Jorge Etcheverry
La conexión entre la así llamada literatura fantástica en todas sus ramas, y
mucha de la literatura tildada de seria, y la tradición oculta, hermética,
etc., no es cosa nueva, ni tampoco la presencia de esa tradición, reconocible o
transformada mediante intenso simbolismo. Baste citar por ejemplo a Arthur
Machen, Lord Dunsany, Clark Ashton Smith y el mismo Meyrink, maestro de Hermann
Hesse, que también estuvo influido por lo que contemporáneamente se denominan las
religiones alternativas, y que popularizó temas y caracteres adecuados para una
espiritualidad media en el occidente y cuyas obras no faltan en ningún plan de
estudios. Entonces desaparece ese primer escollo que refiere a la posible
existencia anterior ‘real’ ya sea doctrinaria o mítica de ciertos temas y referencias
presentes en la obra de Lovecraft, en otros ámbitos como el de una tradición iniciática
y sus documentos, etc.. Podemos incluso suponer la posibilidad de la existencia
de esa obra, el Necronomicón, que en
variadas instancias de la narrativa de Lovecraft se presenta como siendo de la
autoría del “árabe loco Abdul Alzhared”. Eso aparte de todas las versiones
góticas, rocanroleras, para literarias y para poéticas, y algunas ocultistas,
que ha inspirado esta obra.
En términos filosóficos y anticipándonos a variadas elucubraciones e interrogantes, por ejemplo del porqué dedicar atención a una disquisición de este tipo, con sus implicaciones de que habría una cierta seriedad y una aceptación de creencias, doctrinas e incluso prácticas que no lo merecen, sino debieran estar confinadas al desván de la historia del pensamiento y las religiones, yo debo responder que muchas veces estas observaciones vienen de personeros o portavoces de concepciones que, si bien gozan de un gran prestigio institucional y económico, habiendo llegado en momentos de la historia a dictaminar el destino no ya de los individuos, sino de naciones enteras, se basan por ejemplo en la creación del universo en siete días, muchas veces no simbólicos, sino literales, y a reglón seguido dicen que esa misma instancia—divina—elige impartir la racionalidad de las leyes físicas en el universo y se reserva la prerrogativa de interrumpirlas cuando así lo estime conveniente a través de milagros.
Lo que distingue estas afiebradas escatologías del "hermetismo" es su casi monopolio de las instituciones religiosas, y por tanto económicas, en gran medida políticas, culturales y educacionales a nivel mundial. Por lo tanto las etiquetas de ‘culto’ que esas descabelladas y acomodaticias concepciones del mundo pretenden asignar a las otras, minoritarias, marginales y clandestinas—que no pudieron extirpar en siglos de quemas, torturas, exterminios y cuasi genocidios—no tienen la menor justificación.
Volviendo a las versiones del Necronomicón,
no cabe duda de que ha sido motivo de la realización de obras artísticas tan
meritorias como el Necronomicon de
H.R. Giger, que fuera quien concibió al Alien de la película homónima. Lo que
nos hace divagar un poco sobre lo que habrían hecho otros artistas plásticos
ligados al comic, como Druillet o Ergonultas, o Bilal, quizás con un argumento
de Jodorowsky. Si el mero nombre y la sugerencia de un culto en última
instancia gnóstico, y por tanto tan adecuado para esta época del Kali Yuga, la
Edad Obscura del Alma, ha sido suficiente para despertar la curiosidad y el interés
creativo de tantos artistas, además de incontables individuos y sectores en el
vasto mundillo—perdonando este casi oxímoron—de la charlatanería ocultista, no
es extraño que otros hayan sentido interés por este libro sagrado hasta hace
poco conocido sólo por referencias y cuyo contenido sólo ha sido revelado
hiperbólicamente en las narraciones del ciclo de Ctulhu, de Lovecraft.
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