Jorge Etcheverry Arcaya
Por lo que se puede colegir por esa especie
de diario, la segunda noche que el joven pasó solo habría sido todavía más
intranquila, y de esto no hay otra constancia que la de los detalles que se
entregan en el documento mencionado, que como digo forma parte de unas notas de
indudable carácter autobiográfico. Los datos se pueden corroborar con posteriores
entrevistas registradas al sujeto, y con otras grabaciones efectuadas sin
conocimiento del individuo, no tanto las de la policía, sino sobre todo las del
personal médico y los psiquiatras. Las
notas mencionan diversos hechos factuales, como el aserrar sin tregua de los
grillos y el maullar de los gatos del sector que se disputaban a una gata rubia
y arrepollada por los tejados, y que afirma, no lo dejaban dormir. Estaba cayendo por fin en un sopor con las
primeras luces del alba cuando lo despertaron unos ruidos casi al frente mismo
de la casa. Dice que al comienzo se
quedó quieto, casi sin respirar. Cuando
sintió el estampido, seguramente un disparo, y las carreras, se despabiló y
corrió hacia la ventana. Apartando la cortina con el índice pudo ver unas
siluetas inidentificables que parecían debatirse luchando en el medio de la
calle. Algo, seguramente un proyectil,
zumbó sobre una cabeza. Unas figuras
fugitivas efectuaban otros disparos, cuyos fogonazos estocaban la noche que
retrocedía ella misma como arrancando de las primeras luces del alba, y que por
los gritos que siguieron parecía que habían dado en el blanco. Otro grupo de sombras, que habían estado
comenzando a juntarse, se deshizo, corriendo las siluetas cada una para su
santo. Bajo el farol de la esquina yacía
una figura boca abajo. Ya se comenzaban
a abrir las ventanas del vecindario. Él
por supuesto se abstuvo. Para mirar le bastaba con hacer a un lado el visillo
con el dedo índice. El coronel en retiro
de la casa del lado salió a la calle con un desparpajo fruto de años pasados de
impunidad y seguridad, oscilando sobre su panza y esgrimiendo una grosera
linterna, que desparramaba a diestra y siniestra su insolente haz de luz sobre
las penumbras claudicantes de la noche que se alejaba. El joven escribe que en una de sus recorridas
el haz de luz dio de lleno sobre su ventana, haciéndolo saltar a un costado.
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