Jorge Etcheverry
Publicado en Herederos del caos
Cuando comencé a observar más y no vivía tan rápido, es decir cuando comencé a acercarme a la madurez, rápidos cambios empezaron a manifestarse en la geografía de mis antiguos territorios. Que no son míos. Es una manera de hablar. Más exactamente, alguna vez fui expulsado de los mismos de una manera de la que prefiero no hablar. Iba todo el tiempo a la Biblioteca Pública. Vivía en el centro, donde la comida, el trago, las estampillas y la locomoción estaban a mano. Yo, el mismo que en años pasados acarreó su osamenta por terrenos mucho más accidentados, por pantanos pestilentes. Pero fue allí (no en los pantanos, en la Biblioteca), que un libro cayó en mis manos de la manera más casual. En ese entonces hacía que trabajaba en una recopilación detallada de los títulos y temas de unos libros que me interesaban sobremanera, pero seguía cada movimiento de una niña que trabajaba allí y que arreglaba, utilizando una escalera portátil de tijera, el desorden que dejaban los estudiantes secundarios que, bajo el pretexto de hacer tareas, utilizaban la Biblioteca como un campo para su concupiscencia furtiva y marginal. En este hemisferio norte, gracias a sus ingresos y su número crecientes, estos jóvenes me han expulsado de las tabernas que frecuentaba antes. Pero ése es otro capítulo. En esa época yo andaba con anteojos negros y en la biblioteca, en mis mañanas de desempleo, miraba a esa niña y sus piernas, allá arriba, encaramada en la escalera portátil, cuando de repente el título en letras rojas de un volumen encuadernado en negro asaltó mi imaginación, haciendo que eruptara en mi cabeza una marejada de pasados estudios en otros Templos del Saber, como un volcán que diezmara una islas densamente pobladas. "Dependencia y desarrollo", rezaba el título, por un autor con un nombre ustedes no podrían pronunciar, cuya fama se disolvió hace algunos años, y cuya misma existencia es negada por algunos. Estudioso de las ciencias sociales en la década de los sesenta, acostumbraba a decir que si bien el Centro se mueve lentamente, la Periferia se mueve bastante más rápido. Desde que volví a encontrar ese libro, he tratado de imprimir a los movimientos de mi vida cotidiana un ritmo frenético que hacía mucho que había desaparecido, lo que es muy duro para mi estado físico actual. Lo soporto en silencio. En busca de un vínculo con mi vida pasada y llevado por un espíritu de deber moral, eso es lo menos que puedo hacer.
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