Jorge Etcheverry Arcaya
Para promover cualquier plan digamos moderado que haga más soportable para las mayorías las penosas circunstancias de la existencia, nuestra mentalidad pone como objetivo final una dorada utopía que a lo mejor e implícitamente sabemos que nunca va a llegar. Para que los caballos que somos andemos y tiremos la carreta se nos tiene que poner una zanahoria delante de las narices.
Una mentalidad así la prefiguran—o quizás actualizan—las máquinas virtuales contemporáneas que evolucionan minuto a minuto bajo nuestros dedos y nuestras pupilas. Ese tipo de mentalidad es la que se deja entrever en esta traducción que hice de la traducción que a su vez hizo Yusuf de la traducción o versión del Necronomicón de Abdul Alzhared. Si se acepta el carácter remoto de esos textos, podemos suspender el juicio sobre su origen — producto de inimaginables monstruos astrales—después de todo hay creaciones humanas tan espectaculares como el Manuscrito Voynich, que me parece haber ya mencionado en estas páginas—.
Pero nos quedamos en este caso con un texto que representa una mentalidad que opera sin las películas o zanahorias que hacen funcionar a los humanos, que les insufla entusiasmo. El Necronomicón es fruto de entidades que operan y planifican eficazmente sin ilusiones ni alucinaciones. Los supuestos redactores de este antiquísimo texto y la mentalidad que anuncian las modernas computadoras se dan una fría mano a través de las edades.
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