Jorge Etcheverry
El manuscrito del Necronomicón, que sería 'conocimiento' o 'saber de lo oscuro', fue un encargo que me hizo don Ibrahim Nehme, dueño de la mejor, aunque no muy grande, bodega de frutos del país de la provincia del Maule, y de unos terrenos preciosos cerca de Coipué, donde se puede encontrar a mi entender la mejor greda de los suelos de Chile. Mi amiga de ese entonces, Phyllis, con quien andaba visitando el país y a quien esperaba presentar a lo que quedaba de mi familia, era muy aficionada a la cerámica, ella misma artesana de nota, y concordó conmigo en esto. Eso antes de volver a Santiago para de ahí proceder al puerto de Coquimbo y después a Punitaqui a visitar al poeta Bernardo Araya, fallecido ahora hace unos par de años y a quien conocí en mis lejanos días de estudiante de Castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, instituciones ambas que no sé si todavía existen. En esa época recuerdo que el poeta ganó un premio de poesía en la Facultad bajo el seudónimo de Antares Bosquimano. Cuando alguien que no lo conocía le preguntaba su procedencia, solía responder “yo vengo de un pequeño pueblito del Norte cuya única industria es la muerte”.[1] Nota de edición
Carlos
Altamirano fue en tiempos del gobierno de la Unidad Popular en Chile, y
anteriormente durante varios años, el líder visible de la corriente de opinión
más a la izquierda del Partido Socialista de Chile, conglomerado variopinto de
prácticamente todas las tendencias posibles en el pensamiento izquierdista y
marxista de la época. Sus enemigos de la derecha política y de la izquierda lo
tildaron de Mayoneso, para indicar lo alocado de sus concepciones. En Chile,
como en muchos lugares del mundo, el vulgo tilda de ‘loco’ a aquel cuyas ideas
le parecen desmesuradas, extremas y extrañas, o atentan contra el consenso de
las mayorías en cualquier orden de la vida política y cultural. Los populares
‘locos’ de Chile son en realidad una especie de abalones (quizás la mejor del
mundo), que tiene como característica una extrema dureza, por lo que hay que
golpearlos profusamente con un objeto contundente antes de cocerlos. Como
antaño eso se hacía con los enfermos mentales, de ahí la transferencia
semántica anafórica a ese delicioso molusco al que desgraciadamente en la
actualidad los pesqueros japoneses han llevado al borde la extinción, como
sucede con variadas especies marinas
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