Jorge Etcheverry
Vemos en la pantalla una película retro una rubia de los años veinte y ropa interior negra retozando en su cama rosada en forma de corazón. Sacando la lengua entre los labios también rosados, pero absolutamente inconquistable y muy caprichosa
Sabemos de la enorme e insaciable sexualidad que anida en ese cuerpo (casi) adolescente
No entendemos ni la base ni la lírica de esa música que ella escucha y que quiere hacer que se muevan nuestros pies y golpeen nuestras manos, una contra otra
Y nos hace sentir hambre y distancia
Cambiamos de canal ahora seguimos acostados viendo en la tele a esa ciudad contaminada y moderna, colonial y somnolienta. Sin embargo enorme y pululante
Acunada por gallos y gorriones, de calles recorridas por manadas de perros y vigiladas por soldados y policías de cien distintas agencias de seguridad
Desde el este y el oeste
Que fueron para nosotros (y el que habla) solo determinaciones geográficas aprendidas en los textos de historia del país en las escuelas: Una cordillera muy alta por un lado. Otra más chica por el otro, tras de la cual se esconde el mar
“El sol brilla para todos” dice el maestro del conformismo. ¿Quién puede asegurar que posee la verdad? La única garantía reside—a la postre en uno mismo. Eso es incomprobable. Afuera las masas lo desmienten.
tte C Turcot
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