Alejandro Méndez Casariego
Como quien
exhibe en una feria de atracciones un fenómeno extraordinario, Rolando
Revagliatti abre la cortina, en este libro, a una realidad cruel y fascinante.
Una posible conjetura se insinúa desde el principio: nada es más cruel y
fascinante que la existencia. Mirada desde cualquier ángulo, la presencia, la
proliferación, el comportamiento de los seres y las cosas, no resiste una
prueba de justificación, de sentido suficiente. Por el contrario, es materia de
perplejidad, estupor y consecuente sarcasmo. A partir de allí, todo será motivo
de asombro. Pase y vea.
Revagliatti
monta un laboratorio en el que, con obsesiva minuciosidad, separa los elementos
de este absurdo y vuelve a combinarlos, tomando como punto de partida elementos
del habla cotidiana: lo obvio, la frase trillada, el adjetivo erosionado por el
exceso de uso; apela a la anécdota trivial, al lugar común, a lo remanido y
perogrullesco. Con prodigioso ingenio, transforma todos esos elementos en una
rica cantera de significantes y significados. Esta materia prima le permite
armar un artefacto poético increíblemente eficaz. De este rico inventario de
elementos elegidos es, sin duda, la palabra, el vocablo en sí mismo, el
principal recurso, el escalpelo con que secciona, extirpa, mutila y modela
estos textos.
Como experto
que es en este oficio, sabe muy bien el autor, que la palabra, cuando se carga
de excesiva precisión tiende a virar hacia el grotesco; aislada, aspirado el
contexto hasta el vacío, la palabra precisa se puebla de significados
abrumadores, desmesurados, abrasivos. Es así como en el ejercicio de separar
las palabras de la profusión de eventos y circunstancias que habitualmente la
rodean y la completan, de usarla como un elemento móvil o adecuable, en medio
de cierta, muy deliberada, desolación argumental, o de arriesgarla, en un solo
texto en sus distintas acepciones, se produce, por desplazamiento, por
inversión o por contraposición, una sensación de extrañeza, al revelar sus significados
más secretos e insólitos, su más cruda y dislocada versión. Y es esta cruda,
dislocada versión lo que Viene junto con – invoco aquí el
título y, copiando el estilo del autor, utilizo la frase – estos perturbadores
y magníficos poemas.
Esta asombrosa
ingeniería demanda una exhaustiva recuperación (¿restauración?) de vocablos de
distintos orígenes: jergas de oficios, arcaísmos, habla callejera, lunfardo, y
todo territorio hablante. Ejerce sobre ellos una clasificación detallada de sus
posibilidades, aprovecha su condición ambivalente de riqueza expresiva y
vacuidad, juega con la polisemia, la paronimia y la ambigüedad. A partir de
allí nos instala frente a la palabra como sujeto: el yo implícito está,
de algún modo, desdibujado tras el protagonismo tiránico de la palabra. Yace a
su merced. Sera vapuleado por ésta, especialmente cuando se trata de adjetivos
estratégicamente dispuestos para atribuir y al mismo tiempo escamotear
cualidades de ese casi siempre conflictuado yo, que es quien predomina en estos
textos como persona narrante. Respecto al tema de la persona narrante, creo que
se justifica apelar a unos párrafos que utilicé en una reseña escrita hace unos
años, sobre otra obra de Revagliatti : “Sin juzgar - porque ese es otro de los
secretos que no se puede, ni es necesario, desentrañar – la forma en que el
poeta se involucra personalmente en los temas, considerando el uso, como
recurso o como verdadera comunión, de la primera persona en la mayoría de los
poemas – cuando hay un tercero, en general, es un tercero referido a uno - se
percibe una íntima solidaridad, no tanto en el sentido de compartir los
variados – y a veces aborrecibles – puntos de vista de los sujetos retratados,
sino en el conocimiento profundo, a veces implacable y siempre minucioso de la
condición humana.”.
Pero estemos
atentos: como un prestidigitador nos conduce, con sigilo y sin ninguna
inocencia, a una trampa magistral. Valiéndose de la fascinación a la que somos
transportados por estas piezas sonoras, dijes visuales, esquemas melódicos,
articulaciones de vocablos que tremolan y repican, construcciones que ya en sí
mismas constituyen una creación poética de altísimo valor, va colando lo que
podríamos considerar una especie de ética antitética: la confrontación, por
contraste, con aquellos personajes patéticos, desorientados, desmoralizados,
que encarna ese yo que narra, sus peripecias y cavilaciones, sus
comportamientos en los que podemos reconocernos o imaginarnos, actitudes que
nos retratan en nuestros menos confesables momentos, pensamientos que nunca
decimos en voz alta. Porque Revagliatti, como un voyeur, observa y captura
conductas, sin juzgarlas, toma nota de ellas con paciencia de entomólogo y con
sus matices, sus pliegues y singularidades elabora poemas de una llamativa
perfección: certeros, filosos, contundentes, bellos. Y si, también, y sobre
todo, conmovedores. Porque se adivina en ellos la mano severa que exhibe sin
pudores, la mano certera que describe con fidelidad, la mano amorosa que
elabora con comprensión y apenas disimulada ternura.
Viene
junto con es, en
mi opinión, un libro de poesía que se merece ser leído, pensado y vuelto a
leer. En cada lectura encontraremos siempre algo nuevo, algo que nos inquiete o
nos ponga en alerta; despejaremos una duda y se nos abrirá otra. En mi caso un
libro de consulta, que por un largo tiempo permanecerá en mi mesa de luz.
Alejandro Méndez Casariego
_____________
“Viene junto con”, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2023, I. S. B.
N. 978-987-8967-31-8, 112 páginas.
MUESTRA POÉTICA DEL LIBRO
El aguafiestas
Al aire puro y festivo
le aportó su lluvia de verano
esa estructura narcisista no sicótica
que vengo a ser
En algo hay que creer
¿En transpirar la camiseta?
¿En la insobornabilidad de mis delegados?
¿En un lecho clásico, de rosas?
¿En los ajustes de cuentas?
¿En el más acá?
¿En la supremacía de los recalcitrantes?
¿En los valores perdurables?
¿En lo que subyace, en lo que subsume?
¿En el expansionismo?
¿En lo que
viene-junto-con?
*
El mundo que me perdí
Despliegues que me perdí
compromisos que me perdí
aprendizajes que me perdí
equilibrios que me perdí
Demasiado enajené
y lo que enajené
echo de menos
No lloré en su momento:
salí corriendo
tras
lo que
me perdí.
*
Yo sí que tengo algo grosso con la noche
La noche me encima
me compele
la noche me vigila
¿Qué atribuyo a esa vigilancia?
¿Y qué vulnera?
¿Consigue vulnerar por un reclamo ínsito?
¿Dónde se formaliza el reclamo?
¿Es firmado e impartido por quién?
¿Hay un sello?
Está sellada
mi vigilancia
del vigilante.
*
Del claudicar
Como todos
nació sin terminar
Creció sin terminar
de hacerse
No pudo, no aguantó
renunció al infinito hacerse
Y así siguió por siempre
cumpliendo rituales, burocracias
más o menos plagado de ademanes sociales
e impromptus antisociales
cumpliendo con sumatorias onomásticas
esas inevitabilidades propias
de alguien muy cumplido:
inevitabilidades esquivas
a los procesos de terminación.
No habrá ninguneo igual, no habrá ninguneo
ninguneo con mi piel ni con mi voz
Y hasta donde se sabe
este aire tanguero me lo banca
en su indolencia
la testaferro del encono.
*
En un intento
En un intento
por burlarse de mí
objetaron
mi pavoneo
Mi pavoneo
objetaron
burlándose
¡Logrado!
en un solo intento.
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