Jorge Etcheverry Arcaya
La vida
diaria está llena de superficies reflejantes. Sin ir más lejos, en esta misma
habitación, en la ventana que da a la calle, aunque casi cubierta por la
cortina y según la luz que venga de afuera o de adentro o la conjunción de
ambas, puede surgir el reflejo, para qué decir del baño, la cocina, mi
dormitorio, etc. No pude seguir en la institución, llamémosla así, porque los
doctores y técnicos, que no son tontos, se dieron cuenta de que, aparte de un
síndrome quizás un poco paranoico, yo no era un peligro ni para mí ni para
nadie, y bueno, me descargaron a que me las arreglara, y no tuve que ir a una
casa de recuperación y compartirla con otros pacientes dados de alta y
supervisados por un o una visitador(a) social, porque me acababa de llegar una
pequeña herencia proveniente del fallecimiento de mi querida madre, que en paz
descanse, la que administrada con mi mesura y moderación habitual me durará
varios años. Los excesos te hacen perder
la serenidad, bajar la guardia y así te puedes encontrar de pronto frente a un
reflejo inesperado, en el espejo o el enlozado de los urinales de un baño de
bar, las ventanas de autobús o un simple escaparate junto al que pasas pensando
en tus cosas y sin tener la precaución de bajar la vista.
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