Wednesday, December 15, 2021

Testimonio de transacción artística interrumpida por gallego

Jorge Etcheverry Arcaya

Me levanté de la mesa y fui al baño, estaba haciendo frío otra vez, en este invierno que se había tomado un recreo pero ahora volvía con ganas, de ahí las ganas de mear. Cuando volví Jorge estaba sentado en la mesa, pero en un diálogo más o menos agitado con una niña oriental muy parecida a una asistente de una mujer eurasiática (creo que así se dice) de la banda de asesinas de Carradine en Kill Bill. A fin de cuentas Jorge le hizo entender que la estaba mirando a ella como tal, pero por supuesto que sí, bastante, no lo negaba, él, viejo y con hábito de mirar a las mujeres, cosa que reconocía que no era de estas latitudes y menos de estos tiempos. Pero le dijo que además, o principalmente, estaba mirando sus tatuajes, bastante pasables, que se deslizaban por su corvas delicadamente y se perdían en los botines. Ella le dijo que no lo podía creer y él le había mostrado sus monos en un blog que tiene y a la niña le habían gustado unos dibujos lineales, pero le dijo que eran muy complicados para ser pasados a la piel, pero eligió uno. Pero Jorge le dijo que no sabía qué hacer para pasar de la pantalla a la realidad con los monos, aparte de imprimirlos en alguna impresora, así es que ella podía elegir lo que quisiera. “Soy como La Polar”, dijo, “Llegar y llevar”, o si quiere “Agarra Aguirre”, palabras proferidas en medio del resto de su verborrea de un inglés con acento pero bastante aceptables, y la niña no entendía, claro, esos don dichos de sus país y de hace décadas, pero que le preguntaba si podía firmarle el dibujo que había elegido y una pintura hecha con un engine, pero bastante buena que ella iba a poner en una tela, una cosa como fotografía, pero él le dijo que no sabía cómo entrar y que ella pusiera sus iniciales en una esquinita del mono si quería. Y yo estaba parado, no me atrevía a sentarme para no joderle el panizo a Jorge, pero después del minuto y algo se dieron cuenta de que yo estaba parado al lado, ella se dio vuelta a seguir conversando con su amiga y yo me senté en una de las dos sillas sobrantes, y no me fijé cuando se sentó el gallego, que en realidad es otro argentino que es profesor de filosofía, o era, en su país.
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