Jorge Etcheverry
La necesidad de un conductor no técnico ni científico había sido detectada a las pocas décadas del inicio de los viajes espaciales. El realismo ingenuo de los científicos, no importaba muchas veces su brillantez, no los hacía los suficientemente flexibles para confrontar las alternativas del espacio intersideral, en que parecían reinar muchas veces, o en forma alternativa, junto a las leyes newtonianas o incluso aristotélicas, otras ignotas e incomprensibles, no mensurables ni definibles. El universo en definitiva parecía haber sido diseñado según el principio de indeterminación de Heisenberg, o era más bien nouménico, no había certeza de percepciones y mediciones, no importa cuán exactas y meticulosas, estables y predictibles en su totalidad. No había diseño inteligente ni leyes comprensibles en el espacio interplanetario, como no las había en lo infinitamente pequeño. A la postre era el viejo Kant el que reinaba, ya que ni siquiera la relatividad era constante. Una mentalidad a veces descreída y a medias intuitiva, preparada a la oposición al sistema, los valores establecidos, etc., pero a la vez lo suficientemente versada no sólo en ciencias, sino en filosofía, sicología y mitología, se mostraba como la clave para llenar los puestos de comandantes de travesía. Los candidatos eran buscados y sobornados con altos emolumentos, la anulación de delitos o situaciones problemáticas, ya que éstos muy rara vez se encontraban en las academias y centros científicos. Y así las naves atravesaban el universos incierto guiadas a veces por algo parecido a la intuición, en largos periplos. La mayoría de las tripulaciones de ambos sexos dormían en estados metabólicos cercanos al cero. Eran despertados por turnos para cumplir las tareas de navegación y mantenimiento de las naves que no pudieran efectuar los robots. El que no dormía en esas naves semiesferoides, o mejor dicho óvalos, de 100 metros por 50, era el Capitán o Comandante, título que se les había aplicado a estos civiles excéntricos, pese a las protestas de las jerarquías militares, en una Tierra que dificultosamente se reconstruía y recuperaba de las prolongadas guerras religiosas y de recursos. Rodeados de sus libros, viendo películas u hologramas, meditando, cocinando con los elementos disponibles. Algunos científicos, basándose en la antigua alquimia, habían redescubierto la importancia y sostenían que la manipulación de los ingredientes tenía un efecto positivo sobre las facultades mentales, metabólicas y extrasensoriales, de los comandantes, cuyo modo de vida al interior de las naves era frecuentemente debatido no sin escándalo en ciertos círculos y alcanzaba a nivel del público los ribetes de una leyenda dorada o negra. Se rumoreaba, y así lo insinuaban los tabloides, que en sus prolongados viajes, que se prolongaban meses o años, los comandantes interplanetarios, que que no estaban sujetos a la suspensión animada con la frecuencia de los otros miembros de la tripulación, recurrían a la pornografía, a las drogas e incluso al sexo con los miembros jóvenes de la tripulación, a quienes despertaban de su sueño con esos fines precisos, aunque de hecho fuera imposible que una sola persona vigilara todos los aspectos del viaje interplanetario en cada uno de sus momentos. En lo que los rumores encerraban algo de veracidad era en la base que suponían provocaba este comportamiento. En efecto, el máximo riesgo para la salud mental y física, y por tanto para el desempeño de las funciones de los comandantes era el aburrimiento.
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