Jorge Etcheverry Arcaya
El otro día el Lucho me citó a un Starbucks
que está donde antes había un Bridgehead, en Elgin. Cuando llegué ya estaba
sentado, cosa rara porque siempre llega atrasado. En pocas palabras y acuciado
por problemas económicos—quién no—había decidido a postular a una beca para
escribir del Consejo Canadiense de las Artes y quería mi consejo. El mejor
cirujano es el más rápido, dice el proverbio chino, así es que entré en
materia: “Mira, el problema es que con eso que escribes es difícil que te den
plata, es muy rarete, está muy bien eso de la literatura fantástica, la ciencia
ficción, la poesía de vanguardia, así en teoría y no mucho por estas latitudes
tampoco. Pero tú y nosotros somos emigrantes, newcomers, a los del Consejo y no
tan solo a ellos, les interesa en
lenguaje clarito para el lector flojo de estos tiempos, un documento de las
pellejerías pasadas para adaptarte al nuevo país, lo que se llama el “proceso
de aculturación”, o situaciones dramáticas en tu país de origen, de donde
tuviste que salir abriendo, si eres refugiado. Pero en tu caso ni así. No tenís
facha de latino. No padeces o padeciste persecución por motivos étnico s o
religiosos, por creencias políticas sí, pero hace harto tiempo y esas creencias
nunca van a ser muy populares, menos ahora, ya que todavía muchos creen nos
comemos a los niños. Eres además muy hetero, pero a lo mejor hay algún fondo
por ahí para los escritores viejujos como tú, como yo, tendrías que averiguar”.
Al Lucho se le vino el alma a los pies, de lástima lo invité a un café latte y
una nanaimo bar, y ligerito el azúcar en el sistema lo tiró parriba y
empezamos a hablar de otras cosas.
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