Rolando Revagliatti
El desnudo hijo dentro de la imperial bañadera de hierro llena de agua. Un despintado banquito de tres patas, al lado. Y una canasta con jabón de tocador de coco, esponja, sales de baño importadas, una caja grande de fósforos de madera y barcos de papel. El desnudo hijo es un adulto lento, vacío, triste. Estupefacto. Mira el agua. Un brazo apoyado sobre el borde de la bañadera. Lo mira. Mira el agua.
Hablando áfona desde hace un
largo invierno, aparece la madre con guantes de goma color crema (con cruces
rojas), ya puestos. Saca de la canasta el jabón, la esponja, las sales de baño.
Echa las sales en el agua. Enjabonando al hijo, abruptamente se la oye:
—Estaba como ciega, como él.
De aquí, de allá y de mi abuela también. Cómo calienta el sol. Qué alta está la
luna. Se perfila tu terrible perfil. Jugo de cáscara. Pasado de rosca. Los
bueyes perdidos. Bacán pobre. De chanfle. Esto no se puede decir. Papas en la
boca. No se puede decir papas en la boca. Huevos en la boca. Las muelas como
parapeto. Cabal cabalga su cabalgadura. Sufre y sufre, pero no lo sabe. Nunca
más otra espantosa noche en vela. Ahora no me sale, pero cuando me salga. No
sería noble si no conciliara. Una estrella en el mar. Cansina, cabizbaja. Una
señora de mi casa. Algunos siempre dicen yo. Su cara de madonna de quince años.
Encontré los bueyes. Lo deseé con intensidad. Hay que ver cuán agraciado había
sido. Supo ser. Alguien me conocía. Me dejaron abandonada en la barriga de
mamá. Una señora, pobre señora de mi casa. Qué ordinario siglo. El amor, el
alma, la vejez. Cuando chica, después crecí. Vos no sabías que yo no sabía que
vos no sabías. Nadapienso todosiento. Las otras chicas también están tan
enamoradas. Claudicaremos cuando a nadie le importe. ¿El resentimiento es un
hijito moderado del odio?... Espero que él me saque a bailar. Desde luego que
no saben ellos hasta dónde ni cuánto más. ¿Se fijará en mí?... Jamás nunca
ahora más adelante. Porque cuando mismo que tal vez. Una se abre, se abre y
explota. Me sabría defender a la perfección. De la perfección. Madre para
perdurar. No es un secreto para nadie. Sentimentalmente, digo. Y bailamos,
después.
Signos de inefable tensión en
la entrepierna del hijo desnudo. Se oye en simultánea que alguien cae y grita.
Y que allí mismo un moscón zumba. La madre refriega la espalda del hijo con la
esponja.
—Solazado el árbol de la vida.
No confundir tal cosa con libertinaje. El tiempo es un. De las aves que vuelan
me gusta la cigüeña. Al sínodo falté, tu cama capturé. Lenguaje abismal.
Aplausos. Templo las cuerdas de mi cimitarra. Sáquense el fardo de encima. A
ratos una niña. Quién lo creyera. Tan lejos de mí. Jeringozoso. Vacuna contra
la. Pura prosopopeya. Sáquenselo, cómanse el fardo. Otro gallo cantaría. Cómo
anhelo (no digo qué). La maestra es la segunda madre, el colegio es el segundo
hogar. Nos cuesta menos querernos que desquerernos. Las chicas precisamos ser
deslumbradas. Un loco, él era un loco para manejar. Un racimo de pituitarias
huele mi ramo. Casualmente lo que yo te contaba. Pura pura. Tan capcioso.
Cercanía, cerquita, cerca. Salté. Me reí, me reí como hacía tantos años.
Continúa hablando, pero áfona.
Por completo tenso el periscopio del hijo desnudo. Se hace la madre otra vez
audible:
—Porque a tu tía no le place.
Tenés, Beto, que comprender. Hay límites, hay hasta dóndes. Ella es muy celosa,
tu tía. Te lo digo con tranquilidad, sin impacientarme. Ella te adora, tu tía.
No me hagás renegar. Sabés cómo soy: muy sensible. Quiero que admitas el traspié.
Lo siento. Lo todosiento, te vas a disculpar.
Sin dejar de hablar, se sienta
en el banquito. Dos lagrimones atraviesan las pálidas mejillas del hijo
desnudo. El moscón deserta.
—Sabés que soy recta y
cariñosa. Tu tía tiene sus razones. Se halla disgustada. Agraviada. Ella es muy
celosa de vos, tu tía. Se afecta y es lógico. Como es lógico que languidezca
cuando no la llamás, cuando no la atendés. Ella desea ser consultada, tu tía,
requerida. Y también se ha sacrificado por vos. Todos estamos solos, Beto, en
el fondo. No es mucho pedir. Quien más, quien menos. Apenas que no dejes de
tomarla en cuenta. Cierta continuidad. Es una señora grande. Vos sos más
intuitivo que otra cosa. Los desamorados son muy... Eso es condenarse. Aislarse
es condenarse. Forjarse es tarea de cada jornada. Bueno, ya sabés como soy. Tu
tía no lo merece, ella.
Habla, pero áfona. Enjuaga al
hijo. Cimbran los jubilosos testículos del hijo desnudo. La madre extrae de la
canasta los barquitos de papel. Los dispone en el agua. Los mueve, los sopla.
Extrae de la canasta la caja de fósforos. Como jugando, prende fuego a un
barco.
—Y si no, fijáte en nuestra
familia. ¡Por algo no fui contrincante!... Astrid me avisó. Desde Villa La
Angostura: me llamó y me avisó. No habrán estado tan maniatados. Hubo
irresponsabilidad. ¿Sabés qué pensé cuando me lo contaron?: que fueron
estúpidos de una manera desaforada. Ocurrió ya con otro, un primo mío
fallecido. La decisión tenés que tomarla cuanto antes.
Sin dejar de hablar, prende
fuego a otro barquito. En el grueso y agitado periscopio del hijo desnudo
resplandece un hálito tremendo.
—Sé que te cuesta. Pero, por
lo menos, nosotros sí con la cabeza sobre los hombros. Tu abuelo la seguiría:
“Y con el cerebro dentro de la cabeza”. Y que no querés ser áspero ni irritante
también lo sé. Sobre todo por el lado de las cuñadas, esas mujeres en
chancletas, hay antecedentes. ¡Ah!, esas susceptibilidades cuando está revuelto
el avispero, no paguemos los justos por pecadores. Con ellas, pies de plomo.
Prende fuego con un mismo
fósforo a dos barquitos. Y del ojo del enardecido periscopio del hijo desnudo,
brota una salva de esperma que santifica el rostro, la cabellera y los hombros
de la madre, y que, asimismo, apaga los focos de incendio.
—Delicadeza, diplomacia y como
que estuvo urdido desde antes. De la suegra del hermanastro del Alfredo, no hay
que preocuparse porque se vuelve a su país. Mejor. Hay un punto que no estaría
de más que le fueras buscando la vuelta. Previsión. Para no quedarnos
estancados. O un día, zás, nos salen con un domingo siete. Buscarle la vuelta
en el sentido de la liberación total de la escritura. Tiene que haber un
procedimiento legal. Acortar plazos en estas circunstancias nos favorecería.
Habla, pero áfona, hasta que
sacando el tapón de la bañadera, vuelve a oírsela:
—Las palabras son cuerpo. Cómo
se ponen estas palabras en la caaaaaaavidad. El volumen y el espesor. De
chanfle. Como ciega y como sorda, como él. El paladar es irrevocable. Sufría
mucho. Ella sabe todo de vos, siempre se interesó. No olvida jamás un
acontecimiento, tu tía. Necesita que la mimés. Restituíle, Beto, restituíle.
Cartas en el asunto. Que no te desentiendas.
Es audible el agua pasando por
la cañería.
—A alguien le toca, y es a
vos. Pueden iniciar juicio y eso crearía molestias. Inevitable. Tenemos que
anticiparnos. Llevamos las de ganar, pero confiarse es estúpido. Conciliar no
es deponer. Tu tía no parece la del retrato coloreado. ¿Olvidó qué preferías,
tus antojos? Y vos, nada. La vieras. No es mucho demandar. Cabalga sobre su
cabalgadura cabal. Un loco. Con una sola mano manejaba, los cambios con
displicencia. La envidia. Liberación total. Y al abogado como primera medida.
Al nuestro. Es hábil y experimentado. Hay que pre... pre... Ablandar el texto.
De brazos cruzados no se van a quedar. Lo que haya que pelear se peleará. La
pecunia. ¡Qué ironía!... No sé por qué ahora me viene a la mente: “Es mejor
ahogarse con aire que sin aire”. Sin embargo, me oxigenaría (¿o sin sin
embargo?) que no ignoraras. Que mañana no me reproches no habértelo trasmitido.
El haberme ocultado de vos. (O el haberte ocultado de mí.) Las cosas que podés
saber, sabelas.
Habla, pero áfona. El hijo
desnudo comienza a ser arrastrado por el remolino. La madre, incorporada, se
opone al remolino, tironeando del hijo. Vuelve a oírsela:
—Entre nosotras nos lo
recomendábamos: “¡Es bárbaro, es un forajido!” ¡Se derritió como un helado! ¡Me
apresuré cuando apetecía ser derribada! ¡Eso me inculcaron! ¡Sus negocios
marchaban, al principio! ¡Hubo varios principios, aunque el primero fue
estupendo! Un torbellino. Efecto de rebote. ¡¿Por qué tuve y tuviste secretos
para mí?! Ronquido hidráulico. ¡¿Por qué me instabas a una supuesta
ambigüedad?! ¡Querido!...
Ya más de medio hijo desnudo
ha sido absorbido, succionado por la cañería.
—¡Yo ansiaba que me
envolvieras, que me pertenecieras! ¡Te adoré! Y no era manco para... ¡Una
hembra sin corazón hubiera resistido!...
Casi todo el hijo desnudo ha
desaparecido.
—¡No me apabullaron ni
disfrutaron ni desencadenaron! ¿Dónde aprendiste?, nos decíamos. ¡¿Quién tiene
que descerrajarse?! ¡Yo era menos oblicua alguna vez! ¡Y sola es como el
crimen!...
Cesa de hablar. Cesa el sonido
del agua y del hijo pasando por la cañería.
Rolando Revagliatti nació el 14 de abril de 1945 en Buenos Aires, ciudad en la que reside. Publicó en soporte papel un volumen que reúne su dramaturgia, dos con cuentos, relatos y microficciones y dieciocho poemarios. En ediciones digitales se hallan los seis tomos de su libro “Documentales. Entrevistas a escritores argentinos”, conformados por 159 entrevistas por él realizadas. Todos sus libros cuentan con ediciones electrónicas disponibles en http://www.revagliatti.com
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