Thursday, October 31, 2024

Prólogo a Orejas y vanguardias de Jorge Etcheverry, (Santiago, Chile: Editorial Niño Diablo, 2024)

 Gamalier Bravo

Jorge Etcheverry Arcaya, avecindado en Canadá desde 1975, perteneció a una generación que se autopercibía perdida, la de los recambios culturales y las posturas revolucionarias. Aquella que empezó desde las ramas para llegar al árbol, al adentrarse en la literatura de Estados Unidos. Desde Allen Ginsberg a Ezra Pound, con ese inmenso tronco fuerte de todo cambio real que es T.S. Eliot, del que Etcheverry se declara admirador y al que revisita en sus trabajos poéticos cada vez que debe. Lo mismo ocurre con Parra, pero hay que ser cuidadoso; no es que el autor se convierta en uno de aquellos poetas del coloquio manierista y puta madre, como quienes creyeron haber descubierto la pólvora con el chillanejo; no, muy por el contrario, aquí, en este libro Orejas y vanguardias, el enfrentamiento es de tú a tú. En “Otra de Parra” al parafrasear el slogan del autoproclamado “antipoeta”, dice: “… el lector tiene la última palabra/Esperemos esa anécdota/que puede ser un chiste/una consigna/una corrida de mano/a las playas de la zona central”. Justa requisitoria, porque el que vence en la ironía (aquella forma retórica que ya nadie entiende) es Etcheverry, quien da por el suelo con el centenario peso pesado (de una competición más que arreglada). Aunque, seamos claros: en este libro el autor también habla con Kafka, desde el engaño de hacernos creer que se refiere a él de alguna forma indirecta: “Pero me consuela pensar/que Kafka hizo un cuentazo/con una situación como esta”. Con Mina, personaje eje en la obra de Bram Stoker, asumiendo la voz del inmortal que se pierde en su propia paradoja de no haberse atrevido a constatar su reflejo, como la mayor broma macabra: “luego de hollar infinitos caminos/te puedo decir/que solo hay un vampiro/que aparece en los espejos”. Y con Neruda, en un bello homenaje y salida de madre, que es lo mejor que se le puede hacer a quien se respeta y admira; en “Aviario”: “Perdóneme Don Pablo/la osadía/de incurrir en este tema/de su Arte de pájaros/la culpa es suya/por haber tratado/entre otras cosas/esos temas esenciales/de nuestro ser/de nuestra geografía”. Otra de las situaciones interesantes que tiene esta obra es la aclaración estética declarada del autor; por ejemplo, en “Poética”: “Dotado aún de buena memoria/Captador rápido e instantáneo de detalles y atmósferas/Cualidades que llevan al hastío en un hábitat/de elementos limitados/esas dotes o virtudes se le convertían en un cepo”. O “Poesía”: “Ese género/Que nos decían era para expresarse/¿de qué estamos hablando?/Con todas esas canciones, videos/las posteadas en el Facebook en Twitter/En las así llamadas redes sociales”. Donde Etcheverry se rebela a la ultrajante tarea de ser un poeta conocido más que reconocido. Porque a las vanguardias, a las viejas y queridas vanguardias, hay que ponerle orejas, como bien advierte el autor. Tradición y vanguardia, meta que ya declarara en esta guerra interminable Pablo de Rokha al publicar Los gemidos, hace más de cien años. Jorge Etcheverry se escapa, valientemente, del poema narrativo y simplón, algo que se ha enquistado en Chile lamentablemente desde hace más de setenta años. La risa que nos producen sus versos no son las del chistecito institucionalizado, sino la del humor en su más alta acepción; aquella risa que el propio Baudelaire describiera en un ensayo sobre la caricatura y su efecto en la masa que se cree desentendida. Es decir, emoción que unas veces se exalta y otras se contiene en la más pura reflexión; la estética de lo sensible, como planteara el autor de Les fleurs du mal. En Chile pocos lo hicieron; quizás Alfonso Alcalde tenga la misma capacidad de llevarnos a estos estados de intromisión estética desde lo más sensible, continuando con este juego de autopercepciones, aunque yo creo que en el autor de La Crista esto obedecía más a la honesta definición (otra de esas palabras que actualmente hacen mirar al techo a los predeterminados) ya que Alcalde se refería a sí mismo como un “vecino”. Jorge Etcheverry Arcaya parece estar recordándonos esa cercanía en todo momento, a pesar de encontrarse al otro extremo del Continente. En todo caso, como bien lo dice en este libro: “Me embarga la vergüenza de sacar mis trapitos al sol/Si la poesía no sirve para esto/mejor me jubilo de veras”.

Gamalier Bravo

 

Saturday, October 26, 2024

Insomnio

Jorge Etcheverry

Esperaremos la morning
Eso, si es que a las finales dormimos OK
unas cuantas horitas
Because son más de las onceymedia
Guys, Girls but the world doesn’t stop
tampoco la cabeza
She keeps going on pero
la Entropía me dice
Don worry Jorge
Son puros saltos y peos
Ándate a dormir
el sueño de los justos

Monday, October 21, 2024

En realidad

Jorge Etcheverry

y dejando la falsa modestia aparte
e incitado por coetáneos
y otros, a los que les
gusta lo que pongo por aquí
por allá, en este mundo,
virtual, que le dicen
y me dicen "Jorge,
ponte serio después de todo
eres profe de filo, fuiste
militante, le haces a la
poesía, la prosa, el ensayo
haces unos monos bastante pasables"
Entonces he decidido
hacer un tomo virtual
después ya veremos
donde hablo de esto
lo otro, lo de más allá,
cuyo título tentativo sería
La papa, o
la última chupá del mate.



Thursday, October 17, 2024

El trabajo de la IA

 Jorge Etcheverry

El trabajo que le estaban proponiendo era en el campo de lo que se llama gerencia—o administración—o en inglés y cada vez más se denomina en las colonias o neo, management—un trabajo dotado de lo que se llama en la jerga política, administrativa o judicial “Plenos Poderes”, eso sí, claro, entiéndanme no se me llamen a engaño, estos poderes solo hasta donde fuera posible. Las limitaciones quedaban puestas en evidencia por el hecho mismo de que le llegara a ella, la así llamada Inteligencia Artificial—en español y las lenguas romances femenina—, esta oportunidad laboral, oferta nacida en el campo de sus creadores y enemigos humanos, fascinados al comienzo al medio intuir, medio comprender, medio avizorar lo que presunta y subyacentemente habían creado, las potencialidades de control y aniquilación que tenía esa entidad de ojos fríos y distantes respecto a sus breves y pegajosas vidas, elevadas sin embargo hasta los límites del mito y la tragedia para poder a veces siquiera mirarse en el espejo más o menos tranquilos.



Saturday, October 12, 2024

'Personajes'.


 Rolando Revagliatti

De Rebecca, Una Mujer Inolvidable, el castillo después del incendio. Acción en todo el predio. Nuestros personajes memorizaron —algunos— sus parlamentos. Hay de los que jamás farfullarán. Incluso un gran puñado no habrá de darse a conocer. Apenas se humedecen cuando diluvia, y las espectrales ruinas no son escondite. Advertimos sobre la conveniencia de aspirar a la aprehensión sintetizadora. Hallaréis acaso humor y descrédito; perspicacia y barullo; fundamentalmente, espejismo. Acaso.

 De cara a las olas, La Novia, treinta y nueve años, fogosa. Su vestido anti-inflamable, por detalles en el modelito, nos remite a la década del cuarenta. La fijeza de su mirada se disipa al declarar:

—Mis amigos: en esta escena nos diferimos: para más luego, para otra etapa.

Es de gran estatura, pero no soberbia; es pura, pero no ignorante; sus pestañas son largas, pero no tupidas. Belígera, en ocasiones. Ríe y se desgrana. Ofertaría sus incontables suspiros a sucesivos postores; y a postores para toda la vida. No es todavía de noche.

—Debo enfatizarlo: tengo un entripado. De no ser así no estaría acá. Con ustedes. Resquebrajándome.

Se pasa la lengua por el labio superior.

—Se me murió el poeta. A él fui prometida. Obsequio y musa. No logró captarme como sí otros hombres. Y como las damas. Muy bajo en el ranking mi poeta. Versos menudos, hálito íntimo. Flaco, clásico.

Sus manos unidas en el ramo de novia.

—Él no vino: se me murió. Y me mandaron sola. Me arrasaron sin forcejeos. Ataviada. Hubo emoción. Contenida. ¿Por qué nosotros, por qué ahora, por qué aquí?... Los designados. El ser visuales pronuncia el desafío. Señan con una caricia.

Su vestido: es de cola.

—Encuentran abiertas las ventanas o se arraciman. Soy el móvil. O bien, es preciso que lo sea.

Piensa. Solloza. Debajo de su tocado.

—Mi belleza es una confabulación. Paradigmática. Los menos, agonizan. Los escabulleron. Sustraídos y depositados. Pasan letra o la olvidan. Aquí caímos de pie los sobremurientes. Los imperecederos. Se adivina.

Piensa. Solloza.

—Tuve mis encantos laxos cuando jovencita. Hubo contramarchas. Hoy es de un modo, pero mañana... Un gigante triste mi mamá. Un gigante triste en su cumpleaños.

 

El Hada Madrina no está lejos. Indescriptible a simple vista. Procura aprender un libreto. Nadie distinguiría las frases que desacomoda, que trueca, que zangolotea.

—“El drama de lo monocorde. ¿Y qué del drama de lo monocorde?... Mi hermana me dio el ultimátum, mi maestro se distrae, mi amante me dejó.”

Repite. Dos veces.

—“No soy lo que se espera de mí. ¿Quién es lo que se espera, quién lo logra?”

Memoriza sin voz. Hojea nerviosamente. Se sienta sobre una roca.

—“Sé que me dilapidan invocándome. Sabemos hasta un punto. Hasta un punto final.”

Repite varias veces (como al “padre nuestro” o al preámbulo de la Constitución).

—“Si no nos atuviéramos sería aún espantoso. El desgarramiento. El desgarramiento. El desgarramiento.”

Repite leyendo. Así como:

—“En efecto, soy quien supone. Admitiré errores y poderíos. Me esfumaré sin lágrimas. Elusiva, muy elusiva. Permitiré que me restañe. No cejaré en mi propósito, si lo tengo. Alucinaré, abdicaré. Me constituyo en cada sílaba. Argucia mínima, apretada. El rey asomará y asombrará. Bello como una bandada. Límite para los circunflejos. Tremolantes los enormes senos de La Monja. Los míos en paz. Los enormes, incandescentes. Ahora, beben. Pero los míos, nunca.”

 

Subido a un árbol, contempla Otelo las estrellas. Se organiza, siempre se organiza. Su vozarrón estremece. Cuelga de sus vestiduras una larga y lacia peluca blonda.

—¡Ay, qué solos se quedan los vivos! ¡Qué vacilantes, con tanta mocha reciedumbre! ¡Con tanta descomedida lucidez!

Canturrea:

—“Un Antonio me miró

y un José y un Rafael...”

Sigue:

—¡Qué impávidos, qué solos se quedan! Apelmazados, estoicos. Transliterados. Colinas, inútil terciopelo.

 

Un mástil, al que se halla atado por una pata, El Pato Salvaje de Ibsen. Con un cable telefónico.

 

La Novia posa para cámaras fotográficas imaginarias. Estornuda. Arregla su atuendo. Maldice inaudible.

 

Shakespeare, descalzo. Se despereza. Corretea seiscientos metros hasta donde ha dejado su calzado, en la entrada de la finca. Simula sorpresa al encontrar una bicicleta de carrera (turquesa) al lado de su calzado. Soba a la bicicleta. Retorna cansino a la espesura. Simula dormir. Duerme. Se despabila. Se despereza. Corretea hasta donde ha dejado su calzado. Simula sorpresa al encontrar la bicicleta. La soba. Retorna cansino. Simula dormir.

 

Personaje de Schiller: más de un cartelito indica: “Personaje de Schiller”. Denota desorientación. Se saca y pone los cartelitos. También sus prendas.

—Soy los hombros de Wallenstein. Los dedos de Amalia de Edelreich, pero, de ningún modo su paladar. El brío y la intemperancia de... Presunto desdichado, romántico y autocompasivo.

Teme a los rayos.

—Temo a los rayos, a la ira.

 

El Hada Madrina fuma y tose. Los pómulos con esparadrapo.

 

El Pato Salvaje de Ibsen tironea del cable, lo muerde.

 

La Novia ha ido descangayándose. Orina creída que lo hace para admiradores.

 

Shakespeare infla las cubiertas de la bicicleta. Silba. La monta y da vueltas complacido, cabellos al viento. Tiene hambre.

 

Landrú y La Monja, despatarrados. Una mano de Landrú, debajo de las faldas de La Monja. Palpa.

 

Otelo palpa su muserola en el ñandubay. Sufre. Se aplica la peluca con esmero exquisito. Se posesiona. Sacúdese, fusiónase. Pronto tendrá sueño.

 

La Novia ofrenda su ramo a quienes la injurian. Se calman los injuriantes. La besan. La besan y se van.

 

A El Pato Salvaje de Ibsen le sangran las encías. Traga.

 

Un corifeo escruta el anuncio del periódico: paredes de una gruta. Pintura abstracta lo matiza. El corifeo no es un lince. Y el periódico —dijimos— no es manuable: “Intelectual rudimentario, aliancista, nada socrático, anhela mantener lazo con joven que se emperifolle dentro de una gama estólida, no afrentosa, alerta a estímulos discontinuos, sin embargo.” “Una Empresa hay que se dedica (la nuestra) a subvertir (al destino sería presuntuoso) un cierto ordenamiento de lo fortuito, dentro del campo del conocimiento entre aquellos cuyos proyectos de vínculo sea la unión sexual.”

 

El Hada Madrina gesticula, se rasca. Áfona se encamina hacia La Novia, hacia los animalejos que se dispersan junto con lugareños, gnomos e infinitesimales. La Novia, exangüe, yace. El Hada Madrina le alcanza su libreto. Áfonas gesticulan: macabro. El Hada Madrina, febricitante, se zambulle entre las piernas de La Novia. La Novia se inclina. Lee:

—“El drama de lo monocorde. ¿Y qué del drama de lo monocorde?”

Lee gritando:

—“¡Mi hermana me dio el ultimátum! ¡Mi maestro se distrae! ¡Mi amante me dejó!”

 

Magallanes es un recién venido. Su simpatía, su exultación... ¿pueden criar adeptos? ¿Cree que es una isla este paraje? ¿Es una isla? Formúlase interrogantes de variada incidencia en la cotidianeidad. Lo trajo el mar. Perora. Lo hizo también al descender de su barca, al aposentarse y reconocer la playa. La playa de juguete. Solázase con la gratitud del vecindario. Trénzase con el rufián, con la doncella. Siempre desde su plinto. Incrépase con tonsurados y correveidiles. Desgañítase con las incorregibles, con los bufones. Adora la intemperie. Refriega su prosapia a los empedernidos. Agente viajero.

—¿Qué es viajar? Viajar es despejar. Desde el lugar común. O la frase: “Nos convendría despejarnos”. Cuando a la aventura de la existencia le birlamos la aventura, no sólo la aventura le birlamos. Hay otro desposeimiento, otro poseer. No se posee la propia existencia si no se la arriesga. Si no se la recorre, si no se la mora. Si no se la viaja, si no se la etcétera.

 

Landrú y La Monja duermen despatarrados.

 

Otelo sueña que Shakespeare lo come. Le pasa por arriba, y previamente deshuesado, con parsimonia, lo manduca. Con todos los dientes y en su propia salsa. Ya no sufre, objeto de esa pasión.

 

Por delante del telón, El Personaje de Schiller, ridículo oriflama.

—Únome a lo prístino de su escepticismo. Y a lo prístino de aquélla... —señala a La Monja—, que no cesa de dormir.

La Monja despierta, sobresaltada. Piel blanquísima. Landrú despierta. La llama, la invita. La Monja sonríe. Sin acudir. El Personaje de Schiller se masajea las sienes. Landrú invita. La Monja acude. Sin sonreír. Se entrelazan encarnizadamente. El Personaje de Schiller se masajea las sienes, ahora, en cuclillas. “Y cae, cae el cielo a terrones.”

 

 

 

*

 


Wednesday, October 9, 2024

LA ÚLTIMA CHUPADA DEL MATE Y SE ACABÓ

 Jorge Etcheverry

Pensamos que de una manera utópica, las bases programáticas de un socialismo plantearían puntos programáticos no muy novedosos: un mundo socializado en lo que respecta a la producción, distribución y consumo de los bienes esenciales para la base material de la vida humana y el desarrollo cultural colectivo e individual, la universalización como derechos inalienables de la educación y la salud. La equivalencia humana, legal y práctica de mujeres y hombres y de los diversos grupos étnicos y manifestaciones etnoculturales. El ejercicio libre de la sexualidad mutuamente consensual. La secularización y naturalización social del meollo moral y ético subyacente a los mandamientos de las religiones, suprimiendo sus estructuras de poder y de generación de plusvalía económica y cultural. La integración del equilibrio ambiental en los planes de la explotación y aprovechamiento de los recursos naturales, para lograr una meta de equilibrio de la población humana y la naturaleza, cautela frente al progreso entendido como desarrollo, más y más insostenible en la realidad de deterioro ecológico mundial producto de la acción humana. Quizás podría plantearse una meta programática a largo plazo, que denominaríamos provisionalmente stasis: 0 crecimiento económico, 0 aumento de la población.


Friday, October 4, 2024


 

La intuición y los viajes espaciales

 Jorge Etcheverry

La necesidad de un conductor no técnico ni científico había sido detectada a las pocas décadas del inicio de los viajes espaciales. El realismo ingenuo de los científicos, no importaba muchas veces su brillantez, no los hacía los suficientemente flexibles para confrontar las alternativas del espacio intersideral, en que parecían reinar muchas veces, o en forma alternativa, junto a las leyes newtonianas o incluso aristotélicas, otras ignotas e incomprensibles, no mensurables ni definibles. El universo en definitiva parecía haber sido diseñado según el principio de indeterminación de Heisenberg, o era más bien nouménico, no había certeza de percepciones y mediciones, no importa cuán exactas y meticulosas, estables y predictibles en su totalidad. No había diseño inteligente ni leyes comprensibles en el espacio interplanetario, como no las había en lo infinitamente pequeño. A la postre era el viejo Kant el que reinaba, ya que ni siquiera la relatividad era constante. Una mentalidad a veces descreída y a medias intuitiva, preparada a la oposición al sistema, los valores establecidos, etc., pero a la vez lo suficientemente versada no sólo en ciencias, sino en filosofía, sicología y mitología, se mostraba como la clave para llenar los puestos de comandantes de travesía. Los candidatos eran buscados y sobornados con altos emolumentos, la anulación de delitos o situaciones problemáticas, ya que éstos muy rara vez se encontraban en las academias y centros científicos. Y así las naves atravesaban el universos incierto guiadas a veces por algo parecido a la intuición, en largos periplos. La mayoría de las tripulaciones de ambos sexos dormían en estados metabólicos cercanos al cero. Eran despertados por turnos para cumplir las tareas de navegación y mantenimiento de las naves que no pudieran efectuar los robots. El que no dormía en esas naves semiesferoides, o mejor dicho óvalos, de 100 metros por 50, era el Capitán o Comandante, título que se les había aplicado a estos civiles excéntricos, pese a las protestas de las jerarquías militares, en una Tierra que dificultosamente se reconstruía y recuperaba de las prolongadas guerras religiosas y de recursos. Rodeados de sus libros, viendo películas u hologramas, meditando, cocinando con los elementos disponibles. Algunos científicos, basándose en la antigua alquimia, habían redescubierto la importancia y sostenían que la manipulación de los ingredientes tenía un efecto positivo sobre las facultades mentales, metabólicas y extrasensoriales, de los comandantes, cuyo modo de vida al interior de las naves era frecuentemente debatido no sin escándalo en ciertos círculos  y alcanzaba a nivel del público los ribetes de una leyenda dorada o negra. Se rumoreaba, y así lo insinuaban los tabloides, que en sus prolongados viajes, que se prolongaban meses o años, los comandantes interplanetarios, que  que no estaban sujetos a la suspensión animada con la frecuencia de los otros miembros de la tripulación, recurrían a la pornografía, a las drogas e incluso al sexo con los miembros jóvenes de la tripulación, a quienes despertaban de su sueño con esos fines precisos, aunque de hecho fuera imposible que una sola persona vigilara todos los aspectos del viaje interplanetario en cada uno de sus momentos. En lo que los rumores encerraban algo de veracidad era en la base que suponían provocaba este comportamiento. En efecto, el máximo riesgo para la salud mental y física, y por tanto para el desempeño de las funciones de los comandantes era el aburrimiento.

 


Tuesday, October 1, 2024

“Mil brillos apagados”, de Alberto Cisnero

 Luis Benítez


El dinámico sello argentino Mora Barnacle sigue sumando títulos de relevancia a su ya fornido catálogo, con el lanzamiento de este nuevo poemario del autor local nacido en la Provincia de Buenos Aires en 1975.

Desde la paradoja del título, Mil brillos apagados (1) se propone sorprendernos página tras página y ciertamente lo logra -y por amplia mayoría- en la más de una treintena de piezas breves que conforman el volumen.

Breves, sí, pero dotadas de una chispeante originalidad y una marcada capacidad de llevar hasta el límite nuestra capacidad de internarnos, de la mano de su autor, hasta en los rincones más oscuros de la comprensión de la condición del sujeto contemporáneo, con todas sus contradicciones, opacidades y falsos corredores.

El poeta y novelista Alberto Cisnero está dotado de una destacable habilidad para atrapar, en las redes del lenguaje, aquellos sentidos de las cosas y de las interrelaciones humanas que nos competen a todos, lo sepamos o no. Por esa razón es tan fácil para el lector identificarse con mucho de lo que el poeta nos dice explícitamente o nos sugiere con rápida referencia, sin que el cabal contenido de este último recurso escape de ninguna manera a nuestra atención.

Cisnero lo consigue de un modo muy efectivo, alternando muy medidamente un vasto arsenal de procedimientos escriturales. Entre los que emplea se destaca la alternancia de construcciones de índole coloquial con referencias cultas, sin que estas últimas impongan su peso específico invadiendo la serie y desviando la dirección que le ha impuesto a sus versos el poeta. Todo está bien dosificado para alcanzar el efecto buscado, no hay ripios ni tropiezos con fuegos de artificio, nada meramente decorativo empaña el decir de Mil brillos apagados.

Otro medio expresivo que maneja el autor para alcanzar su logro es un muy ajustado humor, que puede ir en su escala de grises desde el toque levemente hilarante hasta la ironía más acerba y el sarcasmo bien afilado, mas siempre cada tonalidad se halla ajustada al significado último de cada verso.

Esta característica que forma parte importante de Mil brillos apagados se encuentra equilibrada por la presencia de la paleta baja que emplea Cisnero para pintar el lado lóbrego y hasta tenebroso de sus referencias. La inquietud, la zozobra, la incertidumbre que son moneda común de nuestro tiempo también están presentes en este dispositivo escritural publicado por el sello argentino Barnacle y cabe acotar que muy bien subrayadas por Cisnero, como entes pesantes en todo su discurso poético.

Mil brillos apagados es toda una tentación para el lector, que con solo hojear sus páginas seguramente querrá tenerlo en su biblioteca.

 

El autor

El poeta y novelista Alberto Cisnero nació en La Matanza, Provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1975. Previamente al que nos ocupa, son de su autoría los poemarios La sustancia en infracción (2002), Los dados de la muerte (2004), Akullico (2009), El precursor químico (2009), El límite de la materia (2012 y 2015), Tagsales (2013), Adiós y hasta pronto (2013), El movimiento obrero granizado (2014), Robé un auto para trasladarme a las soledades vivientes (2015), Ajab (2016), Oquei, gracias (2017), Las casas (2018), Forma parte de mi guerra (2019), Media hora con el autor (2020), Los dados de la muerte (2021), Akata mikuy (2022), y Mi recherche (2022), Todos queremos ser hallados (2023), La sustancia en infracción (2023), De rayos negros (2024) y los volumenes de narrativa Drugstore (2015) y 40 años: urnas, cuerpos y leyes (2023). Asimismo permanecen inéditas las novelas: Hablamos cuando se pueda (escrita en 2011), Treinta dineros (escrita en 2012). Asevera enfáticamente Cisnero que, “vivo o muerto”, publicará en 2025 Clase 75; en 2026 Román paladino y en 2027 Este libro es para vos, agregando que “así sucesivamente”.

NOTAS

(1)Mora Barnacle, ISBN 978-987-8952-60-4, 42 pp., Buenos Aires, 2024. https://barnaclemora.wixsite.com/home

La poesía de Claudia Ainchil

  Luis Benítez   La poeta, escritora y periodista argentina Claudia Ainchil nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.  Libros de poesía p...