Jorge Etcheverry
Las escamas brillan bajo el sol que enardece y conmueve los zarcillos de los helechos, las hojas estriadas del ginko, la sombría araucaria, la sinuosa cola de caballo—nombre que le da el espectador temporal que visita esa tierra primigenia o posgénica— ya que el desplazamiento temporal que permite la conexión a distancia de las partículas cuánticas si se proyecta en el eje vertical que es el tiempo no permite su identificación
solo le queda maravillarse del amarillo de esas pupilas que ocupan gran parte del ojo, ni medio ni limón, diríamos inédito, si no fuera por el Greco y Van Gogh—el que hizo el registro viene del siglo XXI, de sus décadas finales favorecidas por el florecer de la vida y la ciencia bajo el régimen de la Stasis: 0 desarrollo económico, 0 aumento de la población, control total de la interfaz hombre naturaleza. Pero nos salgamos del tema
igual asombro preñado de admiración nos produce el sinuoso avance de su enorme pero grácil masa, la ondulación de los músculos, en una progresión que es seguro que quienes vean el holograma analogizarán con el ballet
no sabemos si el cieno mezclado con fragmentos óseos—parece – o de caparazones y quién te dice cráneos que sus patas traseras retrituran nos precede o está en nuestro futuro. No nos preocupa demasiado absortos como estamos en el paso de esa soberbia belleza reptiliana, femenina, verde
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