que es el secreto del narrador (y de la narración) y la confesión de un asesinato sin premeditación narrada en frío, consumada la furia sin alevosía, por el adolescente que oímos, cuya voz leemos en “El infierno bronceado”.

El narrador de “El amigo paraguayo” hace girar la historia: el rememorar de una conciencia lúcida en sus próximos últimos momentos le advierte que hay cosas que no se comprenden. “El chico que sabía demasiado” desarrolla en simultáneo a los hechos narrados el proceso de escritura de un informe que trata la vida de un adolescente cuyo luctuoso fin sería el suicidio pero pareciera decirnos que toda representación del mundo no puede ser sino plural. El final “Infierno bronceado” nos dice de que se trata. Es un episodio contemporáneo en el revés de su trama, en las contingencias que lo constituyen una suerte de fatum, más que moderno, o posmoderno, que actualiza una ley estética. Se trata de literatura.

 

Prof. Dra. Susana Santos (3)

REFERENCIAS

(1)Ediciones Diotima, ISBN 978-631-90320-8-6, 122 pp., Buenos Aires, 2024. https://www.diotima.ar/

(2) El poeta, narrador y ensayista Luis Benítez nació en Buenos Aires el 10 de noviembre de 1956. Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poètes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Miembro de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA), de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina (SEA) y del Centro PEN Argentina. Miembro Honorario y Asesor Literario de la Fundación Victoria Ocampo (Buenos Aires). Su obra literaria le ha granjeado numerosos reconocimientos nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Premio de Poesía de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003), el Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2007) y el Tercer Premio Municipal “Ricardo Rojas” de Novela (Buenos Aires, 2022). Es considerado una de las voces más destacadas de la poesía argentina contemporánea y referente de la poesía latinoamericana actual. Sus 45 títulos de poesía, ensayo y narrativa han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay. En 2023 la cineasta argentina Ileana Gómez Gavinoser filmó “Luis Benítez y el mundo de la poesía”, una biopic galardonada en festivales cinematográficos de España, Francia, Macedonia, Reino Unido, Singapur y Turquía como mejor largometraje documental. En 2024 se han publicado dos ensayos -el tercero y el cuarto de los editados en Argentina- sobre su obra poética: Luis Benítez, una poética de la indagación, del crítico y narrador Osvaldo Gallone, editado por la Fundación Victoria Ocampo (Buenos Aires, 100 páginas) y Luis Benítez. Historia Nacional, del Prof. Juan Sebastián Rodríguez Maza, publicado por El Arte de Leer Ediciones (126 páginas, Mendoza Capital, provincia argentina de Mendoza).

(3)Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, investigadora y docente universitaria de Literatura Hispanoamericana en grado y posgrado, especialista en estudios andinos, Susana Santos es autora de libros y artículos sobre la historia, las sociedades y las culturas de América Latina.

 

 

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