Jorge Etcheverry
Los hombres caminaban con paso seguro, evitando las pozas de agua. Se cubrieron la boca como pudieron, con tiras, harapos y pieles, para evitar la evaporación. La temperatura subía, haciendo nacer un olor dulzón, acelerando el proceso de descomposición de los elementos orgánicos, los montones de basura, las ratas ahogadas, que flotaban en los charcos, los hoyos llenos de agua. Un hombre levantó el anguloso rostro, sin suprimir totalmente la curvatura de la espalda. Su enteca nuca dolicocéfala se asomó por encima de las de sus compañeros. Si la temperatura seguía subiendo, soplaría después el viento, hasta bajarla. Eso significaba más derrumbes, el anegamiento de cuartos de cultivo. Las nubes se retirarían llevadas por el viento, y con el sol llegaría el frío. El viejo se apartó del grupo luego de interrumpir su conversación con Abel, y se metió por una calle lateral. Un ruido sordo estalló a su derecha. Una nube de polvo se levantó unas cuadras más allá, en la misma calle. El hombre dio vuelta la cabeza. Otro derrumbe. Cada vez eran más frecuentes los claros, a veces de manzanas enteras, en la ciudad. Los hombres ahora discutían, levantando las manos. Unos eran partidarios de seguir caminando, hasta llegar al centro, para efectuar la transacción, esperar otro día podía significar la llegada definitiva del invierno, con todas sus dificultades. Los otros eran partidarios de enterarse primero de las consecuencias del derrumbe. Era imperativo ayudar a los vecinos, sacar de los escombros a los heridos y a los muertos, remover las cebollas y los tubérculos, aprovechar lo útil que hubiera dejado al descubierto el derrumbe. Al final, como siempre, Abel fue el que dijo la última palabra, y los hombres se encaminaron hacia el lugar, aún rodeado de una espesa capa de polvo flotante, que se metía en las narices de los vecinos, en sus bocas, haciéndolos estornudar y toser. Los hombres y las mujeres se afanaban entre el polvo, algunos ya arrastraban un bulto inanimado y ya semi endurecido, que dejaba una estela de sangre. Otros separaban trabajosamente trozos de vigas de madera, molduras de yeso y ladrillos enteros.
No comments:
Post a Comment