Monday, November 3, 2025

Niña y ballena

 Jorge Etcheverry

La tierra es el interior de una ballena y nosotros somos unas bacterias adentro. Eso dijo la niña de unos seis años con sus palabras recién adquiridas, mientras el doctor trataba de discernir las raíces de esa fantasía: la hija de familia católica de clase media para quienes la biblia se conoce en las aburridas misas de once, desprovista de la enorme mitología escatológica de los protestantes, que la hacen carne de sus más recónditos temores, de sus deseos más ocultos. La conexión o resonancia de la teoría horbigueriana, la inhospitalaria tierra hueca  o esa visión más desolada de un universo de roca maciza interminable y el planeta una burbuja en su interior, le vinieron a la mente. Pero por otra parte el facultativo no dejaba de pensar en la vida al descampado del espacio, que los físicos trataban de configurar según sus más ingenuos ideales, necesarios para su trabajo porque, ¿a qué estudiar las anfractuosidades posibles de un monstruo incógnito, que no sabemos si existe? Y esas grandes mentes se sentían cómodas en el seno de una entidad que era su sueño infantil y ponían el rostro del orden y de dios a ese caos entrevisto e incognoscible. El psicólogo (o siquiatra) sorbió lentamente su taza de té de hierbas y se dijo sí, en el espejo del estudio se revelaba su cara ajada, de un hombre de su edad, que despedía al mundo desde su mirada borrosa, qué mejor que eso, el interior de un vasto ser vivo, cálido materno y femenino, como contrapartida a este planeta achurado de líneas de horror, una mota más en un infinito que se desconoce.


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