Uno sube al bus junto con los demás
pasajeros que esperaban, entre ellos un joven más bien delgado, de estatura que
se describiría en general como regular, de facciones comunes pero que tiene un
cierto aplomo, que quizás surja más bien de los gestos y movimientos, poses,
que una vez bien digeridos e incorporados—podemos suponer que se trata de un
estudiante—podrían llegar a convertirse en garbo, para contrarrestar así una
cierta—digámoslo— mediocridad en lo que respecta a lo físico, cosa bastante
seria y preocupante cuando uno es joven y a pesar de la afirmación en los
discursos sociales oficiales de que los atributos de belleza carecen de valor y
son superficiales, y que por otra parte son fruto de un canon de origen
patriarcal, colonial, occidental y decididamente, para los más pasados a la
punta—blancos. Pero hasta donde yo sepa nadie ha intentado hacer hasta ahora la
apología, la oda de la fealdad y proclamar su superioridad moral. Pero ya nos
estamos yendo por las ramas, por los Cerros de Úbeda como dirían los
peninsulares, que en mi país de origen llamamos familiarmente “los coños”. En
el bus hay una niña sentada junto a una ventana con piernas muy bien torneadas
que aparecen por casualidad bajo una minúscula faldita negra y nuestro muchacho
se sienta en un asiento lateral, mira su Ipod serio, y supongo que a
hurtadillas a la niña, pero su expresión está diciendo que él está
perfectamente consciente de ella, de esos muslos blancos, pero que la respeta y
no va a mirar y se va a enfrascar más en su minúscula pantalla. Y ese mostrar
de piernas o algo más se llamaba cuarteo en Chile, las niñas “daban cuarteo” y
uno se cuarteaba y ahora el joven se cambia de asiento ostensiblemente en una
muestra de respeto que quiere ser notada y se concentra aún más en su revisión
del mundo alternativo pero tan familiar y cliché que se despliega en la
minúscula pantalla. Él está logrando no sucumbir a sus tentaciones y ese paso
lo llevará a un ansia de estudio y de logros, de adquisición que serán
paralelos a su inmersión en el mundo de corriente principal que anticipaban ya
sus gestos y actitudes descritos al principio, así se asentará en la vida y es
de esperar que de esa elección de no mirar—siendo la vista el sentido humano
por antonomasia— no vaya a brotar ningún demonio.
AMOR Y FÚTBOL
Siempre en mi familia fuimos del Colo. Cuando
empecé a salir con la Pilar, cuica y más encima de la Chile, todos pusieron el
grito en el cielo. Nos conocimos en una pelea entre las barras, después de un
partido entre el Colo y la Chile. Se oían los gritos Ceacheí, Ceacheí,
Universidaaad de Chiiile. Los del Colo estábamos rodeados y esa chiquilla de
ojos verdes se aprestaba a darme en la cabeza con un letrero que andaba
trayendo cuando un chorro de agua del guanaco policial la tiró de espaldas,
todos arrancaron, menos yo que me quedé mirándola primero y después la ayudé a
levantarse y fue pasando lo que tenía que pasar. Su papá, que es ejecutivo de
una firma de seguros, no quiere verme ni en pintura; ni menos su mamá, una
vieja gorda miradora en menos. Vivimos en una pieza y nos arreglamos con lo que
yo gano y lo que le pasa su mamá. Ella se saca la ropa despacito y me dice
Ceacheí, mi roto, así me dice, pero por cariño, porque la gente dice mi negra,
mi gordo, chinita, también por cariño. La termino de desvestir y me pongo sobre
ella en la cama. Gooool de ColoColo, le digo cuando termino.
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