Sunday, January 29, 2023

Anglosajones, aborígenes, mestizos

 Jorge Etcheverry Arcaya

Parece que fuera universal el atractivo que nunca deja de despertar entre las mujeres el macho recio, bien provisto de músculos y pelos, de mandíbula cuadrada, vociferador y sudoroso, de espaldares anchos y manos toscas y gruesas. La codicia erótica y sentimental que este tipo de hombre produce entre las mujeres adquiere dimensiones míticas no tan sólo en Norteamérica. Además, ¿Qué podría ser más funcional en esos países formados a partir de la mano de obra (manpower), prestigiada e impuesta por la religión protestante, y que se manifestó históricamente y aun se manifiesta en innumeras talas de bosques, remociones de rocas, (a veces profundamente enterradas en la tierra) dragados de pantanos y construcciones de vías férreas, además de la doma de interminables y salvajes rebaños de potros, el igualmente vasto exterminio de manadas de bisontes que otrora cubrieran las praderas?. El indio, por lo contrario, era siempre cuidadoso en sus carnicerías. Vigilaba escrupulosamente y con exactitud lo que en boca de un ecologista podría expresarse como la proporción entre la cantidad de recursos naturales y las necesidades globales de la población. Lo que no impidió que los sajones, antes y arriba descritos (o quizás no), enarbolando sus  biblias y sus winchesters y máuseres los borraran casi de la faz de la tierra, casi un siglo antes de las primeras manifestaciones ecológicas. Es un hecho reconocido que los españoles, no siempre en forma fácil, se mezclaron con los aborígenes. En términos generales, la población de la parte sur del continente ha ido adoptando rasgos faciales y corporales mestizos, lo que hace que un niño de apariencia caucásica, de facciones delicadas, sea siempre notorio en nuestros medios.

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