Saturday, November 2, 2024

Golpe, disyuntivas, poesía y diáspora



Jorge Etcheverry


 

A los 50 años del Golpe Estado de 1973 en Chile, un grupo de chilenos nos reunimos en un acto conmemorativo en Ottawa, Canadá, haciendo un recuento del exilio y la diáspora chilena en la ciudad. El evento también contó con la presencia de algunos chilenos recientemente llegados a Canadá, en su mayor parte profesionales jóvenes o estudiantes que, a diferencia de las primeras olas migratorias después del golpe, no estaban muy interesados en la política sino en mejores oportunidades económicas aun cuando Chile sea el país con mejor calidad de vida de América Latina y, junto a Uruguay, el país latinoamericano con salarios mínimos más altos. El HDI (índice de desarrollo humano) de 2022 le dio a Chile el primer lugar en América Latina. Santiago, su capital, ocupó en la evaluación el segundo lugar como la mejor ciudad de Latinoamérica, después de Ciudad de México y también logró posicionarse como el lugar con “mayor potencial de crecimiento”—una ciudad moderna y cosmopolita. A esto se le suma el atributo de “espacios verdes y ocio” debido a la Cordillera de los Andes. Sin embargo, la desigualdad de ingresos es igualmente evidente. En Colombia, Chile y Uruguay, cerca del 1% de la población controla entre el 37% y el 40% de la riqueza total de sus respectivos países. 


Este estado de cosas, tanto en los niveles de ingresos como en los demás aspectos de la sociedad, fue el contexto en que tuvo lugar la elección de Salvador Allende Gossens en 1970, el intento más radical en el país de disminuir la desigualdad económica y la falta de equidad, desde un estado orientado a la implantación gradual de un socialismo a través de las herramientas institucionales disponibles, en lo que se llamó la “vía chilena al socialismo”. Con alrededor de un tercio de los votos, su coalición, la Unidad Popular (UP), se centraba en la unidad socialista-comunista. Su eje eran el Partido Comunista y el Partido Socialista, y fue una encarnación electoralmente fortuita del anterior Frente de Acción Popular (FRAP). El resultado fue una entidad estatal con un proyecto socialista, fruto de unas elecciones que se insertaban en el marco institucional “capitalista” y “burgués”. Celebrado como el primer caso de la toma del poder por la vía pacífica, también fue considerado anatema por algunos elementos de la izquierda más radical, los “termocéfalos” como se les llamaba en ese entonces en el país y que tenían por consigna, a veces programática, “el poder nace del fusil”, problemática que no parece obsoleta, después del medio siglo transcurrido. En ocasión del triunfo de Gabriel Boric en las elecciones presidenciales chilenas, el más “radical” de los gobiernos de izquierda pos dictatoriales, fruto de un vasto estallido social y apoyado por una alianza de izquierda y centro izquierda, se me preguntó en una entrevista en una radio latina si le diría a las organizaciones militantes de América Latina que es posible y legítimo llegar al poder por la vía electoral, lo que indica cierta presencia de la vía “armada” pese a los múltiples regímenes de izquierda o progresistas de diverso tipo, fruto de elecciones en las últimas décadas. 


En la conmemoración de los 50 años en Ottawa se hizo presente la cultura a través de lecturas, recordatorios y testimonios. Algo que caracterizó al gobierno de Allende fue el apoyo a la cultura en todas sus manifestaciones y la facilitación de su acceso por parte de la población chilena. Un ejemplo de ello fue la Editora Nacional Quimantú Ltda. (“sol del saber” en el idioma mapudungún mapuche), que vendía sus libros a muy bajo precio en lugares accesibles, y cuyas colecciones abarcaban obras clásicas y contemporáneas de literatura e historia, así como semanarios y publicaciones mensuales destinados a niños, jóvenes, mujeres, además de tematizar la actualidad, la realidad política y la cultura. Durante el proceso chileno y después de su sangrienta interrupción, tanto al interior del país como en el exilo, el apoyo del sector de la cultura y la docencia fue mayoritario. Un componente importante del exilio en el exterior fue la diáspora cultural, que inició un fenómeno de producción chilena cultural prácticamente en todo el mundo, no tan solo en la esfera literaria, producción que sigue existiendo y que llegó a ser permanente en el caso de Canadá. A 51 años del golpe de estado en Chile, el sector de la cultura sigue mayoritariamente apoyando a la izquierda, el progresismo, el cambio social, compromiso que quedó de manifiesto en un evento en apoyo del presidente Boric durante su campaña presidencial. Cito: “una de ellas (si no la principal) sería la [la postal] del actual mandatario abriendo los brazos arriba de un ciprés en Punta Arenas”, que resultó en un libro que aúna más de 200 trabajos visuales (entre pinturas, grabados, ilustraciones, esculturas, dibujos, etc.) y textos que reflexionan alrededor del árbol y sus implicancias poéticas y políticas”. El libro resultante da cuenta del ingrediente “verde” que se ha agregado decididamente a la izquierda en las últimas décadas, y llevaba por título “Arboric”. Cabe mencionar, y esto es una apreciación personal, que este apoyo al ámbito cultural marca una diferencia respecto a lo que sucede con otros regímenes aleatorios de la izquierda en el continente, como Nicaragua y Venezuela, respecto a los cuales se ha distanciado un poco el sector por así decir más “moderno” de la izquierda. Hubo una condena de parte de connotados autores izquierdistas chilenos al trato que recibieron los escritores y activistas Gioconda Belli y Ernesto Cardenal por parte del gobierno de Nicaragua.


En ese mismo evento conmemorativo en Ottawa, junto a las agrupaciones chilenas locales y/o nacionales nacidas producto del exilio, se hicieron presentes militantes o ex militantes de los partidos involucrados en este proceso único de la historia de Chile. Hubo representantes de los partidos que conformaban la Unidad Popular, así como ex miristas (yo y alguien más). La coalición de la Unidad Popular, encabezada por los socialistas—el partido del doctor Salvador Allende Gossens—y  fundamentalmente el Partido comunista, diferían del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) en puntos de estrategia y táctica y en la concepción del socialismo. Así y todo, este movimiento—el principal entre las agrupaciones de la izquierda revolucionaria—apoyó el proceso y participó, aunque en un debate muchas veces violento y acalorado con la posición opuesta, en la implementación del proceso. Fue una época marcada por golpes militares y el retroceso de las guerrillas a nivel continental, que dio lugar a masacres y desapariciones de personas, por ejemplo a través de la posterior Operación Cóndor. A mi parecer, en el caso chileno, el temor entre los sectores más marginales y desposeídos impidió que muchas víctimas nunca fueran declaradas oficialmente. En el libro poema del renombrado poeta canadiense, Patrick White, Homage to Víctor Jara sobre el icónico cantautor chileno ejecutado en el Estadio Nacional, Luis Lama, poeta chileno exilado en Canadá, afirmaba en su introducción que “25.000 trabajadores fueron asesinados”. Siempre estuvo siempre presente la posibilidad o inminencia de una reacción de la burguesía nacional, básicamente a través de las fuerzas armadas, los así llamados guardianes oficiales de la soberanía nacional y del orden social. Los intentos de acercamientos de la Unidad Popular, especialmente el PC y el PS, a las cúpulas militares resultaron infructuosos. El MIR, a través de Miguel Enríquez, llamaba a “obreros, campesinos, pobladores, estudiantes y soldados” a “desobedecer a los oficiales que incitan al golpe”. La oleada de intervenciones militares en el continente, los movimientos en el seno de las instituciones armadas, la atención de Estados Unidos y los contactos entre personeros de las fuerzas armadas, hacían probable o acaso inevitable un golpe de estado, sin que hubiera un reconocimiento público uniforme de la izquierda de esta posibilidad. La elección de la “vía pacífica”, que posibilitó el triunfo electoral de Allende, hacía difícil que esa situación se planteara abiertamente, sobre todo en el PC, y menos que se pudiera llegar a una posible preparación militar frente a esa eventualidad. El MIR nunca tuvo una capacidad militar desarrollada y se vio afectado por la sempiterna aflicción de los “partidos de cuadros” —las escisiones—que en el caso del PC, partido de masas con una militancia tradicionalmente disciplinada, eran solo una gotera que pasaba a alimentar las filas de organizaciones de la izquierda revolucionaria, básicamente del MIR. La confrontación entre estas dos tendencias la “vía pacífica” versus la “vía armada”, personificadas básicamente por el PC y el MIR, desgastó el régimen de la UP y aumentó un clima de violencia que fue uno de los factores que llevó a sectores de la derecha y algunos de centro a pedir una intervención militar. A la vez, eso mostró que las élites políticas progresistas de los diversos sectores en este debate participaron en este debate entre estas dos estrategias para conservar y/o ampliar la cuota de poder que significaba contar con el gobierno, y para incorporar más activamente a la población y a los sectores populares. Uno de los argumentos de un sector que justificaron e incluso ahora justifican el golpe de 1973 fue la presencia (inexistente) en el país de vastos contingentes dispuestos a empuñar las armas y de miles de cubanos dispuestos a hacer de Chile una segunda Cuba. Por otro lado y por razones tácticas, la izquierda, posteriormente a la dictadura, necesitaba contar con sectores de la burguesía nacional para fines de alianzas electorales, lo que llevó a aumentar la importancia que tuvo la intervención estadounidense en el golpe de estado y a aminorar la culpa y participación de sectores burgueses.


El conocido poeta y activista argentino Juan Gelman estuvo brevemente en Chile en julio de 1973 (tres meses antes del golpe) consideraba inminente un “golpe o pronunciamiento militar”, Después que el presidente Héctor Cámpora fuera técnicamente depuesto, él no pudo volver a Argentina y los miembros de la Escuela de Santiago—grupo poético vanguardista, básicamente de izquierda revolucionaria—tuvimos la suerte de reunirnos con él. A nivel de los agentes culturales en ese momento, existía el entusiasmo, la expectativa y el compromiso en un sentido amplio, a veces bastante radical, pero eso no implicaba necesariamente, en términos de una estética o poética, la adhesión a un “realismo socialista”. En mi parte de la introducción al libro ya mencionado de Patrick White, afirmo que la figura de Víctor Jara se ha hecho arquetípica y que él “visualizaba una forma artística que combinara elementos folclóricos y modernos, las cuestiones políticas y sociales latentes, usara la música, la danza, la poesía y el drama”, en un sincretismo que ha producido las grandes obras culturales latinoamericanas. 

A fines de 1960, aparte de la Escuela de Santiago, vanguardista y experimental, y de otras agrupaciones como la Tribu No, surgió por ejemplo la poesía lúdica y antipoética de Edmundo Magaña, joven poeta integrante de la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP), que luego se destacó como antropólogo. Parte de los poetas de la Escuela de Santiago tenían una “militancia paralela” en el Grupo América (ambas organizaciones bautizadas por mí) y llevaban folclore y poesía a fábricas y poblaciones, junto a autores y folkloristas de izquierda y a varios militantes comunistas como los poetas José Ángel Cuevas y Pablo Guíñez. Estos eventos descansaban básicamente en la logística y contactos del PC y ofrecían al talento local la oportunidad de participar. Esta clase de actividad se popularizó después, durante el gobierno de la Unidad Popular.


El golpe de estado dio origen a un exilio y trasplante de un sector importante de los agentes culturales, ya que como se mencionaba, la “cultura” chilena—desde el folclore hasta las manifestaciones de la vanguardia—era—y en general es—progresista. Este fue un exilio y a la vez una diáspora que quedó, perduró y se diversificó luego de la caída de Pinochet en 1989, fecha en que termina oficialmente el exilio. En diversos países e idiomas los chilenos se imbricaron en la política y la acción social y cultural local, crearon focos de atracción y organización culturales de otros latinoamericanos exilados, como es el caso de Canadá. Además se radicaron en el extranjero figuras tan renombradas como Isabel Allende, Ariel Dorfmann o Roberto Bolaño. La diáspora chilena perdió su carácter exiliado original, dando lugar en muchos casos a comunidades locales de chilenos, precedente de nuevas oleadas, básicamente motivadas esta vez por las razones económicas. Pero en países como Suecia, Australia o Canadá, la participación cultural y política de los chilenos sigue vigente.


Las circunstancias han cambiado, pero no radicalmente. Todavía se mantienen, como se afirmaba al inicio, una situación de extrema desigualdad de ingresos y de equidad en el país, aunque el organigrama político se mantiene en sus líneas generales. En 2019 se produjo un gran estallido social que fue parcialmente canalizado por la izquierda y que posibilitó el triunfo de Gabriel Boric en las elecciones presidenciales, de un progresismo bastante remozado y el más joven de la historia presidencial chilena. Aunque algo alejado de la izquierda tradicional, su candidatura recibió el apoyo de este sector y participa en su gobierno. Se le acusa de pertenecer a una élite ideológica de izquierda—los de Ñuñoa—que alude a una plaza santiaguina y a un grupo básicamente de clase media, es decir “pequeña burguesía”. Temas como la sexualidad, el aborto, los aborígenes y el medio ambiente generan iniciativas que son atacadas por una derecha en estos momentos electoralmente preponderante. La izquierda, en sus diversas facciones, mantiene una votación de un 30%, que es la misma con que se eligió a Allende, con la diferencia que ahora no hay prácticamente una coalición centro-derecha, y el centro que existe está en la coalición que apoya al gobierno. Hay una posición polémica respecto al PC, entre otras cosas, con respecto a la geopolítica. Este partido—no sin fisuras—tiene el marco geopolítico que reemplazó al de la guerra fría, es decir un campo socialista frente a uno capitalista, con una configuración amplia contra “occidente”, básicamente Estados Unidos y Europa Occidental e Israel en el Medio Oriente. El campo opuesto incluiría a Rusia, China, Irán, Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Nicaragua y otros países, dependiendo de resultados electorales o conflictos locales, componentes de un campo que abarcaría prácticamente el resto del mundo. El elemento fundacional de este discurso ideológico sería el antiimperialismo. Cito como ejemplo a la editorial Poetas Antiimperialistas de América, fundada en 2003 por el poeta chileno exilado en Canadá, Elías Letelier, que se inauguró con la publicación de mi libro de poemas Vitral con pájaros, presentado en Ottawa. Se cuentan entre sus títulos autores chilenos de la diáspora y del interior, además de poetas canadienses. 


En este medio siglo a partir del golpe han ido apareciendo en la esfera política cultural chilena lo que llamaríamos nuevas problemáticas a nivel mundial: la mujer y las elecciones vitales sexuales; los derechos territoriales, ciudadanos y culturales de los aborígenes chilenos; la problemática ambiental e incluso los derechos animales. Una vasta literatura poética representa a las mujeres y a los pueblos originarios, esto último con el reconocimiento del idioma mapudungun y el premio nacional de literatura otorgado en 2020 al poeta Elicura Chihuailaf. 


En términos políticos y en el contexto latinoamericano, con el advenimiento de Boric se perfiló una izquierda diríamos nueva, algo liberada de los esquemas que identifican como imperialismo a EE.UU., aunque China sea dueña del 45% de la economía nacional. Ha habido procesos de confección e implantación de constituciones, básicamente surgidos del estallido social de 2019, cuya misma variedad y riqueza provocaron el rechazo de la mayoría de la población, esa “mayoría silenciosa” presente en los procesos políticos democráticos y que suele determinar las instancias institucionales en las elecciones que no son intervenidas o manipuladas. La “nueva izquierda” antes mencionada, se distancia de los “socialismos reales” de América Latina, en un continente que sigue siendo territorio de inversión y control geopolítico de potencias o aspirantes a potencias mundiales, donde Estados Unidos es un actor más, en retroceso, y donde Brasil y México, ambas naciones “progresistas” se perfilan en América como los países principales y con influencia global. Desafíos continentales como la proliferación del delito, básicamente vinculado al narcotráfico, y la masiva inmigración, se hacen sentir también en Chile, que se vio en esta situación en forma bastante súbita, que se impuso al desenvolvimiento más lento de la conciencia colectiva: así por ejemplo, la imagen negativa de la policía sigue vigente en los sectores más populares de la población desde el estallido social, mientras a nivel de gobierno se alaba su actuación debido a su papel en el combate al crimen. 


Para terminar, debo decir que estas impresiones, quizás parciales e incompletas, son producto de un tejido muy personal de experiencias políticas y literarias desde mi residencia permanente en Canadá que empezó como exilio, y que ofrece la distancia pero también quizás la distorsión como productos de este trasplante personal.

 

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