Jorge Etcheverry
Al despertar estaba en una pieza sombría que daba a un jardín con un decorado medio cursi, con unos ángeles como de yeso, una fuente con unos encajes casi rococó, seguramente imitación mármol. Además estaba muy descuidado, lleno de maleza. Parece que me había orinado y me dolía la parte interior de los codos. Levanté el brazo trabajosamente y pude ver cerca de la muñeca un sinnúmero de pequeños puntos rojos y morados, otros que ya eran minúsculas manchas blancas. Al sentarme en el lecho me dieron vahídos. Me incliné hacia el costado de la cama, con una urgente necesidad de vomitar. La cabeza me dolía, me daba vueltas. Había en el suelo una cantidad de jeringas hipodérmicas y pedazos sucios de algodón, como con sangre seca. Al lado del lecho, una muchacha rubia, delgada, me miraba con alarma en los ojos. Me levanté con esfuerzo. Tenía el cuerpo acalambrado. Estaba mareado. Me agaché para buscar mis zapatos. Me apoyé con la yema de los dedos en la alfombra negra buscándolos y la miré de reojo. Ella lanzó un grito, trató de huir, pero se resbaló. Yo di un manotón, más bien para sostenerme. Sin darme cuenta bien la agarré del pelo. Un un río de fuego pareció circular al interior de mis venas. Me senté en el piso, donde estuve largo rato, sin poder moverme. Sentía una pulsación sincopada. Los latidos del corazón trataban de eruptarme por las sienes. Traté de levantarme otra vez pero me caí. La tercera vez me apoyé primero con las manos y me fui levantando lentamente. Ella estaba llorando encuclillada en el piso. Me sentía ahogado, me faltaba la respiración, había un olor a encierro y a orines secos y transpiración en el cuarto. Si no salía de ahí me iba a desmayar, o me iba a dar un ataque, una convulsión, algo. Como pude y a trastabillones salí de la casa, pateando la puerta, ya que no pude abrir el cerrojo porque me temblaban las manos. Me acuerdo de haber roto un florero, estrellándolo de un manotón contra el piso. Luego salí, caminé unos pasos antes de volver la cabeza. No había puerta, un muro gris cubría toda la extensión de la cuadra. Un montón de papeles de diario y jirones de trapo adosados contra el muro delineaban casi una figura humana.
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