Minificción ottawense de Jorge Etcheverry
A fines de los setenta una tarde de domingo mirábamos la tele que
apaga el ruido que llega de la calle Somerset, a cuadra y media y de repente
llaman por teléfono, mi señora responde, vuelve pálida, me mira un rato con tamaños
ojos, después se me sienta al lado, me dice bajito en la oreja para que no
escuche la niña, “me dijeron que me iban a matar a mí, a tu marido y a tu
hija”, Como ella tiene mejor inglés, llama a la policía. No dormimos mucho esa
noche. En la mañana pasa a dejar a la niña a la guardería, yo me quedo tratando
de estudiar, tengo que dar los comprensivos de mi máster en algunos días. Suena
el timbre. Un señor joven, alto, me dice que es de la policía. “Lo estaba
esperando”, digo. Se sienta y sin más preámbulo me dice que se llama XX y que
quisiera que le diera información sobre unos compatriotas, N, M, O y sobre P,
profesor de filosofía en la universidad donde estudio. Les interesa averiguar
sobre los contactos con los Salvadoreños—que están recién llegando—y con el
partido comunista de Canadá. “Si sabe
algo o se le ocurre algo, llámeme” y me pasó su tarjeta—que tengo por ahí
guardada, creo. Salí y me fui a hablar con cada una de las personas nombradas,
se lo mencioné a un amigo que tenía un programa comunitario en español en un
canal de TV Él difundió el hecho y leyó instrucciones sobre lo que uno debía
hacer en caso de esas visitas. También por ese entonces mi señora y la niña
iban de vuelta por primera vez al terruño y yo debía ir a su embajada en Canadá
a renovar mi pasaporte porque también tenía que viajar. Me ofrecieron asiento
en una oficina lúgubre. Un señor me dijo “Mire, sabemos que su mujer y su hija
están en Chile. Si tuviera alguna información que darnos sobre las actividades
de la colonia chilena en la ciudad, se lo agradecería mucho”. Pero en esos
tiempos uno se conseguía a cartas de ONGs, parlamentarios si podía, para que
vieran que si pasaba algo allá aquí se iba a notar. Para terminar, le mostré
esto que iba a mandar para que leyeran por radio a José, en el Starbucks. “Mira Flaco” me dijo,” tai loco,
eso no lo van a leer, esa radio es súper cartucha”.