Friday, April 21, 2023
En "Seis poetas universitarios". Santiago, 1965
Tuesday, April 11, 2023
10 poemas de Rolando Revagliatti de su libro ‘Infamélica’:
Rolando Revagliatti
El monstruo
¿Me recordás
monstruoso
avasallándote
mudo
y silenciándote?
Se fue
Cuando se fue
se fue por esa puerta
Tardó esa puerta
en cerrarse
Tanto tardó como yo
tardé en decidir
y ejecutar la acción pertinente
Tardé, pero lo hice
Sucedió
Obtuve encierro
al irse.
Neurótico
Melina es rica
Yo
me la como
pero
NO me cae bien
Es rica
No ceso de comérmela
No cesa de NO
caerme bien
aunque
es rica.
La Corona complica
Esquivaría las formalidades
como un mortal cualquiera
si no tuviera que adiestrarme para Rey
La enoja mi recelo
a la nueva delfina de Francia
No sabría qué hacer con esa rubia
Prefiero al herrero con el que lucho
Es más fuerte que yo
Y me enseña.
Daría lo que soy, etc.
Nadie
ha querido jamás
tanto a Analía
como yo la quise
casi
Soy
quien ha batallado inclaudicablemente
en pos de la obtención de las más altas reivindicaciones
casi
Daría mi fortuna
y hasta la propia vida
apenas me las reclamaran
para justas causas
casi
Analía
me ha querido tanto
tanto, pero tanto
como yo la quise
casi.
Introito
¡Tengo tantas cosas
estúpidas para decirte!
A tu volubilidad
exasperada
mi barniz lechuguino
le otorga una proyección
conservadora
Beberás
el transparente néctar
de mi inconsistencia
con la deliciosa imprecisión
de tu ansiedad
parasitaria
Confío en que
me captarás
perfectamente.
Así me atraes
Incoercible como mi atracción por los desfalcos
a las mega-empresas privadas del Imperio
Irrefrenable como mi fascinación por los sabotajes
y variopintos atentados a las instituciones
públicas del Imperio
Así me atraes y así me fascino
No te prives de instalarme en tu vida
privada
¡mujer, mujer!
pública.
Frente
Mordisqueo tus labios de frambuesa
atrapo el lóbulo de tu deliciosa
orejita derecha
y así
incitado
beso
con extrema dulzura
tus dos dedos de frente.
¡Me lo tenías que decir!
Nunca pude
con alguien
que me lo diga
Ahora
ya
no
se
(me)
produce
Ahora
ya
no
llego
¿Por qué tenías que decirme tanto?
Especialista
Soy un reconocido especialista
en eso de hacer sufrir
a las mujeres
por lo cual me requiere
sólo una pequeña infinidad
de mujeres ansiosas
por cierta manera
acaso
no tan especialísima
de sufrir.
Tuesday, April 4, 2023
Crónica de la urbe vestigial
Jorge Etcheverry
Los hombres caminaban con paso seguro, evitando las pozas de agua. Se cubrieron la boca como pudieron, con tiras, harapos y pieles, para evitar la evaporación. La temperatura subía, haciendo nacer un olor dulzón, acelerando el proceso de descomposición de los elementos orgánicos, los montones de basura, las ratas ahogadas, que flotaban en los charcos, los hoyos llenos de agua. Un hombre levantó el anguloso rostro, sin suprimir totalmente la curvatura de la espalda. Su enteca nuca dolicocéfala se asomó por encima de las de sus compañeros. Si la temperatura seguía subiendo, soplaría después el viento, hasta bajarla. Eso significaba más derrumbes, el anegamiento de cuartos de cultivo. Las nubes se retirarían llevadas por el viento, y con el sol llegaría el frío. El viejo se apartó del grupo luego de interrumpir su conversación con Abel, y se metió por una calle lateral. Un ruido sordo estalló a su derecha. Una nube de polvo se levantó unas cuadras más allá, en la misma calle. El hombre dio vuelta la cabeza. Otro derrumbe. Cada vez eran más frecuentes los claros, a veces de manzanas enteras, en la ciudad. Los hombres ahora discutían, levantando las manos. Unos eran partidarios de seguir caminando, hasta llegar al centro, para efectuar la transacción, esperar otro día podía significar la llegada definitiva del invierno, con todas sus dificultades. Los otros eran partidarios de enterarse primero de las consecuencias del derrumbe. Era imperativo ayudar a los vecinos, sacar de los escombros a los heridos y a los muertos, remover las cebollas y los tubérculos, aprovechar lo útil que hubiera dejado al descubierto el derrumbe. Al final, como siempre, Abel fue el que dijo la última palabra, y los hombres se encaminaron hacia el lugar, aún rodeado de una espesa capa de polvo flotante, que se metía en las narices de los vecinos, en sus bocas, haciéndolos estornudar y toser. Los hombres y las mujeres se afanaban entre el polvo, algunos ya arrastraban un bulto inanimado y ya semi endurecido, que dejaba una estela de sangre. Otros separaban trabajosamente trozos de vigas de madera, molduras de yeso y ladrillos enteros.
La poesía de Claudia Ainchil
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