ROLANDO REVAGLIATTI
Foto de Flavia Revagliatti1
Alma,
si tanto me has querido,
por qué no dejaste que también tu cuerpo
me quisiera,
de vez en cuando,
una vez por mes.
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b) Desafilo los cuchillos que
sostienen mi carne.
c) Contrapunteo con cuerdas
idiotas.
d) (...)
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prendí la
luz del corredor, el ascensor estaba en el piso,
bajé, llegué
a la esquina,
allí me puse
una pastilla en la boca, recolectaban la basura,
crucé,
doblé, mi casa es cerca, seguiría durmiendo, ahora yo dormiría,
no sabía que
me miraría en el espejo largo del placar, que me desvestiría frente a mí, que
el striptease melancólico me remataría y me daría el hachazo terminal, el
colofón,
y me
pal-pal-paría,
y un café
con la desnuda,
y ahora sí.
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Ahora, hoy,
acá, en este bar, me ocupo de mis cosas; desacrosantado me atengo, bajado de la
rama, basto, limoso. Bar al que yo concurría con aquella en la que estoy
pensando. ¿Y con cuántas otras asimiladas a un paisaje borroso?
Aquella en
la que estoy pensando. Aquella en la que estoy pensando no alcanzó tanta
historia en este bar; los mozos no la reconocían, yo estaba cansado de vivir,
ella de trabajar, pero no es eso. Acaso porque es la más reciente acá (Paraguay
y Suipacha). La más reciente adentro de mi bar, adentro de mi cuerpo, adentro
de mis nervios; planamente, calcáreamente la evoco, sin gracia, sin
calificarla. Es verdad: también camina o mira una vidriera o guía un automóvil;
también algo como ella lo hace. Indefectiblemente alguien no es ella (aquella).
También aspiro a que cruce por mi aliento o esquina; a que me llame, me espere,
me contemple. Buenos Aires sabía mucho de ella. Digo sabía cuando sabía
conmigo. Digo que surja la que estoy pensando. Aquellamente invariable que
varió. Maniobró hacia el ozono, depuso la credulidad, desfascinada por un
espejito corvo no se sobrepuso, me avisó que no podría con ella. Con. Ella.
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Sí, se ve
que sabe, que se regocija. Sí, sabe. Se huele que sospecha. La madre lo crió
así. Lo hizo educado y ubicado. Carmen, esa putita desganada, lo extraviaba de
su entorno de empanadas de dulce, lo torcía. Hice esa lectura —“Upa”— hace mucho. Lo encarajinó al
bicho con ayuda de sus manos. No ciegas, no. Sí, de sus manos. Si no hubiera
sido por esos dedos suyos procaces, tan de estar sobre todo lo inestable. Sí,
lo vi claro. Lo tuve claro cuando la mamatreto
se ocupó de las fórmulas, de los requisitos: “La hago aquí depositaria...”,
“Señorita, aquí la hago depositaria...”, “Aquí la hago depositaria,
señorita...” Me extendió a su hijo correctamente. Yo... austeramente parpadeé
una vez. Sabía que Carmen, ésa, espiaba. La mamatreto dijo... Él dijo... Yo
dije: sobran las traslaciones (si simplemente nos queremos). Usted me lo cuida,
se adivinaba. Yo estoy acá, ¿eh?, la otra. Y bueno, hay que sacar la cara,
poner la cara, exponer la cara para recibir al sol y a la luna, para que la
intemperie y el encierro se regocijen como él, mi melocotón, yo voy a ser más
sabrosa que Carmen, más sensitiva, me decía, que ésa, argüía, que esa insulsa,
pero... ¡Mi Dios!, nunca podré aprender a
ser tan insulsa, tan... No, yo soy otra, hay que buscarme, tengo mis
valores, y sin embargo nos queremos.
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Frase: “Tu
Maternidad Cabalga Sobre la Montura de la Muerte”. (Además, los chicos sólo
ponen a los chicos en foco.) Te reís con toda la cara, intervenís por completo,
como cuando me gusta andar por allí,
completamente. Entra Tal, entra Cual. Cual: virgen y atómico. Los chicos
horadan desde su estatura. Mi amor: de los yiros que te conté, una estaba
embarazada, muy embarazada. Me disputaban ella y otra. Ganaron las dos. Los
tres asistimos al alumbramiento. En esa misma cama de cuerpos encaramados,
encaramuzados, cadena pestífera, se abrió de un respingo la enchastrada; fuimos
cuatro parientes atónitos, casados al parir, hervidos y arrasados. No las besé
más. Ni recibí caricias ni sepulté el sabor terrible de esos huesos en mi melancolic. Hui como un hombre. Pagué
más, pagué otra vez. Ellas...: las irrestituibles. Sin golondros...,
mortecinas, omisas. (Golondro: familiarmente deseo, capricho.) Entra Tal, entra
Cual, sin decidir no entrar otros no entran. Aplauden, alardean. Me alarmo
porque siempre me alarmo. Pensamos vos y yo cómo se llamarían nuestros hijos,
sentimos que serían muy nuestros. Hoy, que no te puedo ver así, no me puedo ver
así. De nuestra combinatoria todo lo soñamos: color de ojos del primero,
cabello del segundo, la tercera parecida a quién no y etcéteras en un jardín en
una fotografía. Empalme rápido con que estuve celoso del aire que respirarías,
el enrarecimiento de fragancia obscena por el que te dejarías anidar, la otra
que serías si por mí no fueras, cuan beligerante con otro macho gacho, somera con
un hortera, atorranta con un lavativa, sensual con uno lindo triste, más plena
que conmigo con un amigo. Se cortó la leche, la buena y la mala. Yo estaba
embretado otra vez con la clepsidra. Una piojosa que se paró en medio de la
calle (y llovía) subió al coche, dijo que se llamaba, que no era rica, que le
agradaban las medias finas, que... ¿le permitiría posar su lascivia sobre mí?,
que con denuedo dejaría que lo hiciera, espeté; las mamas truculentas y el
infame al palo bochornoso; desnuda era peor, vos sos divino, divino, con una
como ésa te querrán muchas. Hagamos otra bacanal y gratis, propuso la
grasienta, yo antes me la corto, y chupo todavía estalagmitas, una tras otra
las yirantas, y chupo todavía.
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Estaba
flojita. Flojita y zumbona. Era un buen dolor. Un dolor bueno. A vos te gustaba
mi dolor. Un dolor precioso. Miraba
para atrás... y sí...: yo era otra. Un riíto a los pies de la montaña, un rulo
en mi frente. Empezaba a ser mía de la mejor manera. Te posesionaste de mi
cintura, me quebraste y me soldaste, y más, me tiraste lejos toda, me
desparramaste, y ahí supe o entreví cuánto era, y cuánto quería constatar
cuánto era; y claro, ingenuamente... Te me tirabas, me besabas, había mucho
tiempo, me descompaginabas. Quizá olvidé que era mi primera vez, que alguien violovió mis sueños (...), con lágrimas,
con légamo, con no certeza, con no consigo (...), sin mí.
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La gente se
consuela en plena calle. Se frota. Se mima. Y hunden sus narices en solapas y
pechos. Y tragan prendedores, botones, mastican amuletos, auscultan, y en plena
calle se abrazan, se lamen las orejas. ¿Qué sé yo de algo?... Hicimos la
calamidad.
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Dime quién eres y te diré quién eres. Yo te creo, amor, yo confío
en ti. Sé que ha de ser un duro reaprendizaje, que la descastada vacila, que en
tu molinillo muelo mi fe, que sólo por guitarra canto, recambio y no muelo
nada, y me cobijo, te doy a desconocer entre mis piernas, no quiero vacilar,
quién sos, a vos no te conozco, hablá, hablá, disquemos, bailemos este vals,
disquemos y por donde sea... ¡perimir la Muuuueeerrrte todavía!...
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Único en el Mundo
Las minas que me vienen de
otros tipos
tienen que hacer
al fin
se van
a horario
me vienen de las madres
me vienen de los hijos
de la hermana mayor
de “la muchacha”
guay de arrogarme un derecho
que no tengo
guay de salpicarme con gotas
de otras lluvias
las mías las produzco cuando
quiero
(...)
en su cielo como trepidaciones
como rayos como huevos
como perforaciones
guay de creer que güay
guay de
pensar que yo
soy
Fernet
Branca.
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Sudé mucho y
lloré. Mi viudez, aunque no suficientemente prematura, me embargaba. Me anudaba
y desanudaba. Empecé por entonces; en rigor: antes. In memoriam. “Sí, soy joven
como lo parezco.” Y ese velorio resfriado, ese velorio, y la enguantada
conglomeración y floreada hartura, cuánto
me siento, sonidos como niños de una flauta, la grupa de la potra, lo maté
de un tetazo primero, de un revés, borra y racha borracha, de un aplanamiento,
como una eutanasia, como una hipodérmica con polipropileno, ni atinó a refulgir
su campanilla de alarma, jamás abrió tan grande la boquita de su jeta ese
morfón, vos, que apenas me merodeabas te
entenebrecías, seguí de largo hasta el esófago, creo. No me opondría
resistencia nunca más. ¿Y a qué pariente azoté con una cala? Y fugué. Escaleras
abajo del estupor generalizado me percibí aérea y aguachenta, claro...: tanta
vigilancia... Y empezaban a radiarse, a ramificarse ¡¡las Hormonas de la
Libertad!! Patitas yo sé muy bien para qué las quiero, doblé varias veces
varias esquinas, atravesé una plaza, un desdentado gondolero me aligeró de
cierto escozor o rutilancia: y me tornó hojarasca: una viga italiana el gondolero.
El aire era el ahire, así se podía,
mujeresmente, yo, ¡qué agradecida! ¿Qué me estaba ocurriendo otra vez?
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Fue el
lunes. Hace un montón: hoy es miércoles. Y la recuerdo con una pronunciada más
que alarmante —y tengo necesidades alarmantes de alarmarme— exactitud. (¿Y
cuándo tanto?... Sí, otras veces. ¿Pero... tanto?) (No me hago las preguntas
desvaídamente.) Ahí estaba yo: en el asiento de cinco, contra la ventanilla
opuesta a la puerta de salida, en el colectivo cincuenta y nueve, desde
Belgrano al centro. Y es verdad que desde que nos vimos la asolé con sobrio
regocijo. Despejé toda probable brizna,
de tal suerte que sólo la deletérea desesperación me granulaba. Ella y su
soltura (enloquecedora), de espaldas a las ventanillas de su lado (y del mío);
y así todo el tiempo (me pongo nervioso, quiero que ustedes carguen —háganlo,
por favor— nuestras firmes...): intenciones, examen, dejarse por el otro.
(Estoy copado, copadísimo, ustedes no saben... Sí, también el sol en la mañana
y la lluvia en la ventana; la rosa en su pecho, y sus brazos. Brazos. Ella era
—era, era— una mujer para apretar.) Y
el tipo a mi diestra se las picó y ella enseguidísima sorteó a una mujer y
estuvo junto a mí, leía “La Opinión” —los titulares—, se bajó en el obelisco
casi, y yo también, y la emprendió por Lavalle, y yo detrás, cruzamos la
avenida más ancha del mundo y no caminaba despacio. Se acercó a las puertas de
un cine para observar los afiches y aproximándome inquirí si uno podría
conocerla. Siguió caminando y yo detrás. Se acerca a otras puertas de otro
cine, la campaneo desde la vereda de enfrente y al darse vuelta me ve, pero no
durante sólo un instante, y esa mirada era de aquellas otras en el colectivo.
Desde luego, todo volvía a ser auspicioso, recíproco, se reenhebraba el collar.
Se mete en una galería comercial, yo detrás estimando desde dónde retornar, y
se detiene en una vidriera. Regresa hacia Lavalle, sale, retoma hacia el bajo y
yo detrás. Me acerco en el cruce con San Martín y digo algo así como que me
gustaría saber si tengo chance, y ni bola, ella sigue caminando, y me hinché y
furioso desaparecí y ¿qué carajo ahora el
estrangulado hago yo alarmarme?...
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No sabía
chupar ni sabía meterse. Todo en él merecía quedarse afuera. Bien afuera que esté.
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El ombligo
oblongo. O. Vista apaisada del ombligo. Té canalla. Varios invitados y ninguno.
Ejemplifón. Ejem solo. Casi era un chiste con él. Se hubieran, pocos, atrevido.
Mientras que a nada hubiésemos llegado. (La pobre se fue con su narcisismo
entre las piernas.) Desensatá tu pelo. Él resplandece con una sonrisa de
pajarera. Cuando esta flor se abra... ¿Por eso me cuesta?... Tan allá no puedo
con mi boca. Subida a los zapatos, sin dificultades. Las púberas pertrecheras
empiezan a probar sus caras de interesantes. (Va acunado.) (La ranura genial.)
Quejándote: “¡Qué esfuerzo, Dios mío, qué esfuerzo!” Y surge entonces
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