Jorge Etcheverry
Si tú me hubieras encontrado en mitad de la noche, cuando caminaba por la calle San Diego a la Alameda a tomar el metro, quizás te hubiera llamado la atención mi aspecto desamparado de soñador (todavía joven). Esta vocación por el conocimiento y el estudio, en un sentido amplio, la sienten los entes que sueñan y leen y que, como yo y quizás como tú, lector o lectora, venimos de hogares por lo menos de la clase media, es decir, nos podemos dar el lujo de posponer por unos años nuestra triste entrada a un mercado de trabajo cada vez más exigente y con menos recompensas, mientras nos quemamos las pestañas en toda clase de estudios, hasta que algo nos hace mirar, o mejor dicho caer, dentro de la así llamada vida concreta. Entonces sentimos ese impulso que ya no nos abandonará jamás. El impulso de la búsqueda, que no es el del mero conocimiento. Hace unas décadas, un joven del barrio alto, descendiente de extranjeros, salió un día de su casa. Lo que le sucedió es algo que no podemos conjeturar. Luego la gente podía verlo, plantado a toda hora y todos los días en las esquinas del centro, saltando, zapateando y vociferando el Evangelio de San Juan. Así he tenido ocasión de verlo, solo, o rodeado de unos cuantos discípulos o espectadores, bajo la lluvia o el sol, innumerables veces. Y era necesario perderse en estas consideraciones preliminares ya que tú seguramente, como todos los señalados, eres, como decía, un ser débil y libresco. Para ti estas cosas deben buscarse en el Oriente o en libros raros y añejos, como La clavícula del hechicero, el Tetragrámaton, el Necronomicón del árabe loco Abdul Alzahred o el Libro Apócrifo de Azhmán y El Falso Profeta de Méndez-Roca. Y estoy casi seguro de que estarías dispuesto a gastarte tus escasos recursos, si los tuvieras, en un viaje turístico pagadero en mensualidades por el cercano Oriente.
No comments:
Post a Comment