Jorge Etcheverry.
Levanto mis ojos por un momento de la rabia y consternación
de lo que sucede, no tan solo en mi país, sino en gran parte del mundo, para
hacer una afirmación tan cierta como polémica. Greta Thunberg estuvo en Yukón,
en 1898, según esa foto que acaba de aparecer en los medios, y que es más o
menos cuando se pierde su rastro en Europa. Esto último lo sé por una fuente
tan envidiable como indifundible. Lo envidiable, porque ¿hay algo más
envidiable que la encarnación misma de lo que uno siempre quiso y no puede
ser?. Aunque la palabra “siempre” en mi caso, es más una metáfora. No así para
otros. Lo indifundible porque esa misma persona, si así se la puede llamar, me
ha hecho prometer discreción absoluta. En muchos casos, se dice que maestros, profetas, etc., no
mueren o son arrebatados o perviven como José Bálsamo y Cagliostro, que
aparecen como personajes en las novelas de Dumas, ese gran cronista de su
época. O el Conde de Saint German, o Ahasverus, el judío errante. Quizás en la
raíz de todo lo espiritual haya un deseo de sobrevivir, de alguna manera. Mis
muy lejanos devaneos con organizaciones iniciáticas, ocultistas, como se
llamen, o personales, terminaron cuando caí en la cuenta de que lo que me
interesaba era la inmortalidad literal y los poderes extraordinarios concretos.
Un poco fáustico, demoníaco y troglo a lo mejor, quizás respecto a la gente de
mi familia, bastante longeva pero con la cabeza muy sólidamente puesta sobre
los hombros, a pesar de los casos de esquizofrenia que se dan uno por
generación. Y volviendo a los maestros, se suponía que su trabajo espiritual
debería repercutir en la duración física, pero parece que en los contemporáneos,
excluyendo a esa persona a la que me refería en el comienzo, no se da este caso.
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