Jorge Etcheverry
Fue en esos tiempos de las visitantes, esas mujeres chicas que el mismo Goyo decía habían aparecido de repente y que no se sabía si eran extraterrestres o ya estaban entre nosotros desde tiempos ancestrales, pero que sí tenían un enorme e imprecisable poder del que muy pocos eran conscientes. Eso decía antes de que empezara a tomar la pastilla. En una de esas sesiones y controles médicos a que yo también asistía por una condición temporal fue donde conocí al Goyo, un artista latinoamericano llegado hacía algunos años que se había obsesionado con cierto tipo de arte, el de Ensor, Bresdan, Redon, Bosh, Brueghel, las ciudades perplejas de Piranesi, las tiras cómicas de Druillet (que fue el que hizo el póster de Quest for FIRE, cuyo estreno tuve la suerte de ver en París hace bastantes años), Gigier, que concibió el Alien de la película homónima, pero sobre todo con los sueños de Goya, claro que esta obsesión era parte central de su cuadro clínico (así se dice). A veces tenía pesadillas de las que se despertaba gritando y bañado en sudor. Otra veces no podía dormir nada, y se pasaba la noche haciendo dibujos y pintando, con bastante talento, pinturas inquietantes, una de las cuales me regaló, bastante impresionante, pero que en ese entonces yo ponía dada vuelta contra la pared. Ahora ya no me afecta tanto.
Por supuesto que no tuvo éxito en sus intentos
de conseguir plata con los organismos de financiamiento de las artes que no voy
a nombrar, ya que alguna vez espero que me suelten algunos morlacos por estos
textos que gentilmente me publica en esta página mi amigo Jorge, él mismo un
poco aficionado a la plástica. Pero sus frecuentes solicitudes, así como sus
diligencias para una exposición se topaban con las limitaciones de lo que en
estas latitudes se considera como arte, pocas y claras ideas centrales que no
confundan y que puedan ser agarradas al vuelo por cualquier espectador
ocasional (un poco lo que llaman ‘arte conceptual’), buenos materiales, caros,
una ejecución limpia, con colores si se puede brillantes. El Goyo concedía, eso
sí, que se estaba produciendo una revolución de las artes decorativas en
Canadá. Entonces, ya más tranquilo se instaló un blog donde pone sus cosas, con
bastante éxito en otros países, aunque no le reporte platas. Y así ahora que
puede tomarse una que otra vez su cerveza se viene a veces a este restaurancito
con otros miembros de esa fauna a quienes les digo que siempre pregunten por mí
cuando llegue, aunque ya me hayan visto, para que me sigan aceptando con la
premisa de que les llevo clientes.
Así es el Goyo como llega a veces con la Guagua
que ahora ya no trabaja de estriptisera sino que en un restaurante de Hull
bastante bueno, donde es la única parte de la ciudad donde he podido comer un
filet mignon de cheval y donde ella dice que hace más plata en propinas de lo
que sacaba empelotándose. Y junto con ellos viene también un escritor, poeta,
prosista, crítico, cronista, que ha incursionado en el cine, la traducción, la
enseñanza, la plástica, la edición y la política, multifacético personaje al
que le dicen “el mosca”, por que las moscas tienen ojos multifacetados y que el
otro día nos trataba de explicar la antipoesía, que según él se trataba
básicamente de una cosa de contexto y salió con este ejemplo. El dicho tan
común “ni corto ni perezoso” es bastante universal en la lengua castellana.
Pero si le ponemos un título ‘x’ va a cambiar, se va a “recontextualizar” como
decía él, en otro cosa totalmente diferente, a saber:
El miembro
ideal
Ni corto
Ni perezoso
Y lo pongo a manera de ejemplo, aunque pueda
ofender, aprovechándome quizás de los últimos momentos de libertad de la
internet, que el director de esta página dice que tiene los días contados. Se
dice que este poema ya había sido difundido, y con bastante interés, por los
miembros del taller Filorte, que se autodefine en su mandato como “una
organización cultural de base de afirmación genérica masculina” y que pretende
defender a sus miembros del --para ellos-- opresivo feminismo en Norteamérica.
Bueno. Sin comentarios. Y me olvidaba de decirles que el poema que sirve de
epígrafe a esta nota también es del mosca.
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