Jorge Etcheverry
Pero antes de entrar a detallar
la manera en que pude entrar en contacto con este texto del Necronomicón, o más
bien su versión árabe moderna—lo que demuestra que ha tenido una cierta, aunque
mínima circulación—, la que por supuesto no pude leer, debo referirme de paso a
la errada etimología de Sáenz Lavalle y sus derivaciones antropológicas sobre
el origen del libro. El lingüista argentino afirma que el nombre se puede
descomponer en Necro, que significaría ‘negro’ y gnomicón, que tiene que ver
con el radical gnos* (conocimiento), que también ha pasado a significar enano,
en las leyendas y cuentos ciertos enanos poseen conocimientos mágicos y
científicos especiales. Pero este antropólogo piensa que el término se refiere
a los actuales pigmeos de la República del Congo, ex Congo Belga. No voy a
intentar ni siquiera refutar este dislate.
*En todas sus variadas manifestaciones, las religiones gnósticas guardan la
existencia de un universo degradado al máximo, de materia totalmente corrupta,
separado por distancias infinitas de una divinidad creadora. Llegan a sostener
que el universo es creación del diablo. El hombre guarda sin embargo una
semilla de luz y conocimiento (gnosis), separada por mediaciones infinitas del
Creador.
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