Jorge Etcheverry
Estoy de vuelta a mi mesa en ese café. Reconozco que
mi investigación sobre las visitantes extraterrestres o clonas que viven entre
nosotros, había brotado de un impulso que tendí a seguir sin mayor reflexión. Tiendo
a ver a las mujeres como una madre, una compañera, un sueño inalcanzable, pero
también como un enemigo potencial, un conspirador, un testigo que calla y
observa, que planea su revancha por milenios de esclavitud. Esto sigue estando
presente y no solo en mí, no es muy consciente, y creo que viene de la
superioridad fisiológica de la mujer — nada hay comparable a nivel del macho al
alumbramiento, a ese ser por unos meses es una fábrica de vida—de ahí que suela
ser inconcebible para los hombres, y que muchos, y algunas vastas religiones de
oriente y occidente la vean como amenazante. Existe una convicción no confesada
en todas las culturas de que hay una necesidad absoluta de la mujer para poder
reproducirse, trascender en la historia y en el tiempo, replicar el material
genético. De ahí los cientos y miles de brujas quemadas y torturadas, el
control de la mujer y su subordinación en las tres religiones así llamadas Del
Libro, que reconocen a la Biblia como inspiración fundamental. Sigamos. Las
incontables niñas recién nacidas con el cráneo roto o dejadas morir de
inanición en la China, que en realidad nunca fue purificada por el fuego
comunista, y en la India, esos gigantes económicos que se aprestan a aportar su
cuota de avance hacia el Apocalipsis ya bastante adelantado por los
protestantes anglosajones mediante sus esquizofrénicas empresas económicas y
políticas. Cuando las instancias fundamentalistas no occidentales también
aportan con su granito de arena. Pero se trata de autocrítica y no de instalar
el ventilador. Me pego en el pecho ante el desconcierto de los otros
parroquianos que me miran con el rabillo del ojo y carraspean, y el recelo del
administrador y los mozos del café que empiezan a rondarme como buitres
revoloteando en torno a la carroña
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