Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Alberto a. Arias nació el 23 de febrero de 1954 en la ciudad de 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la ciudad de Florida, en la misma provincia. Entre 1972 y 1977 participó en grupos teatrales y literarios. Fue director de la revista “Poddema”. Integró entre 1979 y 1987 el Grupo Surrealista Signo Ascendente. Es parte del Colectivo Signos del Topo, que administra www.signosdeltopo.blogspot.com y dirige la revista homónima, además de libros, plaquetas y afiches. Desde 2007 ha difundido por las redes artículos, poemas y pronunciamientos artísticos, culturales y políticos. En la edición de las “Obras (1923-69)” se va materializando su labor de recopilación y ordenamiento de los textos del poeta Jacobo Fijman. Desde 2010 está abocado a la recopilación y difusión de la obra y la acción política de la revolucionaria socialista e internacionalista Rosa Luxemburg. Para ello ha fundado, junto con Danara Borge, el Espacio Rosa Luxemburg: www.espaciorosaluxemburg.blogspot.com. Poemas, notas y artículos de su autoría se han divulgado, entre otros, en los siguientes medios: revistas “Cultura”, “Show”, “Poddema”, “Signo Ascendente”, “Crisis” (2da. época), “Clepsidra”, “Hojas del Caminador”, “En Defensa del Marxismo” y “Signos del Topo”, así como en los diarios “La Voz”, “La Razón”, “El Tiempo” (de la ciudad de Azul), “El Tiempo” (de la provincia de Tucumán), “Río Negro” (de la provincia de Río Negro), en los periódicos “Madres de Plaza de Mayo”, “Nueva Presencia”, “Prensa Obrera”, “La Estación”, “Redes Norte”, “Cuentos y Poemas” y en los boletines “Arte y Revolución”, “Garabatos” y “Lucharte”. Además de en los cuadernillos “Contra el Imperio de la Guerra”, “Los ríos”, “Arco voltaico y Sitio de cuatro vientos”, “Equívocos frente al arte”, su quehacer se difundió en “Los sueños” (con el artista Luis Morado; edición artesanal, firmada y numerada, formato caja), en el volumen de relatos “Las muertes” y en los poemarios “Himnosis, 1” (antología), “Lo (19 poemas)”, “Actas del Hoambre”, “Primeros poemas (1974-79)”, “Poemas de Lo” y “Gretel, un día un año” (Libro 1 de “Las Soleónicas”, en 2019).
1 — ¿Empezamos a conocerte,
Alberto?...
AA: Antes de remitirme al
pasado comentaré sobre el “presente”. Durante los últimos años hubo una
cantidad de sucesos en mi vida que me impidieron dedicarle todos los tiempos y
esfuerzos a mis pasiones: la poesía —entendida como actividad del
“qué-hacer-soñar-desear”— y el arte, la cultura y la política —entendidos como
ámbitos de la lucha emancipadora de las clases explotadas y oprimidas bajo el
capital, en pos de la revolución proletaria, el socialismo y la libertad.
Desde este presente, desde donde me
juzgo sin autocomplacencia, al revisar el conjunto de lo hecho y escrito noto
que no es poco lo concretado desde mis veinte años, a pesar de algunos extensos
lapsos de silencio, a veces “natural” y elegido, a veces forzado por el
carácter social de nuestras vidas. También veo que, desde mi adolescencia hasta
la actualidad, tanto los temas, preferencias y obsesiones como, por así decir,
el “rumbo” que tomaron mis escritos y composiciones, desenvolvieron su marcha
por esta trifásica banda de Moebius elegida a gusto: el amor, la poesía, la
libertad (aunque con desvíos, tropiezos, enredos y a veces patéticos extravíos
en el bosque sombrío que, según la temporada y sus meteoros de inclemencia,
algún árbol supuestamente “maravilloso” me ocultaba).
Amor, poesía, libertad, es
decir: lo que el surrealismo eligió como “objeto y causa” del deseo; ese norte
que a todos sin excepción nos excede (a los individuos, al surrealismo y a la
revolución proletaria socialista incluidos), en el sentido en que debe
entenderse, como bien lo dice André Breton refiriéndose a la libertad, más como
una “fuerza” que como un “estado” —y, agrego, más como un multiverso en
expansión que como una burbuja cerrada y “autosuficiente”.
2 — ¿Y el pasado?...
AA — El
“pasado”... Veamos, Rolando, algunos números y ciertas determinaciones. Nací en
la ciudad de 9 de Julio, en la provincia de Buenos Aires, el 23 de febrero de
1954. Pero no tengo patria, soy internacionalista. Mi matria/patria deseada,
que debería concretarse en este siglo 21, es la Internacional proletaria y
socialista, que debería ser fundada, expandida e instalada en el mundo entero
si queremos que sea auténtica y triunfante; es decir, si deseamos que la
humanidad (a la fecha, más de 7 mil millones de habitantes) tenga alguna
esperanza de salir de su “prehistoria”. Mientras no exista, me sentiré
inevitablemente ‘apátrida’ y ‘amátrida’. Vale aclarar: esta Internacional jamás
debiera ser un “aparato” sino la asociación más masiva, ágil, igualitarista y
efectiva posible, en función de la humanidad deseable.
Soy el tercer hijo de una pareja que
tuvo cinco; los tres primeros, varones, luego, dos mujeres. Mi padre tuvo otros
dos hijos varones con su segunda esposa, Isabel. El mayor de mis hermanos,
Alejandro, se suicidó a los veinte años (cuando yo tenía quince). Una de mis
hermanas, Laura, falleció en junio de 2019. Con mi hermana y hermanos sigo en
contacto —la relación con ellos es a veces asidua e intensa, a veces
esporádica. Ellos son Aníbal, Felicitas, Pedro y Nicolás.
El amor fundamental brindado por mi
madre, Dora, es lo que me ha permitido llegar a la sexta década de vida; su
fragilidad y situaciones personales fueron compensadas por virtudes que dejaron
huella en mí: a su sensibilidad sumaba su interés por la lengua y la buena
literatura; de hecho, fue ella uno de mis primeros lectores y se mostraba
interesada en lo que hacía poéticamente. De mi padre, Hipólito, conservo el recuerdo
de numerosos viajes felices y experiencias campestres y sociales (en relación
con su ocupación como ingeniero agrónomo), así como políticas, positivas y
optimistas. Otras personas de mi familia (especialmente una tía y un tío
paternos) también han jugado un rol decisivo en mi desarrollo, aunque no pude
agradecérselos a tiempo.
En mi infancia, pubertad y
adolescencia hay muchos momentos memorables: temporadas en el campo y en los
aires libres; los juegos y los deportes y sus peripecias; las novias y los
abrazos y los aromas de la eternidad; los “amigos-para-siempre” que luego hemos
de perder; las pequeñas travesuras vividas como enormes aventuras; los cielos
absorbentes donde nacen las nubes; los mares y los campos infinitos donde el
ser se agiganta; los primeros versos leídos; mis primeros escritos; luego el
teatro y el arte... y ¡tanto más!
Pero en este periodo temprano (sobre
todo en la niñez) ha sido quizá demasiado importante la presencia del pesado
conflicto intrafamiliar y mi deseo y modo y esfuerzos por salir de allí, cosa
que queda patente en mi poema “La fortaleza” (“–Fue entonces que construí
acá mi primera fortaleza”). También lo maravilloso, los variopintos
conflictos, el descalabro, la fantasía y la intensidad amorosa de mis primeros
años aparecen patentes, a veces de soslayo, en muchos de mis poemas y
narraciones. Pero sobre todo aparecen casi concentrados en “Gretel, un día un año” —aunque el
propósito consciente de esta obra no haya sido en absoluto autobiográfico.
¡Ay, la adolescencia! Es en este periodo
donde todo hace eclosión “rimbaudiana”. Mis primeras e intensas lecturas
poéticas tempranas que me dejaron su huella fueron: Gustavo Adolfo Bécquer,
Antonio Machado, León Felipe y Walt Whitman en la pubertad y primera
adolescencia; luego, César Vallejo, Oliverio Girondo, Dylan Thomas, Jacobo
Fijman, William Blake, Novalis, Friedrich Hölderlin, Gérard de Nerval, Antonin
Artaud, Conde de Lautréamont, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Guillaume
Apollinaire: Con semejante dosis en poco tiempo, ¿cómo no sentirse impulsado a
bailar al borde del abismo como un galápago enamorado de las ánades que
prometen llevarte por los cielos con la condición imposible de cumplir: no
abrir la boca? (me refiero a la fábula de las ánades y el galápago, del libro “Calila y Dimna”).
A continuación: William Shakespeare,
Alfred Jarry, Bertolt Brecht, Marcel Schowb, Pierre Reverdy, Georg Büchner...
Luego: André Breton y los surrealistas, Karl Marx y los marxistas, Sigmund
Freud y algunos freudianos, sin olvidarme de unos prematuros Charles Fourier y
Georg Ch. Lichtenberg... Pero todo ello leído a menudo abarrotadamente y no
siempre en profundidad, sin darme mucho tiempo para la mejor asimilación de
tantas cuestiones teóricas y prácticas de las que de algún modo me sentía
partícipe pleno y que me proponía encarar y quizá —aunque sea para mí mismo— en
buena medida resolver.
Hay también algunos narradores
leídos en esa época que me dejaron “qué desear”: Ray Bradbury, Horacio Quiroga,
José Revueltas, y algunos “clásicos”, entre muchos otros.
En fin: un multiverso al que se
ingresa “iniciáticamente” para tratar de pisar, volar y nadar a placer por este
mundo que nos toca y nos golpea y nos subleva y nos hace morir de vida
“supervivida” –Ah, sí, el exceso de sensaciones que buscan su centro, el cúmulo
de interrogantes que buscan sus respuestas y verdades, el acopio de
experiencias que quieren construir realidades nada fáciles de conciliar y
concertar con este mundo “donde reinan Eros y Tánatos y sus ejércitos de
Bienmalos y Malbuenos metiéndosenos hasta en los tuétanos —que nos tornan seres
casi incomprensibles e intolerables—, que nos atraviesan hasta bienmatarnos
mientras nos malviven en su ‘otredad’…” (palabras de un poema inconcluso).
Solamente años después pude ya
desear y concertar lecturas más variadas y de autores no “inevitables” sino más
a tono con nuevas búsquedas y una saludable apertura en abanico: los poetas
Miguel Hernández, Juan L. Ortiz, Agustín García Calvo, Ángel Crespo, Mario
Satz, Julio Huasi, por nombrar solamente algunos poetas disímiles y en
castellano a quienes aún leo con placer (élan singulares, confluencias
pasionales, afinidades electivas). Estoy hablando exclusivamente de
preferencias y atracciones, entre múltiples y variadas lecturas. Buenos poetas
y buenos poemas, de hoy y de ayer, abundan.
Definiendo entonces ese periodo tan
complejo cuan pletórico que es la primera juventud, digo: aquí hay como una
ruptura y a la vez continuidad con algo que apareció en mi adolescencia:
la vocación poética. Sin entrar a discernir de qué se trata ese algo,
afirmo que desde ese momento quise y supe que mi vida estaría atravesada por la
poesía —al menos como la empezaba a entender: inseparable del amor y la
libertad. “Idealizaciones” incluidas y jamás renegadas, más bien
“materializadas” de facto, esa ha sido mi “guía práctica”.
Empecé un periplo de búsquedas
grupales en torno del teatro y la poesía. Y fue entonces que me dirigí un poco
ciego a la búsqueda de algún “remedio” para lo que entonces creía que me
aquejaba: una insatisfacción profunda ante el mundo personal, familiar y
social; es decir: el mundo entero. La cruel sociedad de privilegios, posesiones
y explotación en la que vivimos nos da razones de sobra para colocar afuera
toda la ira que algunos cargamos desde la edad en que “no se sabe que no se
sabe”.
3 — Así que el teatro y la poesía.
AA — Sí, yo diría la etapa
pre-surrealista. Hacia 1972, mi primigenia búsqueda poético-teatral, pseudo
artaudiana, me había conectado con Alberto Muñoz, con quien establecimos,
durante un par de años —que parecieron décadas, como suele suceder a esa edad—,
una fuerte amistad creativa.
Como pequeñas grandes aventuras
previas a mi periodo (o pasaje) pleno en el surrealismo debo mencionar también
—corría 1974— mi ingreso a una experiencia colectiva teatral que se llamó
Centro Cultural Alternativo, heredero de la Comuna Baires. Tenía yo veinte
años. Publicábamos la revista “Cultura”, que salíamos a vender cada noche en la
puerta de los teatros y cines. Prácticas dramático-teatrales y buenas lecturas
(Jerzy Grotowski y otros) son lo rescatable de esa experiencia. Además,
compartimos momentos inolvidables con Graciela Masetti y Luis Morado, amigos
con quienes aún hoy, habiendo sorteado todas las difíciles peripecias de estas
décadas, seguimos encontrándonos y, en lo posible, interviniendo creativamente
en los ámbitos en que coincidimos. Salvando esto tan importante, una atmósfera
recalcitrante de secta autocomplaciente y psicológicamente desequilibrada casi
nos asfixia a todos los que pasamos por esta distorsionada “comuna”.
En ese momento concertamos un
“matrimonio” legal con mi pareja de entonces (juntos integrábamos la susodicha
“comuna”), con la sola intención de ayudarme a escapar a la obligación de hacer
el servicio militar, de donde sin duda (de eso estaba seguro) no saldría con
vida, dada la situación política del momento (transcurría 1974) y mi
incapacidad para tolerar órdenes de ese estilo. (Dicho sea: ¡no hay palabras
suficientes, ahora lo sé, para agradecerle a mi compañera de entonces, Claudia,
ese gesto que también “me salvó la vida”!)
Tanta crisis sin resolver, más una
situación familiar muy dolorosa, hicieron que me escapara al campo. Ya separado
de mi pareja, en 1975 me fui a Pergamino. Allí viví con mi padre, su esposa y
mis dos hermanos menores, e hice trabajos en una quinta productiva que ellos
sostenían. Comencé a trabajar en la imprenta de la ciudad y a participar en el
Grupo Literario Pergamino, para el que redacté un Manifiesto, que fue publicado
en la principal revista de la ciudad. Conocí a militantes del Partido
Socialista de los Trabajadores (“morenista” —por Nahuel Moreno) y me interesé
por primera vez en el marxismo, en el trotskismo y en la “revolución
permanente” (aunque las primeras lecturas surrealistas y vallejianas ya me
habían aproximado sumariamente a un básico socialismo revolucionario).
4 — Y después del ’75, al año
siguiente, ya sabemos, el golpe cívico-militar.
AA — Fue a pocos días del golpe (a
mediados de abril, creo) que viajé a Buenos Aires, abandonando Pergamino. El
partido me había dado como tarea traer al local central (con mis veintidós
años, recién incorporado, militante nada preparado, y a solo días, como dije,
del golpe criminal), en el barrio de Once, una buena cantidad de materiales
políticos. Ahí tenemos una muestra de la frágil concepción política y de la
errónea caracterización del golpe del general genocida Jorge Rafael Videla por
parte de dicha corriente política. Llegado a las puertas del local, esperando
que abriesen (había blindaje y hombres armados custodiando desde adentro el
local) se acerca un coche con cuatro tipos adentro; me llaman, y con total
inconsciencia me estaba acercando a ellos. Al tiempo que estos sátrapas me
preguntaban “¿Se hace la Escuela de Cuadros, no?”, desde el local dieron
un grito que me salvó la vida, ordenándome que volviera inmediatamente. Hoy
probablemente estaría en la lista de las decenas de miles de secuestrados-desaparecidos.
Fue entonces que conocí a Marcelo
Gelman, con quien comencé una tan intensa como frustrada amistad, truncada
salvajemente por la dictadura cívico-militar genocida, que lo secuestró,
torturó y asesinó, junto con su compañera Claudia (María Claudia García
Iruretagoyena), de 19 años y embarazada de seis meses.
Como verás, estos hechos que vienen
insistentemente a mi memoria y nos “marcan”, funcionan como determinantes que
nos hacen hacer una cosa u otra, elegir esto o aquello. Se trata, sí, de
estados de “excepción” medularmente vividos que al fin constituyen la “norma” y
la “savia” misma (sean las circunstancias tristes y terribles, o sean
esperanzantes y propiciadoras de grandes luchas) de los días que vendrán.
5 — Tuviste tu etapa surrealista…
AA — Surrealista: califico así
este periodo, a sabiendas de que mi vínculo militante con el surrealismo
como movimiento abarcó, estrictamente hablando, “apenas” unos ocho años de
mi vida y de mi actividad poética, cultural y política. ¡Y qué años tan
intensos!: de 1979 a 1987. Cabe esta aclaración: “vínculo militante” significa
que establezco una distinción, que me parece corresponde, entre la
actividad práctico-teórica, es decir: la praxis del surrealismo en la forma de
una militancia concreta en el movimiento internacional surrealista (en este
caso en la forma de un grupo activo en la Argentina) y mi interés profundo, que
aún perdura, por el surrealismo y todo aquello que éste representa ante mi
deseo (a propósito no digo “ante todos nosotros”): la lucha irrenunciable por
la libertad, el amor, la poesía, la revolución emancipadora, la superación de
la prehistoria humana y de la “civilización bárbara”.
Por lo tanto, y para no extenderme,
puedo concentrar algunos datos, sirviéndome de testimonios valiosos sobre este
periodo vivido por los jóvenes artistas que constituimos entonces el grupo
surrealista Signo Ascendente y que levantamos sin dudar, y bien altas (así en “las
habitaciones poéticas, en los
grandes espacios abiertos del amor, la desesperación, el placer, la esperanza,
el olvido, la acción y el sueño” {de
«En la noche ciclotrónica», en la edición final de “Primeros poemas (1974-79)”}… como en las calles, plazas y barricadas) las
banderas del surrealismo y la revolución, el lema “amor poesía libertad” y la esplendente consigna “transformar el mundo, cambiar la vida”.
En 1979 tomé la iniciativa de editar
“Poddema – Publicación periódica para la actividad poética independiente”.
Apareció con fecha julio-agosto de ese año terrible. La “función surrealista de
Poddema” (si cabe decirlo así) en ese momento histórico es muy bien descrita
por Silvia Guiard en un magnífico y sucinto testimonio (“Buenos Aires: El
surrealismo en la lucha contra la dictadura”, 2006), con estas palabras:
“Es en 1979 cuando un núcleo —ya muy
reducido con respecto al grupo original— cruza la línea que separa el hecho de
estudiar el surrealismo de la decisión de asumirlo como aventura propia. Dos
hechos jalonan esa transformación. En agosto, la aparición de “Poddema” 1: editada
por iniciativa de Alberto Valdivia, esta primera revista —cuyo nombre proviene
de un libro de Henri Michaux— cuenta con la colaboración de otros miembros y
amigos del grupo (Silvia Grénier y Luis Yara) y es adoptada por todos. En
septiembre, la primera intervención pública colectiva: la lectura de textos
propios, precedidos por palabras de André Breton, en un festival de la Comisión
por la Reconstrucción del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras
(Crecefyl) en el Club Villa Malcolm, del barrio de Villa Crespo”.
Cabe aclarar que, dada la época que
atravesábamos, Silvia Grénier y Luis Yara eran los necesarios seudónimos de la
poeta Silvia Guiard y del artista Luis Morado; yo firmaba Alberto Valdivia.
Así que es justo referirse a
“Poddema” (donde incluso en 1979 reivindicaba públicamente el manifiesto Por un
Arte Revolucionario Independiente, al que citaba como “de Breton-Rivera”,
eludiendo el nombre de Trotsky por razones de seguridad), como una publicación
poética-artística señera y de vanguardia, aparecida en pleno periodo
dictatorial, capaz de canalizar un valioso esfuerzo por quebrar la losa del
silencio… Inmediatamente, este esfuerzo se manifiesta concretamente en la
formación de Signo Ascendente, un grupo surrealista militante que surgió
influido “en vivo y directo” por dos vertientes revolucionarias: la del
surrealismo propiamente dicho, y la del marxismo (algunos éramos simpatizantes
y otros militantes del Partido Obrero).
El valioso testimonio recién citado
es una fuente privilegiada para conocer este periodo y las luchas emprendidas
por el grupo que conformamos.
Otro testimonio elocuente del valor
de nuestro compromiso surrealista lo encontramos en estos fragmentos de sendas
cartas enviadas desde París en 1981 y 1985 al grupo surrealista Signo
Ascendente aquí en Buenos Aires (cartas que quizá algún día se las pueda dar a
conocer; ahora no corresponde –es una cuestión de respeto– que revele quiénes
las firman porque, hasta donde conozco, nunca tomaron estado público; se trata
de dos miembros del grupo surrealista de París):
“París, 29 de mayo de 1981 (…):
A la hora en que el surrealismo debe,
a través del mundo, enfrentarse con numerosas dificultades, es reconfortante
ver reanimarse su llama en un rincón del mundo donde ninguno de nosotros podía
razonablemente esperar verla rebrotar. El tenor y el tono de su carta nos
llevan solamente a deplorar que nuestras relaciones no hayan podido entablarse
más temprano… (…) No hay, fuera de Praga y París, actividad colectiva
propiamente surrealista. (…) En el momento de cerrar esta carta recibo ‘Signo
ascendente’… (…) Espero que nada grave
interrumpa la publicación de los números siguientes…”
“París, 13/12/85 (…):
Compartimos enteramente vuestra
convicción de que el surrealismo no podrá nunca ser reducido a una pieza de
museo en una vitrina, ni a un insecto multicolor en una colección entomológica,
y menos aún a una momia egipcia en excelente estado de conservación. Está vivo
y lo seguirá estando mientras en Buenos Aires, en París o en cualquiera otra
parte existan algunos espíritus lo bastante obstinados como para rechazar el
‘principio de realidad’ y creer en la afinidad electiva entre la poesía y la
revolución (…) … Ahora que han reorganizado el grupo ¿piensan retomar Signo
Ascendente? Pese a sus límites, era la única publicación surrealista del mundo
entero…”.
Palabras tan contundentes
provenientes de dos miembros notorios del movimiento surrealista en París,
testimonian la importancia que tuvo, en plena época de la dictadura y la
transición “democrática”, el grupo que iniciamos al calor de las necesidades
surrealistas en la Argentina, es decir: necesidades antidictatoriales y anticapitalistas,
poéticas y liberadoras.
No sólo asistíamos e interveníamos en
forma grupal en las marchas, protestas y reuniones políticas, también
colaborábamos con los organismos de lucha por los derechos humanos y la
aparición con vida, especialmente con los Familiares de
detenidos-desaparecidos. En esos años, y durante bastante tiempo, en algunas
paredes del centro de Buenos Aires se pudo leer la incitante consigna: “¡Fuera
la dictadura! Movimiento surrealista”.
Además del grupo original que
conformamos durante varios años con Alejandro Mael, Silvia Guiard, Julio del
Mar y, luego, con Josefina Quesada y Carmen Bruna, quiero mencionar a algunos
de los compañeros que compartieron, de un modo u otro y en diferentes periodos
(no necesariamente considerándose surrealistas), tantas horas de lucha y
actividad creativa: Luis Mihovilcevic (quien en aquellos años se asociaba a
nuestras acciones y discusiones con su publicación expresionista “El grito”),
Cecilia Heredia, Juan Andralis, Sonia Rodríguez, Carlos Marcaida, Gloria Villa,
Juan Perelman, entre otros.
6 — De tu labor al frente de una
editorial, y hasta donde la fui conociendo a lo largo de los últimos lustros,
destacaría la correspondiente a los poetas Jacobo Fijman y Alberto Luis Ponzo.
AA — Al unir vos estos dos
nombres, Fijman y Ponzo, debo hacer una especie de pausa.
Mi búsqueda de Jacobo Fijman nace
allí por los años “iniciáticos” mencionados (1972), época en la que asistí al
Hospital Neuropsiquiátrico Borda, durante unas pocas semanas, para participar
con otros jóvenes de actividades solidarias y creativas junto con los
internados. Fijman había muerto dos años antes. Como casi todos por esa época,
tuve noticias de la existencia de Fijman gracias a la revista “Talismán”,
editada por Vicente Zito Lema, cuyo primer número está dedicado íntegramente a
su amigo poeta. Mi “búsqueda” se va concretando —a partir de entonces y a
través de diversos hitos o “hallazgos”— en un verdadero “encuentro” a través de
las décadas siguientes. Es largo y engorroso relatar todo lo sucedido en dicho
periplo. Basta decir que este largo periodo llega a concluir provisoriamente al
concretar el primer tomo de las “Obras (1923-69)” de Fijman (que
incluye todos los poemas suyos que pude hallar). La primera edición de este
libro (la única por ahora) es de diciembre de 2006. Ya en 1998 había publicado
yo sus narraciones: “San Julián el Pobre (relatos)”. En este momento
está muy avanzada la preparación del segundo tomo de la Obra (1923-69),
que reunirá relatos, ensayos y otras prosas y testimonios de Fijman.
Conocí a Alberto Luis Ponzo, si mal
no recuerdo, en 1989. Fui hasta su casa en Castelar para consultarlo en
relación con la publicación que él había hecho de poemas de Fijman. Desde
entonces, y durante casi tres décadas, continuó nuestra profunda amistad que
dio múltiples frutos, sobre todo en la edición de sus poemas. Falleció el 2 de
mayo de 2017. Estaba por cumplir 101 años. Entre todos sus libros y plaquetas,
y son muchos, quiero destacar la antología que hicimos de buena parte de su
obra en 1996, intitulada “80 vueltas al mundo de todos los días” (ese
año cumplía sus 80). Se cuidaba mucho y bien de la “estridencia literaria” y
del embeleso de la autocontemplación. Se entregaba a los demás y a los poemas
auténticamente, en un “hacer” poético a la vez íntimo y social que le proporcionaba
gran placer. Tiene, además, gran cantidad de poemas realmente conmovedores, por
su capacidad de contemplación de los “pliegues” de la realidad
interior-exterior circundante, sea individual o colectiva. Todavía me espera,
para los próximos años (¡espero lograrlo!), la realización de una edición que
muestre con justeza su vasta obra y que sea fuente de inspiración para otros
poetas con búsquedas semejantes a la suya. Con su compañera de toda la vida,
Alba Correa Escandell, ocupan en mí un lugar muy importante, porque fueron
además una ininterrumpida fuente de afecto, respeto, solidaridad y amistad, de
esas que son inolvidables.
7 — Te propongo, digamos, un
paréntesis “familiar”.
AA — En 1976 conocí a Cecilia
Heredia y un año después ya estábamos conviviendo. Ella modificaría mi vida
para siempre; es sin duda la persona más decisiva. Atravesamos juntos estas
décadas, y faltan palabras para contar las peripecias e intensidad de lo
vivido. Quiero resumirlo con las de un poema escrito hace mucho: “… mujer,
nave amorosa que guía el vuelo errante de éste que soy, / de éste que fui
siendo y que siéndolo seré a tu lado…”. Hoy tenemos dos hijos, Julián y
Emilio, con quienes nos acompañamos permanentemente. Y ahora, también, somos
orgullosos abuelos de Lautaro y Tomás.
Cecilia apoyó y compartió muchas de
mis actividades artísticas, poéticas y políticas anteriores. Estos últimos años
integró también el colectivo Signos del Topo. A la fecha, estamos comenzando a
preparar una muestra del fruto creativo de estas décadas juntos. La denominamos
“amor poesía libertad” y estará constituida por un libro y una muestra o
exposición de carácter –así lo esperamos– más o menos itinerante. Ahora mismo
está ocupándose en la preparación de un par de pequeños libros con cuentos para
niños que escribimos y que ella ilustró. La obra plástica y el mundo de Cecilia
deberían revelarse aún más ampliamente que lo que lo han hecho hasta ahora. En
nuestra juvenjez, en nuestra vejentud, esperamos juntos seguir poniendo leños
ardientes a la creación y la actividad poéticas, que son siempre
inevitablemente crítica social y humana para la transformación del mundo.
8 — Toda una militancia.
AA — “Transformación del
mundo”, acabo de decir. Claro está: la histórica consigna surrealista
“Transformar el mundo, cambiar la vida”. Siempre se ha tratado de lo mismo,
diferente cada vez: estar a la altura concreta, ni idealizante ni
utópica, de esta enseña.
A partir de mi salida del grupo
surrealista pasé a formar parte, en 1988, del equipo de periodistas del
periódico de las Madres de Plaza de Mayo. Allí viví una enriquecedora
experiencia junto a compañeras y compañeros como María del Rosario Cerruti,
Raquel Ángel y Alberto Guilis, entre otros. Ahora considero que ese pasaje de
un año por el periódico de las Madres me sirvió también para procesar sin mayor
crisis mi alejamiento de aquella intensa actividad grupal surrealista que había
ocupado casi una década de mi vida.
¿Y cómo sigue todo esto? Con mi
incorporación plena, en 1989, al Partido Obrero (del que era simpatizante desde
1980), a un círculo de “intelectuales y profesionales” cuyo responsable era
Pablo Rieznik, un gran compañero. Lejos de ser “enviado a la célula del gas”,
como cuentan los surrealistas franceses que les ocurrió en el Partido
Comunista, los compañeros me invitaron a impulsar y formar parte del círculo de
artistas. Por la sencilla razón de que el Partido Obrero, enemigo radical del
stalinismo, tenía en ese momento, en lo fundamental, una línea opuesta al
anti-intelectualismo insustancial de algunas organizaciones de izquierda y al
pro-intelectualismo oportunista de otras. Allí escribimos manifiestos y notas y
editamos algunos números del boletín “Arte y Revolución”, de breve vida, pero
muy interesante. Logramos cierta influencia en medios culturales, educativos y
artísticos. Años después, hacia el 2000 y 2001, formé parte de la agrupación
Lucharte y viví en forma intensa y militante el periodo del Argentinazo,
incluidas sus asambleas populares.
Así, en vuelo rápido, podemos llegar
al relato de apenas algo del presente, ya que, como no nos cansaremos de
anotar, las palabras suelen constituir una gigantesca poquedad (si lo sabremos
los escritores y poetas, ¿no?) a la hora de pretender describir y abarcar la
totalidad de una experiencia de vida, cualquiera sea, sobre todo sus
vicisitudes históricas, pasionales, intelectuales y psicológicas.
Mis últimos años están “tocados”
profundamente por la actividad poética en torno a ‘Margen meridiano’
(que es el título que doy al conjunto en marcha de la que considero mi obra),
al Colectivo Signos del Topo y al Espacio Rosa Luxemburg.
De Signos del Topo quiero decir que
ha sido una experiencia muy rica y profunda en lo que hace a su contribución
(en su justa medida) creativa y crítica en el campo de la cultura. Quienes
consolidamos durante algunos años esta peculiar experiencia grupal fuimos:
Osvaldo Cucagna, Luis Mihovilcevic, Pablo De Cruz, Cecilia Heredia y yo. No
podría mencionar aquí a los artistas, intelectuales y militantes con quienes
nos vinculamos, de un modo u otro, a partir de esta actividad (aunque entre
todos ellos, que son muchos, sí quiero mencionar a nuestra compañera y amiga
Liliana Dulbecco). Ahora mismo estamos debatiendo cómo continuamos nuestra
acción.
En cuanto al Espacio Rosa Luxemburg,
se puede decir que, a pesar de tanto hecho (recopilación, lecturas,
ordenamiento, debates, etc.)… está casi todo por hacer. Su inicio se remonta a
un momento (hacia 2009) en que mi vida personal se vio marcada por una serie de
acontecimientos a los que tuve que dedicarle toda la atención. Es mucho y
fundamental lo que se puede hacer para seguir reivindicando y situando
correctamente la obra, vida y lucha de Rosa Luxemburg, esta extraordinaria
socialista revolucionaria e internacionalista, en el presente. Su vigencia es
poderosa y me ocupará, así lo deseo, una buena parte del resto de mi vida.
9 — Hablemos de tu obra. O, manos a la
obra.
AA
— Como dije, bajo el título ‘Margen meridiano’ voy reuniendo mi obra.
Siempre me pareció fundamental tener una perspectiva general de la misma,
incluso temporalmente hablando. Por eso hace ya mucho decidí incluir al pie de
cada texto, formando parte inseparable, el año de composición. El registro
histórico hace al movimiento y a la participación social y cultural. La
‘intemporalidad’ en devenir se juega en la temporalidad y en la historia, fuera
de la cual no se concibe la vida humana. Pero es justamente por esto que a
menudo cobra valor lo supuestamente “perimido” o “pasado” (incluidas las
“formas”) así como lo que puede haber de prospectiva en la obra de arte. Me
gusta jugar con las vueltas al pasado y con el devenir. En los poemas, en el
arte, encontramos las posibilidades de manifestación no consciente de la
“concurrencia y concatenación” históricas efectivamente vividas… y de ese modo
se hace “de hecho” la crítica del instante temporal/intemporal en el que nos
desarrollamos como seres vivientes. Sincretismo (estoy usando esta palabra un
poco a piacere), multivalencia, contradicciones vitales en varios planos
de la manifestación poética, son el “medio ambiente” en que busco y, a veces,
me parece “encontrarme a mí mismo”. Ese es el “magma” y he ahí la “zona” de lo
posible/imposible: el deseo mismo en acción.
Durante muchos años me consideré un
“poeta del (en)sueño”. Luego comprendí que la realidad y materialidad del
sueño, la fantasía, lo simbólico y la imaginación, tanto como tutti quanti que
hay sobre el planeta Tierra y más allá aun hasta el multiverso aún no “visto”
ni “conocido” ni “fundado”, son los que nos determinan en forma integral. En
esta sobredeterminación “natural y total” actuamos, transformando y
transformándonos. Un pequeño poema de pocas líneas, tanto como una obra
artística vasta y complejísima, puede y debe alimentar, para bien
(subrayo eso), un instante de la vida de un ser humano o de muchos y esto
proyectarse a través de los tiempos. ¿No constituye así lo que llamamos “el
milagro poético”? Podemos denominarlo “iluminación”, así como las artes
plásticas llaman “iluminar” al acto de darles colores y perspectivas nuevos a
las imágenes “grises” o blanquinegras, para que cobren vida y nuestra realidad
se alimente de este cambio, de esta transformación.
Parafraseando a André Breton cuando
habla del carácter de la imagen analógica, del “signo ascendente”, podemos
afirmar que la tarea del poeta (del artista) debe ser “edificante” en el único
sentido en que esta palabra tiene razón de ser en estas landas: una “exigencia
que, en última instancia, bien podría ser de orden ético” (…), “no
reversible” entre unas y otras realidades convocadas, “volcada en lo
posible hacia la salud, el placer…”, y teniendo por “enemigos mortales
lo despreciativo y lo depresivo”.
Trabajo simultáneamente en obras diversas. Los
poemas invariablemente los manuscribo. Otros textos puedo hacerlos a teclado,
pero los poemas no. Son hojas y cuadernos y carpetas y archivos con materiales
que luego van construyendo sus pequeños edificios, separados por “géneros”, y
estas secciones toman sus títulos. Voy reuniendo todos mis poemas en “Alturas
del poema”; mis relatos, cuentos y narraciones en “Narrativario”; mis artículos,
notas, manifiestos y ensayos en “Mensajes meridianos”, y así en adelante. Otras
“series” de “obras en marcha” y, quizá, de largo aliento, llevan por nombre
“Las Soleónicas”, “Himnosis de Humanía”, “El Hoambre”, “Versiones son amores”,
y algunas más.
Mis últimos libros publicados, de
gran importancia para mí, son “Poemas de Lo” y “Gretel, un día un año” (que es
el primer libro de “Las Soleónicas”).
Actualmente, lo que puedo lo difundo
por las redes (por supuesto con mis límites), sea en un blog propio (margenmeridiano.blogspot.com)
o en los espacios a mi alcance. En este momento también estoy muy entusiasmado
con la lectura a viva voz (para su difusión pública) de mis poemas, una
práctica que siempre acompañó, en la intimidad, la concreción de mis poemas (ingrediente
indispensable en la “escritura-composición”, “el oído que canta, que danza
sobre las olas de su ceguera…”).
No quiero dejar sin mencionar una
actividad propia que avanza íntimamente, sin pausa ni prisa, desde hace ya por
lo menos una década: la actividad artística-escultórica. Trabajar manualmente,
con materiales de modelado y moldeo, y ligarlos a un universo poético propio,
me está dando, por ahora de puertas adentro, una satisfacción que quizá alguna
vez pueda mostrar sus frutos. ¿Su origen? Allí hacia mis doce años de edad,
cuando pusieron en mis manos esos mágicos materiales que se llaman arcilla y
plastilina.
Hoy siento que, a esta edad, le
faltan días al calendario, y horas al día, para realizar todo lo que quiero y
pretendo hacer. Pero, ¿no es esto lo que sana y necesariamente habrá de
ocurrirle a cualquiera que vislumbre, delante de sí, aunque sea una mínima
porción de eso que llamamos “actividad poética”?
Pero, como bien se dice: la cantidad
de lo hecho no cuenta, sino la calidad (salvo cuando la primera
transforma a- y se transforma en- la segunda). Siempre pensé que un artista
—mediante un distanciamiento posible— debería estar en condiciones de
reconocer la cualidad de su propia obra, es decir, sus características,
propiedades y perspectivas. La crítica siempre es autocrítica —nada ni nadie
puede escapar a esto— y la autocrítica es siempre una acción teórico-práctica colectiva,
aunque no lo parezca, y aunque tal o cual colectividad, o individuo, no tenga
conciencia inicial de su condición. La crítica es el núcleo “corrector”
de la praxis. La crítica-autocrítica: he ahí la posibilidad
incesante, no sólo para las obras sino para la propia vida
individual/social.
Es más: la elaboración misma de una
obra suele suceder en un “no se sabe dónde” de esa zona imaginaria a la que se
regresa una y otra vez para el impulso inicial o ‘iniciático’, zona en la que
se irá desenvolviendo la puesta en juego física, material, afectiva,
emocional, intelectual, política y social de esa “cualidad” (como dije antes:
las características y propiedades singulares de la cosa de que se trata)
capaz de concretar el impulso vital que ha marcado desde siempre el
“qué-hacer-soñar-desear” poético, que es individual-colectivo. Impulso vital
que Arthur Rimbaud describió con justeza y parece que (casi) de una vez y “para
siempre” (al menos para este periodo histórico): “Si lo que trae de allí
abajo tiene forma, da la forma —si es informe, da lo informe”.
El hacer poético (que, repito, es un
qué-hacer-soñar-desear) consiste en una pura/impura “sujetividad”
objetiva (‘sujetobjeto’: concatenación indisoluble), donde no es “uno” el que
importa sino lo hecho que se mueve (o se detiene, o lo que sea) en una
posibilidad colectiva y mundana por así decir finita-infinita. De ahí
que: “Seres pasan, obras quedan”. “Cuando quedan” —hay que agregar.
A propósito de todo esto: si en
alguna coordenada de los tiempos alguien se atreviese a intentar una definición
de mi actividad poética, yo vería bien que usara conceptos similares a los que
subrayé en un párrafo que Dylan Thomas dedica a Wilfred Owen (en su selección “De
pronto, al amanecer”). Salvando las diferencias, me identifico plenamente
—hasta casi poder constituir una especie de nudo gordiano o mini Manifiesto
propio— con estas palabras:
“No se puede hacer
generalizaciones sobre la edad y la poesía. Los poemas de un hombre, si son
buenos poemas, son siempre muy mayores que él mismo; y a veces no tienen edad.
Sabemos que la forma y la estructura de sus poemas sufrirían continuos e
infatigables cambios; aunque el propósito que los sostenía hubiera permanecido
inalterable, habría experimentado sin cesar sobre su técnica, conduciéndola
cada vez más adentro, hacia la intensidad final del lenguaje: las palabras
detrás de las palabras. La poesía, por naturaleza, es experimental.
Todo impulso poético se dirige hacia la creación de una aventura. Y la aventura
es movimiento. Y el final de toda aventura es un nuevo impulso que otra vez se resuelve
en creación. (…) Los sucesos dictan el curso de la poesía.”
Con las últimas palabras de esta cita
puede quedar clara mi adscripción a una concepción por así decir
‘monista-dialéctica’ de, también, el quehacer poético, que en alguna página
redefiní así: “una concepción monista dialéctica del poema”, ya que
individual y colectivamente hablando “somos seres histórico-naturales y
meta-psico-físico-sociales”.
Sin duda de este modo aparecen
condensadas la mayoría de las cuestiones poéticas que me interesan y a las que
considero haberme entregado, “así como se arroja uno a la corriente del río”.
*
Alberto a. Arias selecciona poemas de su autoría para
acompañar esta entrevista:
Escrito sobre el papel
Al poeta sin oficio, al sin profesión
de ojos penetrantes,
al
artífice de la pluma-que-fue-de-un-pájaro,
l
a s v
i s i
o n e s
bajo
su mirar heredero de Leonardo, del Oscuro o de Redon
–que
veían en la noche–,
las
apariciones, las escenas, los ritos de imaginación
(imprescindibles)
no
podrían velarle demasiado tiempo otras visiones, figuras:
ahí
en el papel / blanco / alisado / con filigrana / o apenas sucio
donde
traza sus signos para un nuevo tiempo,
como
otra filigrana sensible a faros de contra-viento-y-marea
están
los ecos del caer vencidas unas plantas y papiros derruidos,
el
chirriar de sierras, los motores, del torniquete la urgencia,
otros
árboles, mecanos y sustancias que no sé,
la
tensión de unos músculos absolutamente imprescindibles
(aunque
chefs de SinAlbúmina se jactan y dicen: ‘sólo por ahora, sólo por
poco tiempo más’)–
Y
están ahí las horas sin paga real alguna, aplastamiento de triunfos fugaces,
e
n o r
m e s
v i c
t o r
i a s
t r a
i c i
o n a
d a s –
Ahí,
todo a lo largo y exhaustivo de las vidas en obrajes malparidos
están
los kilolitros de semen sangre y sesos –pensamientos vivos–
que
hombres, mujeres y niños de vida dura
escupen
a la cara del pulcrífero
que
en un muy decente
periódico
de moda
nos
pregunta–
y
se ríe–
:
‘pero
qué es un obrero?’
(1990)
*
Para que arda Roma
(gratis doy)
Toco instantes en la Torre del Blabladar —
¡y creen que me tienen en cerrado! —
Cada hablar es una senda, cada letra es una
piedra,
pero este camino empiedrado no conduce a
«Roma La Eterna» —
Desando, y desanudo,
esos lazos entre pasos, objetos, historias,
huéspedes,
galaxias de amor y muerte —
"vida" y "sentido",
"sensación" y "deseo" —
Y en ello vivo gratis,
pues gratis doy —
hasta el
aniquilar mismo —
revolución mediante — de todo valor de
cambio —
¡Hasta el cambio de todo valor! —
Cada instante gratis que toco y pongo
es mi camino arduo, lento y persistente de
regreso a nos —
¡Lejos
quedaron ya
« Hogar – Patria – Familia – Propiedad » ! —
¡Ahora la galaxia es mía y no me pertenece!
Para seguir nuestro viaje al infinito acá
hasta que ya no ardan romas y tramoyas,
trampas, trínculos, tronos y truhanes
( — Ese sí
no será
un día olvidable )
— Y por nunca fin
seguiremos viaje juntos hasta la última
inalcanzable Luna
donde seremos siendo sólo vos, él, yo,
ellos, nosotros, ustedes —
Y nadie más —
ni menos
*
La divisa en la
frente
Pase lo que pasare —
como bola de fuego a través del hielo
o pedazo de locura a través de la ciudad —
nada
de patria jamás
Pase lo que pasare —
si a contraluz escribo con la pluma anclada
en mi alta noche encallada en el fablar —
nada
de patria jamás
Pase lo que pasare —
con cada para-sí... sin ton, ni son, ni
ser...
en el mero hacer y deshacer de sociedad —
nada
de patria jamás
Pase lo que pasare —
mientras late doble el corazón en cada puño
atrapado en la masiva ola inmensidad —
nada
de patria jamás
Pase lo que pasare —
al poder todo el poder y después del poder
contra dineros, guerras, señor y propiedad —
nada
de patria jamás
Pase lo que pasare —
cuando la dulce lengua indígena forme el
mundo
y más y más se haga amor, poesía y libertad
—
nada
de patria jamás
(1993-2001)
*
El nombre
A este ser que un cierto día fue
podrán hundirlo en las brumas gélidas de
Auschwitz y Treblinka.
Podrán fundirlo en los campos de exterminio
de la argentina Patria
o sepultarlo bajo los escombros de la
heroica, altiva Gaza.
Tal vez busquen ahogarlo en las aguas de las
tierras de los pilagá
masacrados
y casi olvidados —
Eso: podrán intentar que lo olviden, y
olvidarlo.
Les place sin duda desangrarlo, desgarrarlo,
desmembrarlo.
Más aún: gozan con arrojarlo en la fosa
común, incinerarlo,
arrojar cal viva y madera muerta sobre los
despreciados despojos —
Eso: intentarán que lo desprecien, y
despreciarlo.
Podrán levantar un muro, una montaña,
multiversos de silencio.
Podrán sumir el mundo todo en la parálisis,
el terror y el espanto. —
Podrán eso y esto y aquello — y mucho, mucho
más.
Pero jamás podrán —jamás—
hacerlo d e s a p a r e c e r.
Porque este ser que un cierto día fue,
tuvo un nombre y fue n o m b r a d o.
(24
marzo 2016)
(A 40 años del genocida golpe cívico-militar en la
Argentina.)
*
El sol oculto de Monelle y
Marcel
De la mano de Marcel,
emergió Monelle de las penumbras del mar que
me tenía cautivado
en la hora previa al crepúsculo.
Apenas recordaba yo sus palabras antiguas,
nuevas en boca de Marcel,
pero el viento ululante y helado como una
medusa abisal
volcó en mis oídos el alfabeto primigenio de
Monelle:
«No ames tu dolor, puesto que no ha de
durar».
Marcel la abrazó entonces
para que el congelante mar no les impidiese
hablar y ser felices
en
el «momento fulgurante»:
«Agota en cada momento la totalidad
positiva y negativa
de
las cosas».
Y Monelle redobló ese abrazo fundente
para no sucumbir ambos en el vórtice azaroso
de una torpe nada
sino en el fluir de la vida muerta y la
muerte viva:
eterno río fugaz, constelación esplendente,
fulguración del universo inaccesible.
Delante de mí, en el ocaso de la luz,
los cuerpos enlazados de Marcel y de Monelle
se iluminaron poco a poco
hasta alcanzar una apariencia de roca
arenisca
tocada por la baba de un sol oculto.
Recordé entonces lo que Monelle — ¿o acaso
fue Marcel? —
sentenciaba, en el remolino de pasadas
penumbras:
«No te preocupes por tu libertad:
olvídate de ti mismo.
Sé el alba mezclada con el crepúsculo».
(octubre 2017)
*
Pedido de un cadáver
Recuerden que fui un animal pletórico
de impulsos y
destrezas—
un árbol frondoso de saberes y deseos—
un surco vivo, una pendiente al acaso—
el ocaso de un breve sol.
Si me guardan en una caja
pronto seré carne triste
y peor aliento.
Sólo la materia del sol nos libera
de las lindes del
espacio —
y también del tiempo.
(29 abril 2019)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: entre las ciudades de Florida y
Buenos Aires, distantes entre sí unos 16 kilómetros, Alberto a. Arias y Rolando
Revagliatti, mayo 2020.