En el bus me encuentro con una cara conocida. “hola, quizás no se acuerde de mí”. Cómo no me voy a acordar, una ex alumna de mi primera clase de español. Tengo muy buena memoria para las caras. Se trata de Rossie, comenzamos a hablar, pero nos vamos acercando, se baja una pareja y nos sentamos, nos tomamos las manos, casualmente, le rozo la mejilla con los labios de una manera natural y ella se acerca de manera que sentimos el calor de la piel, casi, bajo las prendas otoñales. Me dice que vive sola, en una casa de un piso, cuidando de su padre. La calle queda cerca de donde vivo, a unas siete cuadras creo, no me da el número, pero nos bajamos en el mismo paradero, ella va al supermercado y yo me bajo unas cuadras antes para acompañarla un poco. Entre el paradero y supermercado hay una superficie sin pavimentar, de casi media cuadra, de tierra apretada, amarillenta, allí se ponen a veces vendedores ambulantes que extienden un paño en el suelo y encima su mercancía, que no tiene nada que ver con la del supermercado, libros y artículos usados, brebajes supuestamente sanatorios, confecciones caseras. Hay unos pentecostales, con letreros, vendiendo o repartiendo una revista. Caminamos unas cuadras, llegamos a una casita con jardín. Ella vive cuidando a su padre, me repite, hoy no sería bueno acompañarla a su casa, estaba todo desordenado, no había ni siquiera lavado los platos de la noche anterior, ni hecho las camas, pero ahora yo sabía dónde vivía, sonrió y se alisó el pelo. Yo me quedé en la vereda y ella entró. Pero Abelardo me dijo después que me anduviera con cuidado, esas son trampas, como la niña de la libreta, que siempre está en el café donde uno va y pareciera que no le llevara el apunte. “en cada mujer hay una Circe”, me dijo, pero eso fue un poco antes de que lo internaran.
Saturday, June 9, 2018
Encuentro casual en el bus
Jorge Etcheverry Arcaya
En el bus me encuentro con una cara conocida. “hola, quizás no se acuerde de mí”. Cómo no me voy a acordar, una ex alumna de mi primera clase de español. Tengo muy buena memoria para las caras. Se trata de Rossie, comenzamos a hablar, pero nos vamos acercando, se baja una pareja y nos sentamos, nos tomamos las manos, casualmente, le rozo la mejilla con los labios de una manera natural y ella se acerca de manera que sentimos el calor de la piel, casi, bajo las prendas otoñales. Me dice que vive sola, en una casa de un piso, cuidando de su padre. La calle queda cerca de donde vivo, a unas siete cuadras creo, no me da el número, pero nos bajamos en el mismo paradero, ella va al supermercado y yo me bajo unas cuadras antes para acompañarla un poco. Entre el paradero y supermercado hay una superficie sin pavimentar, de casi media cuadra, de tierra apretada, amarillenta, allí se ponen a veces vendedores ambulantes que extienden un paño en el suelo y encima su mercancía, que no tiene nada que ver con la del supermercado, libros y artículos usados, brebajes supuestamente sanatorios, confecciones caseras. Hay unos pentecostales, con letreros, vendiendo o repartiendo una revista. Caminamos unas cuadras, llegamos a una casita con jardín. Ella vive cuidando a su padre, me repite, hoy no sería bueno acompañarla a su casa, estaba todo desordenado, no había ni siquiera lavado los platos de la noche anterior, ni hecho las camas, pero ahora yo sabía dónde vivía, sonrió y se alisó el pelo. Yo me quedé en la vereda y ella entró. Pero Abelardo me dijo después que me anduviera con cuidado, esas son trampas, como la niña de la libreta, que siempre está en el café donde uno va y pareciera que no le llevara el apunte. “en cada mujer hay una Circe”, me dijo, pero eso fue un poco antes de que lo internaran.
En el bus me encuentro con una cara conocida. “hola, quizás no se acuerde de mí”. Cómo no me voy a acordar, una ex alumna de mi primera clase de español. Tengo muy buena memoria para las caras. Se trata de Rossie, comenzamos a hablar, pero nos vamos acercando, se baja una pareja y nos sentamos, nos tomamos las manos, casualmente, le rozo la mejilla con los labios de una manera natural y ella se acerca de manera que sentimos el calor de la piel, casi, bajo las prendas otoñales. Me dice que vive sola, en una casa de un piso, cuidando de su padre. La calle queda cerca de donde vivo, a unas siete cuadras creo, no me da el número, pero nos bajamos en el mismo paradero, ella va al supermercado y yo me bajo unas cuadras antes para acompañarla un poco. Entre el paradero y supermercado hay una superficie sin pavimentar, de casi media cuadra, de tierra apretada, amarillenta, allí se ponen a veces vendedores ambulantes que extienden un paño en el suelo y encima su mercancía, que no tiene nada que ver con la del supermercado, libros y artículos usados, brebajes supuestamente sanatorios, confecciones caseras. Hay unos pentecostales, con letreros, vendiendo o repartiendo una revista. Caminamos unas cuadras, llegamos a una casita con jardín. Ella vive cuidando a su padre, me repite, hoy no sería bueno acompañarla a su casa, estaba todo desordenado, no había ni siquiera lavado los platos de la noche anterior, ni hecho las camas, pero ahora yo sabía dónde vivía, sonrió y se alisó el pelo. Yo me quedé en la vereda y ella entró. Pero Abelardo me dijo después que me anduviera con cuidado, esas son trampas, como la niña de la libreta, que siempre está en el café donde uno va y pareciera que no le llevara el apunte. “en cada mujer hay una Circe”, me dijo, pero eso fue un poco antes de que lo internaran.
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