Santiago Sylvester responde ‘En
cuestión: un cuestionario’ de Rolando Revagliatti
Santiago Sylvester nació
el 16 de junio de 1942 en Salta, capital de la provincia homónima, la
Argentina, y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es Abogado, por la
Universidad Nacional de Buenos Aires, desde 1970, título convalidado
académicamente por la Universidad Complutense de Madrid en 1979. Entre otras
distinciones, recibió el Premio Jaime Gil de Biedma, en España, en 1993, el
Gran Premio Internacional Jorge Luis Borges, en 1999, y el Premio Municipal de
la Ciudad de Buenos Aires, en 2008. Es Miembro de número de la Academia
Argentina de Letras (2014) y Miembro correspondiente de la Real Academia
Española (2015). Ensayos de su autoría incluyen los volúmenes “La tierra natal – Lo íntimo”, de Juana
Manuela Gorriti (1998) y “En tierras de
Magú Pelá”, de Federico Gauffin (2009). Es el antólogo, entre otras obras,
de “El gozante. Antología de Manuel J.
Castilla”, “Poesía del Noroeste
Argentino. Siglo XX”, “Anuarios del
tiempo” (Antología de Néstor Groppa), “Juan
Carlos Dávalos, una obra en su lugar” y “Los
que se fueron (25 poetas argentinos contemporáneos)”. Participó en los
siguientes libros colectivos: “Tres
décadas de poesía argentina (1976-2006)”, “El verso libre”, “Giannuzzi”,
“Dificultades de la poesía”, “Viel Temperley”, “Otro río que pasa” y “Lugones,
diez poemas comentados”. Es el autor del libro de cuentos “La prima carnal” y de los ensayísticos “Oficio de lector”, “La identidad como problema. Sobre la cultura del Norte” y “Sobre la forma poética”. Algunos de sus
poemarios publicados entre 1963 y 2020: “En
estos días”, “El aire y su camino”,
“Esa frágil corona”, “Palabra intencional”, “La realidad provisoria”, “Libro de viaje”, “Perro de laboratorio”, “Entreacto”,
“Escenarios”, “Café Bretaña”, “Antología
poética” (Fondo Nacional de las Artes, 1996), “Número impar”, “El punto más
lejano”, “Calles”, “El reloj biológico”, “La palabra”, “Los casos particulares”, “El
que vuelve a ver”, “La conversación”,
“Llaman a la puerta” y “Ciudad”.
1: ¿Cuál fue tu primer acto
de “creación”, a qué edad, de qué se trataba?
SS: Que la cosa iba literariamente en serio, lo
supe más o menos a mis 17 años. Hasta entonces, todo había sido un poco de
juego y otro poco de pose. Creo que a aquella convicción me llevó algún poema
que ya no recuerdo y que prefiero no recordar, aunque suene a ingratitud. Lo
cierto es que en esa época supe dos cosas: que tenía un destino en la poesía y
que tenía que hacer todo lo posible para que eso fuera cierto.
2: ¿Cómo
te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad,
con las contrariedades?
SS: Con los fenómenos de la naturaleza me llevo
muy bien, salvo con el viento. El viento me desasosiega, los otros no. Me
encantan las tormentas de verano de Salta, que aparecen bastante en mis poemas.
Por otra parte, viendo llover se puede tomar un trago, o al lado de un río
crecido; en el viento, no.
En
cuanto a la sangre, me remite a un problema sanitario, así que es mejor dejarla
donde está: en las venas. En realidad, no me gusta ni como metáfora.
Sobre
la velocidad, si es la de un automóvil, depende de las prisas. Y si es
figurada, me gusta poco: siempre digo que me parece bien que la gente sea
rápida, pero no que se le vea la velocidad.
Y las
contrariedades, por definición son eso: prefiero que no lleguen. Y si llegan no
me ofenden tampoco: la vida está llena de contrariedades y hay que negociar.
3: “En
este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro
rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He
oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones?...
SS: Hubo algún romanticismo que consideraba al
poeta como intermediario entre la musa y el papel en blanco. Y esto es
claramente una exageración. Ahora que han desaparecido las musas, hay otro
abuso, el de creer que lo que haga el poeta será poesía, con lo que se confunde
poesía con auto expresión. En estos excesos está la idea de inspiración, que
sería un regalo que el poeta recibe por ser quien es. Esta concepción, tanto
del poeta como de la inspiración, no es la que frecuento.
Lo que
sí hay son imponderables, momentos de más lucidez, en los que se nos ocurren
cosas o soluciones que en otro momento no llegan. Estos momentos existen, y
posiblemente los tenga todo el mundo, cada uno en su materia. Lo que sucede
también es que hay quienes utilizan mejor esos imponderables, porque están más
capacitados, o más atentos, o porque saben más, o tal vez porque llegan a donde tienen que
llegar. Y esos son los buenos poetas. Un poeta trabaja para serlo y lo
consigue.
4: ¿De qué artistas te
atraen más sus avatares que la obra?
SS: En general, de ninguno. De un artista me interesa sobre todo su arte, no
sus avatares. Y si alguna vez curioseo, como todos, en esos avatares, es porque
están respaldados por los resultados artísticos. O los complementan.
5: ¿Lemas,
chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar?
SS: No soy muy de refranes, tal vez porque
siempre me han parecido un poco sabiduría de viejos, aun siendo un lector
asiduo de Don Quijote: un libro pródigo en refranes. En cuanto a armar frases,
es consecuencia de la relación con las palabras. El otro día me salió una frase
en una carta, que te la hago llegar: “Había
un tiempo en que para escribir poesía había que saber escribir poesía”.
6: ¿Qué obras artísticas
te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís
quedando, en estado de perplejidad?
SS: De lo primero, es decir estremecimientos, ya
hay poco. Esto me sucedió en mi juventud: por ejemplo, con César Vallejo, con Pablo
Neruda o García Lorca.
En
cuanto al asombro o la perplejidad, me ocurre bastante, a pesar de los
kilómetros de lectura que tengo necesariamente a mis años: con T. S. Eliot,
Carlos Drummond de Andrade, Borges, y muchos más.
El
Quijote, Francisco de Quevedo o San Juan de la Cruz son perplejidades
perpetuas.
7: ¿Tendrás por allí alguna situación
irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras
contar?
SS: El ridículo, si se trata de eso, es algo que
todos queremos evitar, sobre todo cuando es involuntario. No veo entonces la
gracia de recordarlo. Por otra parte, el peor ridículo es el que uno desconoce
de sí mismo; y de eso habría que preguntarle a otro, tratando de que no sea un
enemigo.
8: ¿Qué te promueve la noción de “posteridad”?
SS: Me remite a la muerte, así que prefiero
dejarla por ahora donde está.
9: “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te
aplastan?
SS:
Utilizo la rutina, y la aprovecho. A veces, hasta
la necesito, incluso para romperla. Y es una paradoja, porque no he llevado una
vida rutinaria, así que en realidad de lo que hablo es de obsesiones y de
viejas manías, como estar siempre leyendo o tener a mano una libreta de notas.
10: ¿Para
vos, “Un estilo perfecto es una
limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus
Barga? Y siguió: “…un estilo es una
manera y un amaneramiento”.
SS: Me gusta más lo de Stevenson, cuando dijo que el
estilo consiste en que todas las palabras de una página miren en la misma
dirección. En realidad, un estilo no se busca: se lo encuentra, y en general,
no es deliberado. Es la recurrencia de ciertos giros, de palabras, de manías, y
es finalmente lo que hace que exista, por ejemplo, lo kafkiano, lo borgeano o
lo cervantino (o mejor, lo quijotesco). Un estilo fuerte y reconocible es
propio de un gran escritor. Corpus Barga confunde estilo con manierismo.
11: ¿Qué sucesos te producen mayor indignación?
¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan
instantáneamente?
SS:
Indignación me producen muchas cosas: la violencia,
la injusticia, las dictaduras, las desmesuras del poder, tanto en lo público
como en lo privado. Pero quisiera mencionar algo de mucha actualidad, que no
llega a la indignación lo que me produce, pero sí a un enojo mezclado con
decepción: hablo de una vieja conocida nuestra, “la grieta”.
En Argentina no tienen prestigio los matices;
incluso no es bien visto el que matiza. Esta limitación es empobrecedora, y
produce algo peor: nos deja a merced de “los profesionales de la grieta”. Por
supuesto, me refiero a la grieta política, que está poblada de mala fe, y que
necesita de las dos orillas. Pero esto se repite en todas partes: literatura,
futbol, etc.
Para mí, pensar es matizar, mientras que la idea
maniquea de blanco o negro es la comodidad de las consignas, que eluden el
pensamiento por cuenta propia, y que me tienen harto. En la vida en democracia
tendría que ser obligatorio pensar y por lo tanto matizar, porque es lo que
permite llegar a consensos, y sólo con consensos se desarrolla una sociedad.
Pero estamos empeñados en no hacerlo, para beneficio de los que viven de la
grieta, que están en todos los oficios, y que abundan en política, periodismo,
entre los intelectuales y los opinólogos. Con el añadido de que en la grieta
todos terminan pareciéndose a lo mismo que critican. No tengo un sentido
angélico o ingenuo de la política ni de la vida, ya no tengo edad para eso, ni,
por supuesto, propongo que seamos equidistantes: hablo de que prefiero los argumentos a las
consignas y a los tópicos, el debate al discurso único; y esto no suele suceder
en nuestro país.
12: ¿Qué postal (o postales)
de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros?
SS:
Mi niñez feliz transcurrió en Salta, en una casa
con patios. Menciono los patios porque es algo que ha desaparecido de la
arquitectura actual. Gran parte de mi felicidad estuvo en esos patios con
canteros y macetas, con el olor del agua y de la tierra cuando los regaban por
la tarde. Y el toldo y las parras aplacando el solazo de las siestas del
verano.
De mi adolescencia recuerdo que fue tan complicada
como la de cualquier otro, contando con la protección relativa en la que
transcurrió la mía. Salta era por entonces, aunque no lo sabíamos, una ciudad
chica, penetrada por el campo. Los carros y los coches a caballo circulaban por
el centro de la ciudad, y también llegaban las vendedoras de quesillos y
tamales, a caballo y con las árganas cargadas. Y ya ves, de eso no ha quedado
ni la palabra árgana.
13: ¿En los universos de qué
artistas te agradaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras
elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como
personaje o de algún otro modo?
SS: La verdad es que no lo sé. Pero para elegir,
preferiría algo muy distinto a lo que conozco como, por ejemplo, haber peleado
en la Guerra de Troya y haber acompañado a Ulises en su viaje. No estaría mal ser
personaje de Homero, pero preferiría que los dioses no me cayeran en cuenta:
eso era peligroso.
14: El
silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la
desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías
lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido?
SS: De esa
enumeración, lo que necesito de verdad es el silencio. No sólo cuando escribo,
que finalmente puedo hacerlo en un café, sino simplemente para estar; el ruido
me irrita, como me irritan un poco hasta las palabras demasiado sonoras. Con el
resto de las cosas pongo un “depende”: la oscuridad no me molesta de noche,
pero sí de día; las sorpresas no me molestan si son buenas; el fervor si no es
excesivo, lo mismo que la gestualidad. Intemperancia y desasosiego no me gustan
nada y creo que no tienen el afecto de nadie.
15: ¿A qué artistas en cuya obra prime el sarcasmo, la
mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías?
SS:
Entre los que no han sido amigos míos, a Quevedo, a Miguel de Cervantes
en el Quijote. Entre los que han sido mis amigos, podría ser Joaquín Giannuzzi.
Les aparece de pronto un punto irónico, que a veces puede llegar al sarcasmo, y
que me parece propicio para el viejo latinazgo: “ridendo castigat mores” (“riendo,
enmendar las costumbres”).
En otro tono, deliberadamente humorístico,
recuerdo las dos ‘Antologías apócrifas’ de Conrado Nalé Roxlo, que son un
prodigio de “saber hacer”: impecables imitaciones de estilos, con un humor
insuperable.
16: ¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué
imprecisiones preferís?...
SS: No aprecio, en poesía, lo confesional, el
poeta que cuenta dónde y cuánto le duele; el abuso trivial de la primera
persona del singular. En cuanto a las imprecisiones, me gustan cuando
significan algo.
17: ¿Viste que uno en ciertos casos quiere
a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas
que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés”?
SS: Tuve que resolverlo cuando hice alguna
antología de la poesía del Norte: y lo he resuelto siendo honesto. Me resultó
muy comprometido por ser yo del Norte: tuve que incluir a un par de poetas que
no me quieren, ni yo los quiero; y a la vez tuve que dejar fuera a algunos
amigos. Ahí no valían ni el amiguismo ni el enemiguismo, sino que tenía que
opinar sin cargas emocionales. Es un problema serio, pero de problemas se nutre
todo, así que corresponde encararlos lo mejor posible. Sé que me pude
equivocar, no soy infalible, pero he usado mi criterio, que es el único que
tengo.
18: ¿El mundo fue, es y será
una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en
su tango “Cambalache”?
SS: No lo creo. Ese tango es buenísimo, pero no
creo en su filosofía. Puede sonar a paradoja, pero no lo es tanto. En general,
no creo en una cierta filosofía callejera que propaga el tango, que la
identifico como “el prestigio del fracaso”. Por ejemplo, “primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin
andar sin pensamiento”: me parece una secuencia atroz. Ese “andar sin
pensamiento” lo identifico con el infierno: algo a resolver, pero no a imitar
ni a proponer como un proyecto, como lo hace el tango. Y sin embargo “Naranjo
en flor” es un tango que me gusta. Son los escalones que separan a la estética
de la vida: no son la misma cosa.
19: Por
la fidelidad y entrega a una causa o proyecto, ¿qué personas (de todos los
tiempos y de todos los ámbitos) te asombran?
SS: Hay tres momentos de la humanidad que me
parecen ejemplares, a pesar de sus contradicciones: el siglo de Pericles, el
Renacimiento y la Ilustración. En esos períodos hubo gente como Sófocles,
Leonardo o Voltaire, entre muchos otros, que hicieron que la vida, y sobre todo
las expectativas, sean mejores que como las recibieron. Doy esos nombres en
representación de muchos.
20: ¿Qué
te hace “reír a mandíbula batiente”?
SS: Algunas bromas al estilo de Chaplin. Pero en
realidad mi risa, que existe y mucho, no es muy batiente.
21: ¿Cómo
afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos
o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal?
SS: Esa pregunta describe bastante la vida. Tener
un ideal es común; y sentir que no se lo alcanza, también. Como poeta, para
hablar de lo visible, uno tiene la esperanza de ser de lo mejor, y la realidad
no nos dice siempre lo que queremos. No estoy exponiendo una falsa modestia,
que suele ser más falsa que modesta, sino considerando lo que creo de mí y de
lo que he podido ser.
22: El
amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido
relacionando con esos tópicos?
SS: Soy y al parecer he sido, por temperamento y
convicción, bastante realista. Por eso mismo, he tenido momentos a favor y
momentos con el viento en contra. Brevemente, en amor me fue bastante bien; en
contemplación también, aunque sin exagerar; en dinero ni me ha faltado ni me ha
sobrado, con lo que estoy hablando de mi buena suerte; en religión comencé
siendo un católico muy creyente y fui derivando hasta mi actual descreimiento;
y en cuanto a la política, tengo una relación de opinante sin partido. Es
curioso, esto me pasa en Argentina, porque en mis largos años en Madrid me
sentí muy cómodo e identificado con el PSOE y trabajé como abogado en la UGT,
el sindicato del partido socialista. Al volver a Argentina, no pude encontrar
un partido como el PSOE, así que soy un socialista sin partido. Tal vez no sea
cómodo, pero es consecuencia de lo que expuse un poco antes: de mi intención de
pensar por cuenta propia y de no dejar a otro mi responsabilidad de analizar.
23: ¿A qué obras artísticas —espectáculos
coreográficos, films, esculturas, música, pinturas, literatura, propuestas
teatrales o arquitectónicas, etc.— calificarías de “insufribles”?
SS: Muchas cosas son insufribles, en todos esos
terrenos. Por ejemplo, la poesía catártica, además de que oculta un abuso del
yo, termina en puro narcisismo. Pero tampoco me ensaño, con no usarla me
conformo.
24: ¿Qué calle, qué
recorrido de calles, qué pequeña zona transitada en tu infancia o en tu
adolescencia recordás con mayor nostalgia o cariño, y por qué?...
SS: Son muchas las calles a las que me gustaría
volver, situadas en varias ciudades, y a las que quizás alguna vez vuelva. Pero
hay unas a las que ya no será posible: las calles de una Salta que existió y
que ha desaparecido. Aclaro que no es nostalgia, con su etimología peligrosa de
regreso doloroso, sino más bien simple remembranza. De cuando el tamaño de la
ciudad la hacía transitable a pie, y en poco más de media hora estábamos en el
río; de cuando terminaba la ciudad y empezaba el campo, sin esa zona terrible
que ha crecido en todas las ciudades, de viviendas precarias y carentes de
todo. Y, en fin, de cuando tenía toda la vida por delante, que es seguramente
la clave de cualquier remembranza. También digo, a cambio de eso, que Salta ha
crecido bastante bien, me gusta caminar por la ciudad actual, llena de energía
y variada, a tono con la época.
25: ¿Cómo
reordenarías esta serie?: “La visión, el
bosque, la ceremonia, las miniaturas, la ciudad, la danza, el sacrificio, el
sufrimiento, la lengua, el pensamiento, la autenticidad, la muerte, el azar, el
desajuste”. Digamos que un reordenamiento, o dos. Y hasta podrías intentar,
por ejemplo, una microficción.
SS: Lo que haría, y es lo que hago con mucha
frecuencia, no es una microficción que nunca he practicado, al menos
conscientemente, sino acudir con todas esas palabras a un diccionario
etimológico. Ahí sí que se esconde una cantidad enorme de relatos apasionantes,
que acompañaron a la humanidad en nada menos que en su construcción social.
26: “Donde mueren las palabras” es el
título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por
Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras?...
SS: De las palabras puede decirse todo, hasta que
mueren. Y entre otras cosas, hay que decirlo con palabras. La paradoja es que
para saber que una palabra ha muerto hay que usarla, si no, no hay manera de saberlo.
La palabra péñola ¿la damos por muerta? Mientras siga en el Quijote seguirá
mandando alguna señal.
El
hecho de que no la usemos no es más que un hecho, no una ceremonia fúnebre. En
todo caso, lo que sí es cierto, es que hay cosas que, para decirlas, no se
encuentran palabras. Hay otros lenguajes, sin palabras, que son tan válidos
como las palabras; y a veces más. Pero un cementerio de palabras, que
seguramente existe en cualquier idioma, es siempre provisorio, hay que saber
que todas mantienen por las dudas un ojo abierto.
27: ¿Podés disfrutar de
obras de artistas con los que te adviertas en las antípodas ideológicas?
¿Pudiste en alguna época y ya no?
SS: He podido y puedo. Siempre he separado
ideología de resultado artístico. Nos pasó famosamente con Borges, con quien
estar en desacuerdo era inevitable. Durante un tiempo no querían leerlo ni
algunos sectores de la izquierda, ni la derecha nacionalista, ni el peronismo
en general, y cuando lo leían era para demolerlo. Con el tiempo se pusieron las
cosas en su sitio, para beneficio de todos.
Ahora pasa
algo parecido con Mario Vargas Llosa, sectores de la izquierda no quieren
leerlo por sus declaraciones políticas. Yo reconozco que me fastidia, por
ejemplo, su deslumbramiento por las multinacionales, ¿pero no voy a leer por
eso “Conversación en La Catedral”, o “La orgía perpetua” sobre “Madame Bovary” de Flaubert, o “La fiesta del chivo”, una
novela extraordinaria que es una denuncia brutal contra las dictaduras
latinoamericanas?
Y desde la
otra orilla, puede pasar con Neruda: tiene poemas de alabanza a Stalin
o al “ángel de Comité Central”; ¿y en consecuencia no habría que leerlo?
¿O no vamos a leer “Viaje al fin de
la noche” porque Céline era nazi?
Sobre esto, se podría hacer una larga lista, empezando por Virgilio, que
pertenecía al grupo más próximo de Augusto, y que escribió el primer libro de
encargo para mayor gloria del emperador y del Imperio Romano. ¿Habría que no
leer por eso “La Eneida”?
Uno puede decidir, con todo derecho, no leer a un escritor; pero me
parece una equivocación que la causa sea ideológica. Son autolimitaciones con
las que no estoy de acuerdo, y que son consecuencia, no de una ideología, sino
de su distorsión. Si una ideología nos limita la inteligencia, quiere decir que
estamos usando mal las dos cosas: la ideología y la inteligencia.
28: ¿Cómo te cae, cómo procesás la
decepción (o lo que corresponda) que te infiere la persona que te promete algo
que a vos te interesa —y hasta podría ser que no lo hubieras solicitado—, y
luego no sólo no cumple, sino que jamás alude a la promesa?
SS: La verdad es que, sin ponerme en sarcástico,
ya me he acostumbrado. Esa es una conducta que es imposible no conocer si se ha
vivido mucho. Hay una excusa frecuente, que unas veces es tácita y otras
enunciada de muchas maneras, que podría sintetizarse así: “Disculpame, necesité
hacerlo”. Es el principio de necesidad aplicado a alguna fallada.
29: No concerniendo al área
de lo artístico, ¿a quiénes admirás?
SS: A muchos. Galileo, Darwin. Montaigne,
Mandela, Juan Bautista Alberdi,
Domingo Faustino Sarmiento, gente que ha tenido la tozudez y la
capacidad para enfrentarse, por las mejores razones, con los sólidos muros del
prejuicio y la ignorancia.
30: ¿Tus pasiones te
pertenecen o sos de tus pasiones? Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido consiguiendo,
en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación?
SS: No sé por qué, el uso de la “pasión” (que
suele ir entre signos de admiración, se vean o no), ha derivado en cierta
justificación de la teatralidad de uno mismo, y me resulta un poco molesto. Las
pasiones existen, por supuesto, pero hablar de ellas me suena a bolero. Sin las
pasiones faltaría un condimento importante; es imprescindible que existan, pero
me parece bien combinarlas con algunos valores antiguos, como la discreción,
cierto pudor para mostrarse, disimular al narcisista que todos llevamos puesto.
Creo y mucho en el entusiasmo, que me fomento; y descreo de la gestualidad, que
me molesta bastante: suelen servir para la auto exaltación.
31: ¿Qué artistas
estimás que han sido alabados desmesuradamente?
SS: Muchos, y sin embargo no me molesta la
sobrevaloración de un artista sino lo contrario: el olvido; sobre todo si es
programático y rencoroso, como pasa muchas veces.
32: ¿Acordarías,
o algo así, con que es, efectivamente, “El
amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito
lindo” de Luisa Futoransky?
SS:
Por suerte, no. Existe el simétrico, y me tocó
conocerlo.
33: ¿El
amanecer, la franca mañana, el mediodía, la hora de la siesta, el crepúsculo
vespertino, la noche plena o la madrugada?
SS: Mejor la tarde que la mañana. Por la mañana
suelo estar ficticiamente lúcido; por la tarde mejoro. Y como dijo Hemingway
(siempre un poco fanfarrón, pero esta vez decía una verdad), la noche es otra
cosa.
34: ¿Qué dos o tres o cuatro
“reuniones cumbres” integradas por artistas de todos los tiempos y de todas las
artes nos propondrías?
SS: Si es de todos los tiempos, que por lo menos
no falten Homero, Platón, Kafka, Borges, Flaubert, y varios más. El problema
que veo es que yo no estaría ahí ni sirviendo las copas, así que no podría ni
hacer la crónica.
Y es
posible que una reunión como esa termine en fracaso. Hay un precedente que
viene al caso. Un matrimonio de ingleses reunió a comer en un hotel de París a
Pablo Picasso, Ígor Stravinski, Marcel Proust y James Joyce. Proust llegaba del
teatro y comentó que había estado oyendo a Beethoven; Stravinski le contestó
que no soportaba a Beethoven; y cuando Proust aclaró que se trataba de los
cuartetos, Stravinski respondió que eso era lo que más odiaba de Beethoven.
Joyce se dedicó al pernod y no dijo ni una palabra, y Picasso comió rápido y se
fue. Y así fue esa cena inolvidable para los que la propiciaron, pagaron y
luego contaron. Egos demasiado grandes para una sola cena.
35: Seas
o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...
SS:
Acabo de leer en una carta de Raymond Chandler, que
el ajedrez era para él el más grande desperdicio de inteligencia después de la
publicidad. Creo que exagera, pero la verdad es que soy muy poco ajedrecista.
Hablo sobre todo de lo simbólico: soy muy poco estratega, así que no sé cuál es
mi partida actual, salvo salir vivo y más o menos bien de la pandemia.
*
Cuestionario respondido a través
del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Santiago
Sylvester y Rolando Revagliatti, julio 2020.